Me gusta mi trabajo. Supone un
reto para mí. Mi cliente es tan generoso como malvado, en todas y cada una de sus formas, y
debo emplearme a fondo para establecer una defensa coherente.
Como el abogado del diablo, mis
casos son importantes: genocidios, trafico de órganos, compra-venta de seres
humanos… Así que, por favor, no me molesten con sus mezquinos pleitos
sentimentales. ¿Cuáles fueron los terribles delitos? ¿No les amaron lo
suficiente? ¿Traicionaron la confianza que depositaron sin la menor garantía? ¿Fueron
dejados de lado por quién decidió “seguir su propio camino”? ¿O acaso el delito
fue intentar preservar un átomo de intimidad a salvo de un afecto inquisidor? Me
tienta, en vista de lo execrable de su reacción, elevar un informe a San Pedro
para que premie el buen gusto de la actuación de las personas acusadas que, con
excelente criterio, decidieron alejarse. Y ustedes debían, en lugar de lanzar
ráfagas de rabia, tener la inteligencia de reír a carcajadas, satisfechos de no
contar ya en sus impecables vidas con la presencia de tan deplorables personajes.