Saludos desde el penúltimo día de la humanidad (según los mayas).
¿Te imaginas si aciertan? Yo, por si acaso antes de acostarme me lavaré el pelo, prescindiré de franelas y algodones y conjuntaré. Muerta, pero arreglaica, para que cuando seres procedentes de algún lugar remoto del universo encuentren nuestro rastro no me vean hecha una zarrapastrosa.
El caso es que en cierto modo es liberador eso de pensar ploffff se acabó la función en esta obra de teatro que es la vida y en la que a todos nos faltan horas de ensayo (así nos sale jajajaja).
Como ves no estoy original, y ni siquiera profunda. Esta noche desperté a la 1’30, las 3, las 4’30 y (¡¡¡¡ lo peor !!!!) a las 6’30.
Tal vez sea por eso que la única pregunta que esta mañana circulaba por mi cerebro era la siguiente: “¿Cuánto tiempo vive una mosca vulgaris?” Y es que desde el lunes comparto piso con una mosca matusalenica que aletea asquerosamente a mi alrededor. Debe saber que el insecticida me da alergia y que no tengo valor (ni puntería) para fulminarla con algún objeto que luego tendría que tirar o desinfectar, y vuela feliz en la cálida atmósfera que ambas compartimos muy a mi pesar.
Abrazos.
P.D. Ya averigüé cuanto puede vivir una mosca común y follonera. ¡¡¡ Siete días!!! Eso significa que esta Nochebuena cenaremos juntas. Como ella irá de negro, me toca a mí poner color. Claro está... si los mayas no aciertan.
No tiene sentido que haga testamento por dos motivos: No tengo nada de valor y no quedaría nadie a quien legar. Problema resuelto.
Podría arrojar un “te quiero y no deseo vivir sin ti", pero como ya no viviré tanto da. Si no lo digo, me ahorro el cortazo de no obtener un “y yo a ti”. Problema resuelto.
Problemas de dinero, de organización, enfados, aplazamientos, tristezas, anhelos, ausencias… Nada existirá ya.
Sin problemas y sin mañana, hoy juego a sentirme yo. Y sonrío porque… no pienso hacer en este jueves 20 diciembre de 2012, vaticinado como el penúltimo día de la humanidad, otra cosa que vivir, segundo a segundo, el tiempo que me reste.
Como muchos otros, cada mañana abro mi correo. No sé cómo estáconfigurada vuestra página de inicio, pero en la mía aparecen noticias varias, enlaces y un horóscopo tan falso que el lunes o el martes te cuenta como va a ser el pasadofin de semana.
Hoy un Papa Noel y el número 50 atrapan mi mirada. Normal que tal cosa suceda, porque el reclamo está ahí, puesto que llevo años diciendo que voy a buscar un cincuentón aparente y que me gustan los hombres con barriga. Pero no… si leo atentamente veo que se habla de 50 ideas para regalar esta Navidad, y que lo hace en plan sexista. Según este artículo a las mujeres las enamoran bolsos, perfumes, zapatos, y a ellos deporte, moda, música y lectura.
Perpleja me planteo si soy un 2 en 1. Yo no me enamoro de un bolso, ni de un perfume ni de unos zapatos, a lo sumo pueden gustarle a mi yo frívolo, pero enamorarme… ¡ja!, para eso necesitaría el hombre que huele a ese perfume, calza esos zapatos y… ¿con bolso?
¡Cáspita! ¡Recorcholis! ¡Repámpanos! (Como en los bocadillos que salían de la boca de los personajes de los tebeos de mi infancia, de mi boca no brotan tacos salvo que invente un personaje y ahí me lance a soltar lindezas que, aunque puedo y sé hacerlo, no van conmigo).
Varias exclamaciones demostrando mi estupefacción después… Medito (profunda que es una) sobre la materialista referencia a enamorarse de los objetos en cuestión. ¡Quépoco romántico! ¿Objetos? ¿Cuándo el amor ha sido objetivo? Si somos sujetos sentimos subjetivamente. Ya lo expresó muy bien Blaise Pascal, además en francés considerado el lenguaje del amor, “el corazón tiene razones que la razón no comprende”.
Aún procesando estas dudas que me invaden, sigo pensando… que tengo que tener algo de varón puesto que también me gusta la moda, la música y la lectura. Me libro de etiquetarme de camionero testosterónico total porque el deporte no me interesa en absoluto; pero me siento rara, clasificada como mujer que no se enamora convencionalmente y que tiene gustos masculinos.
Y la verdad, me preocupa esta indefinición mía porque este escrito, aparentemente baladí (tenía ganas de utilizar esta palabra) estápatrocinado por la sabiduría del Corte Inglés, supremo oráculo de nuestras vidas.
Las cinco de la mañana es una mala hora para despertar. Miras el reloj y, tras la satisfacción de constatar que aún no es hora de levantarte, comienzas una peregrinación loca tras un sueño que juega al escondite entre las sabanas y hace muecas desde la almohada.
Piensas si no sería mejor abandonar la cama e instalarte con un café frente a absurdos programas de teletienda que jamás has visto. Pero es diciembre y hace frío. Tal vez si cierras los ojos y conjuras una imagen, una sensación…
Nada. El sueño hizo sus maletas por hoy y te abandonó antes del amanecer. Sabes lo que es eso. Tras los párpados cerrados, intuyes que la oscuridad se va transformando en tonos grises hasta llegar a un blanco amanecer.
Y llega, arrastrando al sueño prófugo y dispuesto a envolverte en el abrazo de ese olvido que deseas, el cansancio.
Cierras los ojos.
Y entonces el mundo te zarandea con el zumbido realde una alarma que, implacable, día a día ahuyenta tus sueños.
Aparece cada miércoles por la puerta de la oficina. Es un duende bajito, gordito y con gafas, que aún conserva mejillas de manzana y voz de niño.
-¿Me compras un crêpe y chocolate? –pregunta invariablemente.
¿Y cómo negarse al placer enmascarado de colaboración para ese viaje a París que yo también sueño realizar? Por supuesto lo compro, y lo saboreo recordando en este niño otra niñez imaginativa y solitaria, que viajaba siguiendo ríos, atravesando montañas y surcando mares en el Atlas Aguilar. Me pregunto qué le deparará la vida a mi chocolatero tentador. ¿Cuándose transformaran la carita redonda y la voz aguda? Dentro de unos años, cuando su desayuno sea un café rápido expedido a toda prisa por una máquina sin alma, ¿recordará estos sabores con aroma a mil futuros posibles?
Hoy, que tengo nostalgias varias, me abrazo por dentro buscando el calor dulce que no puede aportar un vaso de chocolate.
Debía ser una reunión amistosa, una de esas escapadas que se hacen para retomar lazos y oxigenar vidas. Una de mis mejores amigas estaba allí, y eso me hacía sentir cómoda. Era agradable reír sin más, conversar de trivialidades y dejar pasar el tiempo. En algún momento comenzó a anochecer, pero nosotras seguíamos jugando una especie de partido de ping pong en una mesa peligrosamente cercana a la orilla del mar. La marea subía y el agua lamía los pies. La sensatez se encarnó en palabras que hablaban de frío aconsejando abandonar la partida. ¿Fue entonces cuando lo vi? Tal vez; lo que sí recuerdo es una mirada brillante, y un comentario -ahora imposible de recordar- que provocó mi replica a modo de desafío:
- Ya que hablas de valentía, ¿te atreverías a bailar a oscuras junto al mar? –lancé, como aquellos que arrojaban un guante al rostro del otro antes batirse el duelo.
El paisaje había cambiado. La noche se había apoderado del lugar, y la playa había mutado en un peligroso acantilado golpeado por un fuerte oleaje. No había más voces que la suya. Avanzó. Colocó una mano en mi cintura y pidió música. En las sombras, alguien anónimo buscó en la memoria de un móvil y una melodía banal invadió el espacio.
-Esa no –dijo. Pero ya daba igual; los dos bailábamos una danza inmóvil.
Desperté. Las 6’48. Me alegró comprobar que era domingo y podía seguir refugiada en el calor de mi cama. No suelo recordar mis sueños, pero aquel era tan reciente que todas las sensaciones seguían allí. Freud y sus discípulos habrían interpretado cada símbolo del mismo; pero yo me limité a recordar. Había música al final, una música especial, perturbadora e hipnótica. Y en el amanecer de un frío domingo de diciembre me hice una promesa: nunca dejaría de buscar esa música, la única que deseo bailar, la música del corazón.
¿Conocer el diagnóstico es un primer paso para la curación?
Con un estado anímico por los suelos, una tristeza que borra las alegres gotas de Chancecon que me perfumo y una mirada tan nublada como si tuviese cataratas, me dedico a centrifugar ideas. De acuerdo con la máxima de “pienso, luego existo”, evidentemente soy un ente (podría hacer la gracieta de añadir “procedente de un planeta diferente”, pero hoy estoy en modo austero y, por tanto, tonterías las justas).
Pensando y repensando (por si se me escapa alguna idea en las alas de los pájaros que habitualmente anidan en mi cabeza) llego a la siguiente conclusión: Tengo alma de bolero. Esa es la cuestión. Llego yo solita, sin Holmes, sin Poirot, sin Phillip Marlowe… Yo misma, acodada en mis circunstancias, he llegado a tan sesudo razonamiento.
Me explico. No soy melodramática. No siento que muera de dolor, ni me cueste respirar, o que me duela la piel en el vacío. De ser así habría pensado que poseo alma de tango.
Tener alma de bolero es diferente. El bolero habla de sentimientos que envuelven y afloran en una lágrima que escapa rebelde. En el bolero las mariposas estomacales siguenaleteando porque no quieren morir, por más que la razón informe que tienen los días contados, mientras posibilidad de una vida tibia no basta para fundir el hielo que cubre un corazón incapaz de frenar sus latidos desbocados.
Y yo proclamando que no tenía alma, cuando ella canta canciones de amor, de sendas tropicales, piel canela, ojos negros, sabor a otro… Y mi pobre alma, que canta desafinado, por mucho sufra no se arrepiente de nada.
Tengo el diagnostico, el mal, pero también el alma. ¿Qué narices voy a hacer?
Abro el correo y encuentro un mail: “La mujer madura”. Aunque quien lo remite es amigo mío y lo hace en plan piropo, mi primer pensamiento ha sido “Lo mato”. Se trata de uno de esos archivos que se pasan con ínfulas de positividad (¿por qué word me subraya la palabra? ¿será que no existe con lo bonita que es?) cuyo objetivo es convencer al mundo de algo tan evidente como que las mujeres maduras son maravillosas.
Como estaba floreando en la red decidí echar un vistazo a la página de inicio de hotmail, y mis frívolos y miopes ojos se detienen en la siguiente noticia: “Channing Tatum ha sido nombrado el hombre más sexy del 2012 por la revista estadounidense especializada en celebridades e historias de interés general, People.”
¿Quién es Channing Tatum? Ilustra el texto el rostro de un atractivo treintañero moreno. Hay más fotos de otros guaperas. Descubro que no sé quienes son la mayoría de ellos, y ni siquiera los encuentro sexys. ¿Qué me pasa? ¿Tan mayor y desfasada estoy con respecto a hombres? Voy a google imágenes, escribo el nombre del adonis… Un chico muy guapo sí, pero… no.
Como diría mi madre, soy “pobre y delicá”. En este caso añadiré que “madura y exquisita”. Vale… añadimos peculiar, porque sigo con mi ideal de hombre BCC, ya que, como diría mi querida amiga y rubia favorita, Inma, los hombres que me molan tienen barriga, además de corazón y cerebro.
De entrada puedo afirmar que soy más tonta que Camilo Sexto. Si el de Alcoy cantaba al mundo“Siempre me voy a enamorar de quién de mí no se enamora” y ganaba una pasta gansa contando sus penas, yo -sin beneficios económicos- debí enamorarme en algún momento de la idea del Amor. Deseo encontrar lo que podríamos denominar un constructo hipotético, que es algo que se sabe que existe, pero cuya definición es difícil o controvertida. ¿Os imagináis que relación se puede tener con un ente que se pasea por el mundo con ese nombre? Yo no podía buscarme un Juan, un Antonio o un Manuel. No, yo como las mulas… tozuda… a la espera del Constructo de mis amores.
Soy así. Hace tiempo decidí dejar de intentar saber qué caminos me han llevado a este lugar y simplemente vivir en él. El verano pasado leía un libro bastante divertido titulado “Con fines matrimoniales” donde una chica hindú relataba los esfuerzos de sus parientes por encontrarle pareja. Cuando su familia pide datos por fax de uno de sus pretendientes, ella les reprocha que solo se interesen por su cuenta corriente y su status laboral. El padre, flemático (no olvidéis la influencia inglesa) le replica: “Yo me fijo en cosas importantes, mientras que tú en que llevan calcetines blancos”.
Mis calcetines blancos han sido una forma de comer caracoles, un olor que empieza a molestarme, un comentario… Entonces se enciende la luz de alarma, activo el freno, y abandono un camino relativamente seguroal final del cual, posiblemente, encontraría una vida confortable en compañía.
Hay quienes necesitan y buscan una relación.
Algunos, sin guardar la ropa y sin saber nadar, anhelamos sumergimos en el arrebato mágico de un Amor.
Todos juzgamos. Reconozcámoslo o no, desempolvamos fácilmente la toga y empuñamos la maza justiciera. Algunos como Charles Bronson proclaman al mundo eso de “Yo soy la Justicia”, y otros a lo Steven Segal desean un mundo exclusivamente regido “Con su propia ley”.
La mayoría creemos saber qué está bien o mal en la conducta ajena. La propia es un territorio vedado, un lugar secreto que miramos de reojo y que se rige por un código especial al que continuamente añadimos letra pequeña matizando nuestros porqués.
Recuerdo que mi padre, en largas tardes de centro comercial si hacía frío o parques llegado el buen tiempo, comentaba: “¡Cuántas gentes y ninguna cara igual!”. Es cierto, compartimos un diseño básico, pero los complementos son distintos. Somos únicos. Y a todos no nos gusta el marisco, la cerveza e incluso (¡¡¡¿cómo es posible y en un hijo mío?!!!) hay quien rechaza el chocolate. ¿Cómo entonces pretendo meterme en tu piel, tus vísceras o tu cabeza?
Individualista feroz (¡qué bien suena!), creo en unas normas de conducta que respeten la libertad ajena y enmarquen un territorio privado. Ahí estoy yo, con mis circunstancias, mi amasijo de miedos y sueños, y decreto una única ley marco que es sentirme lo mejor posible con la vida que tengo.
Si el cartero siempre llamaba dos veces, tentando con mesas de cocina, rubias, y hombres pletóricos de testosterona; en el siglo XXI es el correo electrónico el que envía sus cantos de sirena a las naufragas frívolas como yo.
El control del Gran Hermano de Orwell ha llegado a nuestras vidas. Compras un libro en Amazon y cada día te llegan ofertas que (¡¡¡¡sorpresa!!!!) incluso incluyen baterías de cocina (seamos lógicos… ¿leo o cocino?), mantas de sofá (tengo y a pares), y no sé cuántas cosas más que ignoré porque otro correo me lanzaba sus redes. Nunca he comprado nada en Destinos Lets Bonus, pero como siempre se abría la ventanita ofreciendo su información periódica de súper ofertas un día acepté (tengo un lado facilón, qué le vamos a hacer). Ahora estoy muy bien informada sobre spas, románticas cenas, escapadas de ensueño, y rutas gastronómicas que no puedo permitirme.
Hace poco alguien me comentaba que era una pena que no fuese religioso porque tendría la opción de huir del mundanal ruido en un monasterio. Hoy la idea revoloteó por mi mente. ¿Podría yo retirarme a la tranquila y ascética vida monacal? Muy espiritual no soy, pero podría intentar buscar un sentido de la vida en las blancas paredes de un claustro. Hablo por los codos, y sería dura una vida silenciosa, pero me quedaría la opción machadiana de conversar conmigo misma. La frivolidad de ropas, tacones y cremas quedaría en el olvido, sustituida por austeros hábitos, calzado con diseño austero y agua (¿bendita?); y en medio de vida tal ¿quién pensaría en usar perfumes pudiendo oler a santidad?
El problema que se me plantea es qué haría yo en un convento. No sé cantar. No sé coser. No se me da bien la repostería. Ni siquiera podría ser una especie de Sor Citroën ya que no conduzco.
Vuelvo a mirar el correo. Mira que me gustaría ir al Spa del Algarve, o caminar por Lisboa aunque no sea a ritmo de fado. Sevilla, Bilbao, Ámsterdam, Madeira… El mundo pecador espera mis tacones, aunque él y yo de momento tendremos que esperar que llame a mi puerta esa loto ganadora que, sin duda, figura en mi destino.
Abro el correo y descubro que Amazon tiene el detalle de recomendarme libros basándose en mi historial de compra, consistente en un único libro titulado “El koala asesino”. La librería on line ha decidido que me interesan los libros de humor, cosa relativamente cierta, y relacionan varios que consideran de mi interés. Evidentemente no me conocen o sabrían que no me gustan las recopilaciones de chistes (ni los chistosos) o Tintin. Entre los libros seleccionados figura el de una presentadora de televisión decidida a cambiar el príncipe azul por un lobo feroz. Ella parece tenerlo claro, yo no. No me va la realeza, pero tampoco la fauna. Y, como hoy llueve y el día se presta a la reflexión doy vueltas al asunto mientrasarchivo expedientes intentando a la par ordenar mi cabeza.
Príncipes nunca he buscado. En ningún momento me ha interesado ese tipo de hombre que coloca alfombras bajo los pies, baila contigo en una gran sala bajo arañas de cristal de bohemia (prefiero lacomplicidad de estrellas lejanas sin nombre en la intimidad de la noche), o él que contemplando tu mundo desde su blanco caballo decide ser tu salvador (?) y cambiar tu vida. No sé por qué, pero los príncipes azules se me antojan pedantes, engreídos, soberbios y sumamente aburridos.
¿Serán los lobos la otra opción? En mi caso rotundamente no. Si me dan miedo los perros, gatos y demás fauna domesticada, imaginad un lobo aullador de afilados dientes y mirada salvaje. Eso en el caso de lobos auténticos, porque hay mucho perrillo faldero con ínfulas de depredador.
Otro día repasaré arquetipos masculinos: poetas, cowboys solitarios, truhanes, piratas, bohemios, ambiciosos… Pero creo que sé qué tipo de hombre es el mío. Cada día lo despierta un reloj tirano, trabaja ocho horas o más, le brota una risa limpia del centro del corazón y, aunque arrastra cansancio y desencanto, aún es capaz de intentar que lo improbable sea posible.
Durante años mi opción, más difícil todavía, fue vivir un triángulo amoroso: madre-hija-mujer. El área de esta curiosa geometría emocional abocó a la mujer a un resultado cero. ¿Perdí? ¿Gané? No tengo ni idea, soy de letras, ya lo sabéis, y hay cálculos imposibles, ecuaciones con incógnitas que jamás se despejaran, y fórmulas que solo sirven sobre el papel.
Hoy que, por desgracia, el papel de hija es un recuerdo del pasado,la madre desconfía de la mujer renacida que clava sus tacones en el terreno reconquistado mientras una voz recuperada enumera razones.
Las madres son de ciencias ¿sabéis?; las mujeres de letras.
En más de una ocasión me he preguntado si seguir o no escribiendo este blog. Mentiría si dijese que no espero que lo lean. De ser así, estaría escribiendo todo esto en un cuaderno que guardaría en el cajón de la mesilla de noche, tal y como hice en la adolescencia.
Veréis… me gusta leer. Desde niña los libros me han acompañado. Leo casi todo lo que cae en mis manos, y no hago ascos a esa literatura considerada fácil y dirigida a las féminas tipo Briget Jones. El problema es que las protagonistas de estas historias, que de tanto éxito gozan, sontreintañeras relativamente atractivas, con trabajos interesantes y bastante libertad de movimientos. ¿Por qué nadie cuenta las andanzas diarias decuarentonas ,que han perdido la que tal vez no fuese una gran historia de amor pero era su historia, realizan trabajos aburridos mal remunerados, y además se encuentran ancladas por obligaciones familiares de hijos y, a menudo, padres ancianos.
Estas mujeres existen. Yo soy una de ellas. Somos soñadoras, complejas, cobardes y lucidas. Somos MataMaris, capaces de leer a Chejov esperando el turno en la carnicería, y soñar, mientras taconeamos por la calle sobre zapatos de mercadillo. Seguimos la moda, aunque al ver nuestros estilismos no lo parezca, perolas imitaciones siempre se notan. Y en rebajas tendemosa comprar una talla menor con la esperanza de perder ese par de kilos que nos aleja de la perfección. Somos invisibles, sin necesidad de superpoderes, aunque seamos la única presencia femenina en 1 kilometro, y lo más cerca que estamos de ser rubias glamourosas es cuando nos da el venazo y nos decidimos a ponernos mechas.
Tenemos cuerpo, cerebro y corazón. Sufrimos nuestras depresiones con terapia de limpieza de cristales, sesiones de plancha, y banda sonora de ruido de cacerolas. No sabemos lo que es ir a un balneario, y amordazamos interrogantes a base de efluvios de lejía y amoniaco.
Mira a tu alrededor. En el súper, en el autobús, en tu bloque de pisos… ¿Cuántas MataMaris encuentras?
Hay dos frases vinculadas a Sócrates con las que me siento identificada. La famosa “sólo sé que no se nada”, y la máxima que tomó del templo de Delfos: “Conócete a ti mismo”.
La humilde certeza de no saber me lleva a buscar conocer. Y, como el sujeto que tengo más a mano, y que más me complica la vida soy yo misma; me dedico a mirarme el ombligo lo más filosóficamente posible.
Además de intelectualoide wikipediana, soy una mujer romántica, el eterno masculino aparece con frecuencia en mis construcciones mentales, dignas de figurar en un manual de arte gótico o barroco, en más de una ocasión, por lo retorcidas y elaboradas. Resumiendo, que frecuentemente mis pensamientos se centran en mis relaciones con los varones que he ido conociendo a lo largo de mi vida. Mis elucubraciones me han llevado a considerar que mis gustos en dicho terreno se ajustan escrupulosamente a un patrón matemático. Y este es tan recurrente, que habría hecho las delicias de Anaximandro de Mileto, el filósofo especulativo que trataba de explicar fenómenos concretos del universo.
Como antigua teleadicta observé que en las series de médicos y temas seudo científicos, la clave para solucionar un problema está en identificar la causa. Siguiendo esta premisa, dediqué algún tiempo a pensar por qué elijo un tipo de hombre en concreto para fijar mis soñadores ojos en él.
Ayudada por mi fiel sofá, compañero de tantas siestas y ratos de ocio, y sin necesidad de acudir a un diván profesional de psicoanalista, probablemente pariente de los sillones cotillas del Diario de Patricia, busqué en mi subconsciente el origen del mal. Y, como si hubiese encontrado una de las famosas cuerdas de las que habla la física cuántica, viajé, como un personaje de H.G. Wells en la maquina del tiempo, al verano de mis diecisiete.
Las vacaciones a orillas del mar eran algo ajeno a mi entorno. Tanto mis amigas como yo, pasábamos el caluroso verano en la estepa manchega, cosacas llaneras acostumbradas a los 19 grados bajo cero de algún invierno y veranos en los que el asfalto echaba fuego. Aparte de las piscinas municipales, nosotras contábamos con las parcelas que ellas poseían a pocos kilómetros de la ciudad. Aquellos pedacitos de tierra, con algunas flores, un trocito de huerta, una pequeña caseta y una balsa, que nosotras llamábamos piscina, eran nuestro lugar de descanso. Puedo asegurar que jamás me he divertido tanto ni me he sentido tan rica como aquellos días, de bocadillos y refrescos, dedicadas a tomar el sol, refrescarnos, jugar a las cartas, escuchar los impagables consejos de Elena Francis, y ser felices de una forma tan inconsciente como real.
Imaginad la siguiente escena. Tres manchegas, dos de las cuales no saben nadar, metidas en una balsa con inmensas cámaras de neumáticos de camión a modo de flotador. Sofisticadas, y seguras en los gigantescos donuts negros, con los refrescos en el borde, comentábamos la película que habíamos visto la noche anterior. Era “El Coleccionista”, la historia estaba basada en una novela de John Fowles. Aunque tengo buena memoria, Wikipedia es mejor, así que copio el argumento.
Argumento:
Freddie (Terence Stamp) es un joven tímido e introvertido, que colecciona mariposas. En la calle observa a una joven, Miranda (Samantha Eggar), estudiante de arte, que le gusta. La sigue a diario con su automóvil, estudiando sus horarios, hasta que un día consigue raptarla sin llamar la atención. La lleva a una casa aislada en el campo y la encierra en un sótano que ha preparado a tal efecto. Miranda, asustada y desesperada, intenta en vano escapar de su secuestrador, llegando incluso a intentar seducirle con la esperanza de que así la deje en libertad.
Recuerdo el comentario de mi amiga Pilar, que entre suspiros, y desatada la lengua y la imaginación con el sol y sombra que nos habíamos preparado -en la parcela de mi amiga había coñac y anís, porque su padre gustaba de tomar tan exótica bebida, y nosotras a veces lo imitábamos-, dijo:
- _ Ideas me dan de raptar a Miguel, el pelirrojo (es la única mujer que conozco que se enamoró perdidamente de un pelirrojo, pero esta es otra historia), y encerrarlo en la parcela hasta que me ame.
Reímos como locas, pero hoy pienso que todos tenemos algo de coleccionistas en el terreno del amor y, de alguna manera, repetimos el mismo modelo de sujeto receptor de nuestras señales amatorias.
Tengo claro cual es mi modelo: hombres complicados, sumamente inteligentes, y con un punto canallesco que, si bien da sabor a la vida, a veces la hace amarga. Conocer el problema en este caso, no me lleva a la solución como en las series médicas de televisión. El problema soy yo. Y, como Sócrates, conociéndome ahora algo más a mí misma, puedo decir que sólo sé que no sé nada.
He sido una miedosa toda mi vida. De niña bastaba con que mis hermanos pronunciasen las palabras “la mano negra “ o “el monje de la muerte” para que el terror se apoderase de mí. El paso del tiempo no modificó esto. A los trece años empecé a leer “El Exorcista”, y mi desbocada imaginación reprodujo, y aumentó, en mi persona todos los efectos especiales. Me angustió de tal manera, que pensé acudir al seno de la Iglesia en busca de un cura ahuyentador de íncubos. No lo hice porque una de mis primas olvidó en casa una novela de Corín Tellado, y así entré en un terrenopintado de rosa, y sembrado de frasespaste, donde paseó feliz mi imaginación de adolescente. No sé si la gran Corín era religiosa, pero sus letras evitaron mi vuelta al seno de la Iglesia en busca de sosiego, y nublaron para siempre mi entendimiento con el humo de pasiones donde el amor verdadero siempre tiene final feliz. Dejé la lucha entre el bien y el mal, y me sumergí en las tramas amorosas que la escritora asturiana describió durante unas 4000 historias, aunque confieso que, en mi caso, bastó con leer una docena para soñar mis propias historias con música de violines.
Romántica y miedosa seguí viviendo.Y, como tal, habría podido definirme hasta hace poco cuando descubrí, casualmente como suele ocurrir con hechos transcendentales,que ya no era miedosasino una mujer de armas tomar.
Los hechos ocurrieron un lunes, a media tarde, aproximadamente las 17’30 horas.Comenzaba asalir de los vapores de una reparadora siesta cuando oí ruidos en el piso de arriba. ¿Pasos? ¿Una ventana que se abre? Temblé.Iba a morir a manos de una banda asesina que, furiosa, me exigiría la entrega de un dinero y unas joyas que no poseo. ¡Mierda! Ni siquiera tengo un televisor de plasma, o un equipo de música que ofrecerles como compensación, y algo me dijo que mis libros les gustarían tan poco como a la Santa Inquisición. Otro ruido terminó de sacarme de mi modorra y elucubraciones varias. Decidí subir y afrontar a los malhechores. En el primer peldaño de la escalera, retrocedí. Consideré que era conveniente llevar un arma, y me dirigí al arsenal doméstico por definición: la cocina. Abrí un cajón, y allí encontré un rodillo de amasar. Aunque en las viñetas de humor parece amenazador en manos de la esposa enfurecida por la llegada a altas horas del marido golfo, algo me dijo que una banda de asesinos albano-kosovares (políticamente incorrecta mi mente había etiquetado a los malos) no se dejaría amedrentar tan fácilmente.
Soy de Albacete, la tierra de las navajas, pero en mi casa no hay ni una. Sin embargo el mercado chino ha invadido mi hogar; y allí estaba, salvador, un cuchillo enorme queamenazaba, en mandarín o cantonés. Lo cogí, y comencé a subir. Abrí la puerta del cuarto de baño, la habitación de mi hijo mayor, la del menor, la mía… No había nadie. La mosquitera de una ventana, se escapaba del marco, y golpeaba rítmicamente. Suspiré aliviada. Entonces vi mi imagen reflejada en el espejo: una menudencia morena, de mirada lunática, portando una enorme arma blanca. Confieso que de no haber sabido que era yo, habría muerto de miedo. En este caso la que casi muere de risa fue mi amiga cuando se lo conté al día siguiente, sobre todo cuando añadí el detalle crucial: subí sigilosa gracias a mis pies enfundados en zapatillas de rizo celeste made in Carrefour.
Ahora qué ya no puedo definirme como miedosa, me pregunto si el adjetivo valiente me pertenece, y también si,puesto que últimamente, estoy en modo escéptico, la influencia del romanticismo “corinesco” se ha perdido.
En camiseta y vaqueros, zapatillas, con las ventanas cerradas y la cadena echada, me pregunto a esta hora incierta del atardecer quien soy, pero como me he vuelto atrevida estoy dispuesta a descubrirlo.
No es que me apasione fregar los platos, pero como hay que hacerlo le pongo voluntad. Mi madre siempre decía que no era una tarea ingrata puesto que en verano te refrescabas , y en invierno entrabas en calor con el agua caliente. Siguiendo esta máxima disfruto del agua, a la temperatura adecuada según la estación, y creo mi propio baño de burbujas con ayuda de Fairy, que curiosamente significa hada en inglés (¡lo que culturiza youtube!).Pero hoy la tarea me resulto desagradable, y no por el gran número de cacerolas y platos que esperaban la caricia de mis manos, sino porque cada vez que sumergía las manos en el agua, una cierta desazón, y un ligero escozor, me hacían desear finalizar lo antes posible.
Descubrí qué pasaba cuando por fin puse el cartel de closed en la cocina, y ataqué al cuarto de baño ayudada por el famoso Don Limpio. Era pequeñita, apenas visible, pero ahí estaba justo en el nudillo del dedo índice. Una ampolla, producto de una quemadura de la que no fui consciente, se dedicaba a enviar señales de dolor a mi pobre cerebro. No eran agudas, ni terribles, simplemente incomodas; perolaampollita de las narices había logrado tocarme las idem.
Como soy filosofa de cacerolas extrapolé la situación doméstica al día a día, y no tardé en encontrar cierta similitud con mi vida, y probablemente otras muchas. Todos hemos sufrido pequeñas heridas de la que apenas somos conscientes, pero que nos marcan e influyen en el comportamiento diario: quemaduras de pasiones de arrasaron parte de quienes éramos, arañazos de ausencias y olvidos, golpes de desencanto y tristeza… Ahí están, invisibles, pero reales, enviando señales de aviso, y recordándonos cuán frágiles y vulnerables somos.
ENTRE ALGODONES (Alma)
Ayer compré algodón. No es el paquete de algodón hidrófilo que hay en todos los botiquines, fiel compañero de Betadine, gasas y tiritas. Este es un algodón frívolo, pero práctico, redondeado y plano, que ayuda a limpiar la cara noche y día.
¿Recordáis el anuncio de Tenn? “El algodón no engaña”. Es cierto. Por la noche tus ojos sin adornos te contemplan y te hacen preguntas, que a veces duele responder. Borras color, y pinturas que intentan ocultar cansancio, tristeza, apatía… Aparece tu rostro, limpio, exponiendo la piel frágil e imperfecta, con sus rojeces, pecas, y marcas. Ahí estamos, al otro lado del espejo, tal y como hemos llegado a ser a día de hoy.
El algodón sabe de nosotros. Nos acaricia suavemente, y nos tonifica. Después nutrimos, hidratamos, continuamos.
El otro algodón es mucho menos sutil. Va directo a la herida. Y, si es necesario,no duda en empaparse en un buenantiséptico.
Hay una expresión que se empleaen referencia ala gente que evita el dolor, y es que vive “envuelta en algodones”. No es cierto, el algodón, que no engaña, se limita a limpiar, y restaurar como puede las heridas que el oficio de vivir nos deja. Los algodones internos, no los venden en farmacia alguna, y vamos recolectándolos en brazos amigos, palabras amables, el calor de los afectos y, también, en el doloroso antiséptico del desencanto.
El algodón no engaña., tampoco cura, y no aisla lo suficiente.Pero si lo aplicas en las zonas adecuadas lograras que las armaduras que te protegen te rocen menos, y así es posible seguir caminando.
Es cierto que yo le maté, aunque jamás fue mi intención hacerlo. Se apoderó de mí una fuerza externa, un impulso que me hizo abrir su garganta. El hombre estaba lleno de rabia. Yo sólo fui la navaja inocente que empuñó.
ABANDONO
No es la primera vez que ella huye de su lado y que después de un tiempo oscuro lleno de tinieblas, vuelve a él. Sin embargo esa traición siempre vuelve a vestir el dolor nuevo y afilado del primer engaño. Se pregunta qué busca en otros que él no es capaz de proporcionar. Todos los días estuvo a su lado, envolviéndola suavemente, dejando de ser él mismo para fundirse en ella. Conoce su piel como ningún otro, y ama a aquella mujer desde el primer día, cuando se derramó en ella, con el beso escurridizo del primer contacto.
Sabía que ella volvería, y besaría una vez más su nuca, sus muñecas, sus senos… Pero también que, una vez más, estaban condenados al fracaso sus intentos de embriagarla para ser el único.
Por eso hoy, cuando la retina del espejo burlón reflejaba la imagen de los ojos de la ingrata buscando a otro mientras lo rozaba distraída, la rabia ha estallado rompiendo sus barreras. El frasco de perfumese ha roto en mil pedazos, destruyéndose para herirla. Con furia ha mordido su fina piel. Y, a través de pequeñas heridas, se ha transformado en la esencia que penetra sus venas en busca de su corazón.
A FALTA DE PRUEBAS
Fue un crimen perfecto, y no pudieron condenarlo. Para él había sido fácil matarla de aburrimiento.
DEFENSA PROPIA
Alego defensa propia, señoría. Él robaba mis sueños, y pisoteaba mis ilusiones. Sólo yo sé lo difícil que fue atravesar su corazón, sin dañar el otro que latía a su lado. Era el mío, el que un día le entregué.
VOLUNTARIAMENTE
Vivo en un pueblo de suicidas. En algún momento todos nos matamos. Por primera vez he pensado cuál va a ser la fecha en que lo haga yo. Ahora, cuando se inicia la cuenta atrás, sólo me preocupa que, llegado el momento, no me tiemble la mano.
INTERROGANTES SIN RESPUESTA
¿Mueren las ideas? ¿Muere algo que no existe fuera de la cabeza? ¿Mueren ilusiones o teorías? La ventaja es que, al no haber cadaver, no hay delito.
Thomas de Quincey estudió "el asesinato considerado como una de las bellas artes". Yo no aspiro a un crimen hermoso, sino a que su muerte no se lleve todo lo bello que hay en mi vida.
FANTASMA
Murió. La embalsamadora hizo un buen trabajo. Cubrió heridas, escondió cicatrices, perfumó la podredumbre. Incluso fabricó un sarcófago seguro y casi confortable.
Si te encuentras con ella puedes ahorrarte las balas, frenar el brazo que apuñala, o detener las manos de ahogan. El trabajo está hecho.
SIN RAZÓN
Primero la enmudecí. Después esquivé su mirada inquisitiva, e ignoré sus consejos. Podría haber actuado de otra forma, pero cerré los ojos y terminé con ella.
Asesiné a la razón. Mi cómplice brindó conmigo, y todo fue más fácil.
CONSECUENTE
“No tengo nada que alegar. No hay excusas ni explicaciones. Lo hice. No me enorgullezco de ello, ni me arrepiento. Acepto el castigo que la ley me imponga, pero podéis ahorraros los reproches y las preguntas. Decidí, y asumo, sin golpes de pecho ni meas culpas, las consecuencias de mi acto.”
El homicida dejó de escribir, mientras pensaba en la pregunta que flotaba en el aire: “¿Volvería a hacerlo?”
AULLIDOS DESDE ZOMBIELAND
Sin dejar de apuntar a Mary, Frank cargó una vez más la recámara de su arma. Los ojos de ella le devolvían impasibles la mirada, y de sus labios, paralizados en una mueca burlona, brotaban flores rojas perfumando el aire de dolor. Recorriendo su cuello, letras carmesí envíaban su último mensaje: "Lo siento cariño, ya no puedes volver a herirme porque estoy muerta".
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COBARDÍA LÚCIDA
A veces logro amordazarla.
A veces logro ignorarla.
Pero siempre, ¡maldito efecto boomerang!, vuelve.
COBARDE.Veo la sentencia escrita por todas partes. Hay miradas que lo trasmiten. Palabras, que disfrazan el pensamiento. Y sobre todo, lo siento yo oprimiendo el pecho, anudando el estómago, y navegando en el agua de los ojos.
COBARDE, sí. Pero existen los barrotes de carne, hueso y sentimientos. Y el diablo muestra el contrato que un día firmé, mientras un ángel duro y justiciero enarbola una espada flamígera impidiendo mi entrada en el paraíso.
COBARDE, entro en el bunker. Reparo las grietas del muro, y las refuerzo. Busco la compañía de los solitarios, dentro de las historias que otros crearon en sus propias prisiones. Y sobrevivo, a la espera de un milagro.
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INSOMNIO
Estoy haciendo tiempo evitando verme nuevamente a solas con él. La idea de una noche más me produce escalofríos. Intentaré evitarlo refugiándome en un mundo literario, pero mientras yo imagino los campos del medio oeste de Estados Unidos, él se irá acercando. Me recordará que es paciente, que no tiene prisa, y que no puedo rehuirlo.
¡Cómo desearía apoyar la cabeza en una almohada blanca y fría, y olvidar angustias, e incluso deseos! Sólo quiero la paz blanca de una noche sin él. Pero sentiré su abrazo duro y seco. Implacable, pasará revista a la retahíla de sueños rotos e ilusiones enterradas, y el reloj marcará, hora a hora, una noche más de sabanas revueltas, testigos de mi impotencia para hacer frente al insomnio que devora mi energía apagándome