Quién soy

En un mundo imperfecto, yo no soy la excepción

viernes, 23 de noviembre de 2012

Alma de bolero

¿Conocer el diagnóstico es un primer paso para la curación?

Con un estado anímico por los suelos, una tristeza que borra las alegres gotas de Chance  con que me perfumo y una mirada tan nublada como si tuviese cataratas, me dedico a centrifugar ideas. De acuerdo con la máxima de “pienso, luego existo”, evidentemente soy un ente (podría hacer la gracieta de añadir “procedente de un planeta diferente”, pero hoy estoy en modo austero y, por tanto, tonterías las justas).

Pensando y repensando (por si se me escapa alguna idea en las alas de los pájaros que habitualmente anidan en mi cabeza) llego a la siguiente conclusión: Tengo alma de bolero. Esa es la cuestión. Llego yo solita, sin Holmes, sin Poirot, sin Phillip Marlowe… Yo misma, acodada en mis circunstancias, he llegado a tan sesudo razonamiento.

Me explico. No soy melodramática. No siento que muera de dolor, ni me cueste respirar, o que me duela la piel en el vacío. De ser así habría pensado que poseo alma de tango.

Tener alma de bolero es diferente. El bolero habla de sentimientos que envuelven y afloran en una lágrima que escapa rebelde. En el bolero las mariposas estomacales siguen  aleteando porque no quieren morir, por más que la razón informe que tienen los días contados,  mientras posibilidad de una vida tibia no basta para fundir el hielo que cubre un corazón incapaz de frenar sus latidos desbocados.

Y yo proclamando que no tenía alma, cuando ella canta canciones de amor, de sendas tropicales, piel canela, ojos negros, sabor a otro… Y mi pobre alma, que canta desafinado,  por mucho sufra no se arrepiente de nada.

Tengo el diagnostico, el mal, pero también el alma. ¿Qué narices voy a hacer?

jueves, 15 de noviembre de 2012

My sexy man

Abro el correo y encuentro un mail: “La mujer madura”. Aunque quien lo remite es amigo mío y  lo hace en plan piropo, mi primer pensamiento ha sido “Lo mato”. Se trata de uno de esos archivos que se pasan con ínfulas de positividad (¿por qué word me subraya la palabra? ¿será que no existe con lo bonita que es?) cuyo objetivo es convencer al mundo de algo tan evidente como que las mujeres maduras son maravillosas.

Como estaba floreando en la red decidí echar un vistazo a  la página de inicio de hotmail, y mis frívolos y miopes ojos se detienen en la siguiente noticia: “Channing Tatum ha sido nombrado el hombre más sexy del 2012 por la revista estadounidense  especializada en celebridades e historias de interés general,  People.” 

¿Quién es Channing Tatum? Ilustra el texto el rostro de un atractivo treintañero moreno. Hay más fotos de otros guaperas. Descubro que no sé quienes son la mayoría de ellos, y ni siquiera los encuentro sexys. ¿Qué me pasa? ¿Tan mayor y desfasada estoy con respecto a hombres? Voy a google imágenes, escribo el nombre del adonis… Un chico muy guapo sí, pero… no.

Como diría mi madre, soy “pobre y delicá”. En este caso añadiré que “madura y exquisita”. Vale… añadimos peculiar, porque sigo con mi ideal de hombre BCC, ya que, como diría mi querida amiga y rubia favorita, Inma,  los hombres que me molan tienen barriga, además de corazón y cerebro.





Nota: ¿Hace falta que diga que Rod tampoco me va?

martes, 13 de noviembre de 2012

Modus amadi

De entrada puedo afirmar que soy más tonta que Camilo Sexto. Si el de Alcoy cantaba al mundo  “Siempre me voy a enamorar de quién de mí no se enamora” y ganaba una pasta gansa contando sus penas, yo -sin beneficios económicos- debí enamorarme en algún momento de la idea del Amor. Deseo encontrar lo que podríamos denominar un constructo hipotético, que es algo que se sabe que existe, pero cuya definición es difícil o controvertida.  ¿Os imagináis que relación se puede tener con un ente que se pasea por el mundo con ese nombre? Yo no podía buscarme un Juan, un Antonio o un Manuel. No, yo como las mulas… tozuda… a la espera del Constructo de mis amores.

Soy así. Hace tiempo decidí dejar de intentar saber qué caminos me han llevado a este lugar y simplemente vivir en él. El verano pasado leía un libro bastante divertido titulado “Con fines matrimoniales” donde una chica hindú relataba los esfuerzos de sus parientes por encontrarle pareja. Cuando su familia pide datos por fax de uno de sus pretendientes, ella les reprocha que solo se interesen por su cuenta corriente y su status laboral. El padre, flemático (no olvidéis la influencia inglesa) le replica: “Yo me fijo en cosas importantes, mientras que tú en que llevan calcetines blancos”.

Mis calcetines blancos han sido una forma de comer caracoles, un olor que empieza a molestarme, un comentario… Entonces se enciende la luz de alarma, activo el freno, y abandono un camino relativamente seguro  al final del cual, posiblemente, encontraría una vida confortable en compañía.

Hay quienes necesitan y buscan una relación.

Algunos, sin guardar la ropa y sin saber nadar, anhelamos sumergimos en el arrebato mágico de un Amor.


lunes, 12 de noviembre de 2012

(Mi) Ley innata de la existencia


Todos juzgamos. Reconozcámoslo o no, desempolvamos fácilmente la toga y empuñamos la maza justiciera. Algunos como Charles Bronson proclaman  al mundo eso de “Yo soy la Justicia”, y otros a lo Steven Segal desean un mundo exclusivamente regido “Con su propia ley”.

La mayoría creemos saber qué está bien o mal en la conducta ajena. La propia es un territorio vedado, un lugar secreto que miramos de reojo y que se rige por un código especial al que continuamente añadimos letra pequeña matizando nuestros porqués.

Recuerdo que mi padre, en largas tardes de centro comercial si hacía frío o parques llegado el buen tiempo, comentaba: “¡Cuántas gentes y ninguna cara igual!”. Es cierto, compartimos un diseño básico, pero los complementos son distintos. Somos únicos. Y a todos no nos gusta el marisco, la cerveza e incluso (¡¡¡¿cómo es posible y en un hijo mío?!!!) hay quien rechaza el chocolate. ¿Cómo entonces pretendo meterme en tu piel, tus vísceras o tu cabeza?

Individualista feroz (¡qué bien suena!), creo en unas normas de conducta que respeten la libertad ajena y enmarquen un territorio privado. Ahí estoy yo, con mis circunstancias, mi amasijo de miedos y sueños, y decreto una única ley marco que es sentirme lo mejor posible con la vida que tengo. 


jueves, 8 de noviembre de 2012

Tentaciones mundanas

Si el cartero siempre llamaba dos veces, tentando con mesas de cocina, rubias, y hombres pletóricos de testosterona; en el siglo XXI es el correo electrónico el que envía sus cantos de sirena a las naufragas frívolas como yo.

El control del Gran Hermano de Orwell ha llegado a nuestras vidas. Compras un libro en Amazon y cada día te llegan ofertas que (¡¡¡¡sorpresa!!!!) incluso incluyen baterías de cocina (seamos lógicos… ¿leo o cocino?), mantas de sofá (tengo y a pares), y no sé cuántas cosas más que ignoré porque otro correo me lanzaba sus redes. Nunca he comprado nada en Destinos Lets Bonus, pero como siempre se abría la ventanita ofreciendo su información periódica de súper ofertas un día acepté (tengo un lado facilón, qué le vamos a hacer). Ahora estoy muy bien informada sobre spas, románticas cenas, escapadas de ensueño, y rutas gastronómicas que no puedo permitirme.

Hace poco alguien me comentaba que era una pena que no fuese religioso porque tendría la opción de huir del mundanal ruido en un monasterio. Hoy la idea revoloteó por mi mente. ¿Podría yo retirarme a la tranquila y ascética vida monacal? Muy espiritual no soy, pero podría intentar buscar un sentido de la vida en las blancas paredes de un claustro. Hablo por los codos, y sería dura una vida silenciosa, pero me quedaría la opción machadiana de conversar conmigo misma. La frivolidad de ropas, tacones y cremas quedaría en el olvido, sustituida por austeros hábitos, calzado con diseño austero y agua (¿bendita?); y en medio de vida tal ¿quién pensaría en usar perfumes pudiendo oler a santidad?

El problema que se me plantea es qué haría yo en un convento. No sé cantar. No sé coser. No se me da bien la repostería. Ni siquiera podría ser una especie de Sor Citroën ya que no conduzco.

Vuelvo a mirar el correo. Mira que me gustaría ir al Spa  del Algarve, o caminar por Lisboa aunque no sea a ritmo de fado. Sevilla, Bilbao, Ámsterdam, Madeira… El mundo pecador espera mis tacones, aunque él y yo de momento tendremos que esperar que llame a mi puerta esa loto ganadora que, sin duda, figura en mi destino.







martes, 6 de noviembre de 2012

ANTROPOLOGÍA EMOCIONAL

Abro el correo y descubro que Amazon tiene el detalle de recomendarme libros basándose en mi historial de compra, consistente en un único libro titulado “El koala asesino”. La librería on line ha decidido que me interesan los libros de humor, cosa relativamente cierta, y relacionan varios que consideran de mi interés. Evidentemente no me conocen o sabrían que no me gustan las recopilaciones de chistes (ni los chistosos) o  Tintin. Entre los libros seleccionados figura el de una presentadora de televisión decidida a cambiar el príncipe azul por un lobo feroz. Ella parece tenerlo claro, yo no. No me va la realeza, pero tampoco la fauna. Y,  como hoy llueve y el día se presta a la reflexión doy vueltas al asunto mientras  archivo expedientes intentando  a la par ordenar mi cabeza.

Príncipes nunca he buscado. En ningún momento me ha interesado ese tipo de hombre que coloca alfombras bajo los pies, baila contigo en una gran sala bajo arañas de cristal de bohemia (prefiero la  complicidad de estrellas lejanas sin nombre en la intimidad de la noche), o él que contemplando tu mundo desde su blanco caballo  decide  ser tu salvador (?) y cambiar tu vida. No sé por qué, pero los príncipes azules se me antojan pedantes, engreídos, soberbios y sumamente aburridos.

¿Serán los lobos la otra opción? En mi caso rotundamente no. Si me dan miedo los perros, gatos y demás fauna domesticada, imaginad un lobo aullador de afilados dientes y mirada salvaje. Eso en el caso de lobos auténticos, porque hay mucho perrillo faldero con ínfulas de depredador.

Otro día repasaré arquetipos masculinos: poetas, cowboys solitarios, truhanes, piratas, bohemios, ambiciosos… Pero creo que sé qué tipo de hombre es el mío. Cada día lo despierta un reloj tirano, trabaja ocho horas o más, le brota una risa limpia del centro del  corazón y, aunque arrastra cansancio y desencanto, aún es capaz de intentar que lo improbable sea posible.