Debería
sobrarme el tiempo, estoy de baja; pues no... me lío. Comienzo levantándome a
las 7'15, como siempre. Tengo que ducharme para oler bien que a las 9 tengo
sesión de fisioterapia. Me lavo el pelo
y, aunque es liso y fino, lo seco durante unos 10 minutos. Luego viene el qué
me pongo, que ahora no es por coquetería, sino por ser práctica. Me van a dar
masajes en la pierna y gluteos. Lo mejor, falda y jersey; con el culo al aire,
pero al menos vestida de cintura para arriba. Decidido. Mmmmm ropa interior.
Discreta, pero que esté bien, que la luzco por partida doble: ante la fisio y
ante la enfermera que me acupunturiza el trasero.
Salgo a
la calle y, siento no poder decir ahora eso de rauda y veloz, llego a la
consulta. Me pasan a una especie de box. Un chaval que podría ser mi hijo me
dice que me quite la ropa y me tumbe. Me aplica las corrientes (el primer día
era una fisio... ¿dónde está ella?). Pues con otro paciente, aunque más tarde
entra, me quita cables y correas y masajea. Comenta que ay qué ver cómo me
están dejando los pinchazos. Si lo sabré yo… No olvido que después me toca la
inyección. Cumplo. Pinchada voy a tomar café donde siempre desayunamos en
paréntesis laboral. Los hábitos tienden a mantenerse, más cuando te permiten ver
a tus amigas y distraerte un rato.
Vuelvo a
casa. Previsora, tengo la comida medio
hecha desde el domingo, caldo de pollo con jamón y verduras. Pongo
huevos a cocer y más tarde prepararé sopa. Mi lado Maru me mima.
Leo un
rato. Las diminutas pastillas lyricas me producen insomnio, así que estoy
haciendo un master de lectura de novelas malas en el ebook a ver si me atonto
del todo. Anoche le tocó a “La Amante
Secreta ”, tan pésima como prometía; pero a la luz del día las
cosas se ven y se leen de otra forma. Mi sensatez lectora me hace seguir con
“Deseo de ser punk” de Belen Gopegui, una historia valiente. Sin embargo por
algún motivo hoy no termino de centrarme en obligado dolce far niente, y como me siento activa decido bucear en el fondo
de mis bolsos y tirar las mil pequeñas cosas acumuladas allí.
Diossss, de tener habilidad suficiente, se podría hacer un belén completo con los tickets de compra que aparecen ¿Para qué los guardo si nunca los miro? Salen más cosas en mi particular arqueología. Una fotocopia del D.N.I. de mi madre cuya mirada, por entonces ya perdida en la neblina de la desmemoria, me estremece. La guardo con la cobardía de los que andamos de puntillas por nuestros particulares territorios minados. Sigo revisando. Resulta que las monedas tienen tendencia a depositarse en el fondo de los bolsos. Cuento 18 euros con 67 céntimos. Mira qué bien. Y... ¡un billete de cinco euros todo arrugado! También aparecen algo así como 40 caramelos de chupa chups con sabor a chocolate. ¡Qué pena no poder comerlos! Algo me dice que están caducados. Se van con el paquete de Halls a la basura. Salen pañuelos de papel, compresas, toallitas, bolígrafos, notas con teléfonos que no identifico. Un anillo lleno de colorines que me regalaron y guardé agradecida pensando ¡glups cómo me pongo esto!, se ha unido a una pareja de pendientes turquesa que no recordaba tener que me dieron con los puntos del Druni. Más bolígrafos, dos rotuladores secos, un lápiz, tres brillos de labios, varias muestras de cremas, frasquitos de muestras de perfume, un stick de Happy de Clinique (mmm recuerdo que lo compré pensando cuanto deseaba ser feliz). Más toallitas, éstas para limpiar las gafas. Y más llaves... un viejo juego de mi casa anterior del que cuelga un buhito de madera tuerto y las llaves de mi despacho, las que yo siempre afirmé no haber perdido pero era incapaz de encontrar.
Diossss, de tener habilidad suficiente, se podría hacer un belén completo con los tickets de compra que aparecen ¿Para qué los guardo si nunca los miro? Salen más cosas en mi particular arqueología. Una fotocopia del D.N.I. de mi madre cuya mirada, por entonces ya perdida en la neblina de la desmemoria, me estremece. La guardo con la cobardía de los que andamos de puntillas por nuestros particulares territorios minados. Sigo revisando. Resulta que las monedas tienen tendencia a depositarse en el fondo de los bolsos. Cuento 18 euros con 67 céntimos. Mira qué bien. Y... ¡un billete de cinco euros todo arrugado! También aparecen algo así como 40 caramelos de chupa chups con sabor a chocolate. ¡Qué pena no poder comerlos! Algo me dice que están caducados. Se van con el paquete de Halls a la basura. Salen pañuelos de papel, compresas, toallitas, bolígrafos, notas con teléfonos que no identifico. Un anillo lleno de colorines que me regalaron y guardé agradecida pensando ¡glups cómo me pongo esto!, se ha unido a una pareja de pendientes turquesa que no recordaba tener que me dieron con los puntos del Druni. Más bolígrafos, dos rotuladores secos, un lápiz, tres brillos de labios, varias muestras de cremas, frasquitos de muestras de perfume, un stick de Happy de Clinique (mmm recuerdo que lo compré pensando cuanto deseaba ser feliz). Más toallitas, éstas para limpiar las gafas. Y más llaves... un viejo juego de mi casa anterior del que cuelga un buhito de madera tuerto y las llaves de mi despacho, las que yo siempre afirmé no haber perdido pero era incapaz de encontrar.
Observo
la mesa caótica. Voy a comer y, en modo doméstico y responsable, recojo la
cocina. Prosigo ordenando bolsos y foulares, moviéndome sinuosa, cual gueparda
del Serengueti. La ciática manda. Caliento el saco de semillas de cereza en el
microondas. Me amodorro por poco tiempo. Logro coger una postura en la que nada
me duele. Algo retorcida estoy, pero vale… Me llega un whastapp. Me preguntan
“¿Quién te cuida?”. Sin dudar respondo: “Yo”.
La
tranquilidad me anima a bajar a recoger el regalo que encargué para el
cumpleaños de una amiga. Solo tengo que cruzar la acera. Decidí regalarle un
bono para un masaje relajante. Sé que le va a gustar. Yo llevo años ofreciendo
mi alma de atea a cambio de uno, pero ella es buena y será mejor que conserve la suya, así que el masaje
se lo regalo yo.
Decidida
me coloco las botas, cazadora y foulard. Solo hay que bajar dos pisos en
ascensor y cruzar la acera. El mundo quiere que yo sea fashion y han montado
una peluquería y centro de estética justo enfrente de casa. Pago y me dan el
bonito diploma que ofrece el masaje junto a una tarjeta con teléfono y horarios.
La cita ya la pedirá mi amiga. No pesa nada, y… ¡tengo una idea! Dejo
temporalmente la aparatosa bolsa con el trozo de papel canjeable por toqueteos
relajantes (jajajaja qué porno suena sin serlo), a la vuelta lo recojo, porque
aprovechando que el dolor ha remitido me animo a ir a comprar a Mercadona.
Mañana llegan mis hijos y las reservas alimenticias están bajo mínimos.
Camino
despacio al calor de una tarde absurdamente primaveral (cosas del sureste
español, porque en mi tierra seguro que hace un frío que pela). Entro en el
supermercado y entonces comienza el concurso “Comprar sin que te pese”. Hoy
toca calcular gramos. Comencemos…
4 Yogures
bifidus fibras (les gustan a los mozos)... No pesa.
Surtido
de 3 patés (son cómodos en cenas solitarias avec moi misma y no pesan)
Lonchas
de jamón serrano, chorizo pamplonés, queso en lonchas… ¡No pesan!
Cuña de queso
semicurado… Pesa poquito.
Y… ¡una
mini bolsita de bombones de licor! Puedo afirmar que apenas pesan, aunque que
en el interior de cada uno de ellos hay una especie de perverso duende alquimista
dispuesto a transformarlos en pesos pesados al entrar en contacto con mi
organismo.
Distribuida
en dos bolsas la compra no pesa tanto. Recojo el vale. Misión cumplida.
Y aquí
estoy... contando porque sí mi día a día, con todo el atrevimiento y la
desfachatez del mundo. Podría haber intentado escribir un relato ficticio con
una mujer tan enigmática como arrebatadora y fascinante, pero hoy me salió la Mari , ni siquiera la MataMari se asomó a estos
párrafos, y es nunca supe escribir letras que no me brotaran de eso que llaman
alma y según dicen pesa 21
gramos .