Una
de las frases más manidas que circulan como ejemplo de una verdad demostrada es
la que dice que el criminal siempre regresa al escenario del crimen. No soy un
criminal, no hay crimen, no hay escenario, pero podría aplicarme esta especie de aforismo,
porque aunque ahora la llamémosle “vida real” me ancla con fuerza a la tierra,
una imaginación tan rebelde como poderosa sigue exigiéndome el tributo de
juntar letras que den forma a las historias y vistan las imágenes que me
regala.
No
he escrito desde hace casi un año sin
más motivo que un miedo encubierto de pereza a la pantalla. Pero persiste la necesidad de liberar una voz que, más allá de las frases que anuda al día a
día, dé visibilidad con sus matices, contrastes y coherencia a la mujer que
existe tan real como ajena a esa tarjeta en la que una serie de números y un
nombre la identifican ante el mundo.
Llueve
y, en un mundo vestido de gris, protegida por mi paraguas rojo, sigo buscándome
en fragmentos amasados de palabras.