Quién soy

En un mundo imperfecto, yo no soy la excepción

martes, 30 de abril de 2013

Penélope



Hoy, que soy  yo quién busca el camino hasta Ítaca, recupero este texto que brotó tiempo atrás, cuando transitaba el sendero de esa otra vida que también fue mía.


Y…, vale, porque soy supersticiosa y no quiero dejar 13 entradas en abril.

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PENÉLOPE


Cada mañana de sábado tenemos una cita. El café es lo suficientemente amplio para dar cobijo a ocho mesas redondas, un perchero, la máquina de tabaco y la de frutas con premio, donde la gente pierde sueños y monedas. También hay una mesa alta, en el rincón junto a la puerta. Ya sabes que prefiero sentarme al fondo, allí pienso en ti.

A veces abro un libro, como coartada, pero en realidad te escribo cartas, o continúo la epístola interminable que llevo redactando toda mi vida. Porque siempre has estado conmigo ¿sabes? Te he presentido en noches en vela, tardes oscuras y mañanas amargas. Pero también en noches luminosas embellecidas por lunas soñadas, tardes doradas y fragantes, y mañanas pizpiretas y chispeantes. Tú, siempre tú, el compañero de mis pasos, cansados o ligeros. Tú, siempre tú, la mano que acaricia o rescata. Tú, siempre tú.

¿Cómo serás amado desconocido? ¿Cuántos matices tendrá tu voz? ¿Cómo se iluminarán tus ojos cuando sonríes? ¿Qué sombra invade tu frente cuando estás triste?

Tú, querido mío, tampoco me conoces. Pero, como yo, intuyes que alguien espera encontrarte.

Cada mañana de sábado, en el café París,  junto a la oficina de correos de Ítaca, Penélope aguarda.










lunes, 29 de abril de 2013

Donde habita el olvido...

Acabo de leer este poema de Karmelo C. Iribarren:

COMO UN PARAGUAS ROTO

Y cuando no me miras
me quedo solo
como ya no recordaba que pudiera estarlo.

Como un paraguas roto
en una esquina
un día
de sol

no sirvo para nada
y se nota mucho.



He recordado lo que es sentirse nada cuando formas parte del olvido de otro.

Bajo mi paraguas rojo  escucho  el amenazante alud  de recuerdos emboscados que, traicioneros como nieve de abril, aún pueden helarme el alma.




miércoles, 24 de abril de 2013

Vocablos



Le gustaba su nombre dijo, pronunciándolo en castellano: Manuel. Más tarde ella le habló del otro Manuel, aquel novio de juventud de paseos por el parque, domingos de cine y besos clandestinos en el portal. Había sido su primer amor y, treinta años después, su piel conservaba el recuerdo de las primeras caricias.

Manel fue su último amor, el  compañero leal que siempre permaneció a su lado, el amante paciente que recuperó a la mujer escondida.

Fueron felices. Cuando él hablaba de la suerte de haberse encontrado, ella asentía sonriendo y mirándolo con tanta ternura asomada en los ojos que el corazón del hombre galopaba desbocado en su busca.

Por más que luchemos por  atraparlo, el tiempo no se detiene. Ineludible llegó el final. Ella se iba… y un nombre despidió el aliento de sus labios.

Él la  lloró, desolado e impotente.  Juana, la tozuda castellana, finalmente se le entregaba amorosa en  las dos sílabas que, orgullosa y juguetona, siempre se había negado a  ofrecer: Ma-nel.


lunes, 22 de abril de 2013

Llanera y solitaria

Acabo de mirar en facebook fotos de gente que participa en grupos. Una de ellas me ha llamado la atención. Todos levantaban las manos y ponían caras alegres. Decidme borde y envidiosa, pero he pensado inmediatamente en un rebaño. Lo siento, pero ha sido así.

En mi descargo diré que últimamente pienso mucho en ganado. No es que me sienta pastoril o me pregunte cómo me iría en un  entorno bucólico y rural. Estoy leyendo una novela bastante original titulada “Las Ovejas de Glennkill” y no puedo evitar sentir fascinación por las reses rebeldes: el negro carnero Otello, la inquisitiva y deductiva Miss Maple, o la libre Zora que contempla el mundo desde la soledad de su peñasco.

Hace poco alguien me dijo que era muy independiente. Me pregunto si lo soy. Crecí a la sombra de un antimantra materno “¡Qué inútil es mi Mari!” . Ahora, por más que me gane la vida y -como   Jane en su selva- sea una superviviente del día a día, no termino de reconocerme fuerte y segura; por tanto, no lo soy.

Mi anarquía se pasea en la libertad de no pertenecer a ningún grupo, aunque pueda  relacionarme fácil y tangencialmente con algunos. Nunca fui a un club, jamás he militado, a veces desaparezco en mis silencios…

Sé que necesito de otros, pero he aprendido a tejer mis propias lianas y abrirme paso en la jungla -con navajas en la liga a modo de machete-, dejándome trozos de piel y de aliento, sin  por ello dejar de caminar.


jueves, 18 de abril de 2013

Pilar y Pedro/Pedro y Pilar

Nunca los vi como una pareja perfecta. Ella le recriminaba mil cosas: su mal pronto, su falta de serenidad, su impaciencia… Él hubiera deseado una compañera más alegre, una mujer que cantase, bailase alguna vez y, cómo tantas veces le pidió sin conseguirlo, pintase sus labios de rojo.


Los enfados sacaban a la superficie sus diferentes caracteres. Él, pasado el arrebato, olvidaba con facilidad. Era ella quién guardaba,  alineados e impecables como en primer día,  en el armario de la memoria, los agravios y disgustos que tanto la hacían sufrir y de los que invariablemente lo responsabilizaba.


Viéndolos convivir yo pensaba que no se amaban. Incluso dudé que hubiese habido amor alguna vez entre ellos. Ambos respetaban los términos del contrato. Él aportaba el dinero que garantizaba el sustento de los suyos; ella cuidaba de él, de los hijos y de la casa.


El tiempo habla, es cierto. Años después reconocí mi error, y descubrí cuánto afecto había existido entre ellos. El suyo era un amor sin gestos románticos,  sin otra banda sonora que las conversaciones del día a día,  pero real.


Cuando ella se fue apagando él intentó iluminar sus sombras, negando deterioro, justificando olvidos y llorando, con la rabia y la impotencia de un niño desolado, sus ausencias intermitentes, heraldos de un adiós definitivo. La cuidó cuanto pudo, entre reproches, caricias y miedos. Cada día la lavaba con esmero y recorría, con sus pasos cansados un buen trecho hasta el supermercado que vendía el único yogur que ella, atrapada en una niñez caprichosa, aún aceptaba comer. De vuelta, procuraba desviarse del camino hasta algún jardín donde robar una flor para aquella que la vida y la muerte le iban arrebatando.


Ella, por su parte, borrados recuerdos y muchas emociones, lo seguía dócil, con ojos  en los que, al mirarlo,  brillaba como jamás lo hizo antes la adoración.


Los dioses del destino guardaron un átomo de misericordia para ellos. Él murió, roto el corazón de tanto usarlo,  antes de verla desvanecerse, deteriorados mente y cuerpo. Ella, que no llegó a saber que él no volvería, atrapada en un tiempo detenido, repitió  cada atardecer su nombre, mientras murmuraba “¡Cuánto tarda este hombre! ¡Cuánto le gustará la calle!”. Un día sus ojos dejaron de buscar la puerta por la que esperaba verlo llegar. No volvió a llamarlo. No reprochó su ausencia. Fue entonces cuando, atrapada en un cuerpo inmóvil y una mente perdida, encontró el camino que él había tomado y partió en su busca.



miércoles, 17 de abril de 2013

El amor en base a la física cuántica

El amor…

Se ha descrito como un pájaro que apenas se posa ya alza el vuelo, como un niño que juega a lanzar flechas con los ojos vendados, como mariposas en el estómago… Imágenes, poesía…

El amor no es ilógico, simplemente no lo entendemos y nos empeñamos en hacerlo. A ver… listillos ¿alguno de vosotros comprende la teoría de la relatividad? No mintáis, que somos de letras jajaja. Albert Einstein la desarrolló y la lanzó al mundo intentando explicar una serie de fenómenos que bien podrían dado de sí varios programas de Iker Jiménez. No entendemos sus fórmulas, pero las vemos escritas y avaladas por mentes en bata blanca y parece que nos tranquiliza un universo explicado en números y letras.

Y aquí llego yo, lega total en ciencias, romántica  y de letras, pero con mi teoría sobre el enamoramiento enraizada en la más pura, novedosa y abstracta de las ciencias: la física cuántica.

Medio plagiando la frase final de un anuncio de coches, que decía que todo cambio surge a raíz de una pregunta, diré que toda teoría nace como respuesta a un interrogante. El mío fue poco original, y por ende, compartido por bastantes habitantes del planeta tierra: ¿Qué hace que nos enamoremos de una persona en concreto y no de otra que, posiblemente, sería más afín y complementaria a nosotros? Cierto que Pascal lanzó aquello de “el corazón tiene razones que la razón no comprende”, pero yo quiero comprender; no sé… parece que sí entiendo lo que pasa -aunque no pueda cambiarlo- me quedo más tranquila.

Científica de andar por casa, sin bata ni nada, el sujeto-cobaya de mi experimento fui yo en mi hábitat natural, e intenté encontrar alguna respuesta a estos interrogantes:

-¿Por qué me enamoro?
-¿Por qué si el sujeto X reúne mayor cantidad de variables que convienen al sujeto Y (Yo) tiendo históricamente a no enamorarme de X y sí de Z?

Revisé los datos de que disponía viajando en el tiempo hasta mis 16 años y… hallé la respuesta. ¡Eureka! Ahí estaba la causa, tranquilizadoramente científica. No es que yo sea tonta, irracional, o que el humo de la pasión ciegue mis ojos, pero aunque sea todo eso no importa, puesto que nos enamoramos por culpa de la física cuántica. ¿No me creéis? A ver como lo explico mis queridos profanos. Todos, o casi todos hemos oído hablar de las cuerdas temporales, de las puertas de se abren pasando de una dimensión a otra: Stargate (película), Alicia en el País de las Maravillas (literatura, película, y alguna droga que tomaron, cada uno por su lado, Lewis Carroll y Tim Burton), o H.G. Wells (pura imaginación). Ellos contaron y reputados físicos demostraron (en teorías variadas e incompresibles para el común de los mortales) que unas cuerdas (?) se rompen alterando las coordenadas  espacio-tiempo abriéndose puertas a otros mundos y existencias que coexisten sin saberlo.

Pienso que en el proceso de enamoramiento se rompen algunas cuerdas y se abre una puerta entre dos desconocidos por la que fluye alguna especie de energía magnética que los impulsa irremisiblemente el uno al otro. Nada puede hacer el cerebro, la lógica, las normas, la experiencia… durante un tiempo indefinido un pasadizo secreto comunica dos corazones y en esa dimensión todo, por absurdo e improbable que parezca, puede pasar.



martes, 16 de abril de 2013

Alteraciones primaverales

La llegada de la primavera conlleva una serie de elementos añadidos: alergias (felizmente yo soy tan urbanita que solo tengo alergia a un elemento elaborado, las sulfamidas), enamoramientos, michelines clandestinos que salen a la luz…

Se transforma el paisaje, renovamos el armario, y nos planteamos cumplir los mismos propósitos que olvidamos a partir del 2 de enero. No sé qué prenda emblemática acompaña las jornadas primaverales masculinas; pero sospecho que, de haber alguna, nunca sería tan antipática como los supuestamente sutiles pantys de verano (aunque sea un extranjerismo llamemos a las cosas por su nombre y no son medias, que son enteras). Si hay parentesco entre prendas, ésta debió nacer de la coyunda entre de la faja soras color carne y el sujetador de espaldilla que lucían nuestras madres y abuelas. Fijaos que su color la delata; por más que diga “arena del sahara”, “duna” o “amanecer en Trípoli”, es pura palabrería, y el suyo es el color carne de toa la vida.

Descubierto el origen de su nacimiento se comprende el efecto que producen en el cuerpo femenino y, me temo, las consecuencias que tiene su contemplación en el masculino. Ya puedes cubrir tus turgencias con un maravilloso conjunto de Agent Provocateur, la elegancia de La Perla, o ser una práctica Woman Secret. Los pantys anularan cualquier asomo de sensualidad. De hecho yo sospecho que su fabricación está subvencionada por el sector preconciliar del Vaticano.

Lo he comprobado esta misma mañana. Básicamente conjuntada en noir, canturreaba feliz a mi reflejo pensando que un verano más podré permitirme el bikini cuando ellas (las medias) o ellos (pantys) han invadido mi cuerpo. ¡Madre mía, eso si es un cambio radical! Lo malo es que no me queda otra que cubrir las piernas blancas tras el encierro invernal. Conjuntada sí, pero adiós a la sensación  “activia lencera”  de sentirse bien por dentro que me producían intimissimis y demás. Aún hace fresco para lucir en libertad mis extremidades inferiores, por otro lado impúdicamente palidas, y no me sirve la opción que posiblemente planteen algunas mentes masculinas, porque solo si te llamas Pija Bajini y eres porno star es posible que vayas al trabajo con liguero.




viernes, 12 de abril de 2013

TOCATA DE TRISTEZA SIN FUGA


Confieso que estoy cansada. El mío no es un cansancio físico fácilmente vencido tras ocho horas de sueño. No, el mío es un desanimo que me invade intempestivo llenándome de modorra el alma y de nubes la mirada.

Acompañan a este hastío el mal humor que intento esconder, este desencanto con el que lucho y la vieja tristeza que insiste en abrazarme.

Miro por la ventana y veo un mundo lleno de luz que saluda a la vida, e intento racionalizar este bajón anímico. Será astenia primaveral, será que la semana ha sido complicada, será que me duelen pequeñas incomodidades y me vacían algunas ausencias.

Y, mientras me sumerjo en la melancolía que hoy viste estas letras, el sol de abril sigue brillando y proyectando sombras.





jueves, 11 de abril de 2013

El bolso y/o la vida

Si alguien se adentrase en el caótico universo de mi bolso e intentase averiguar qué tipo de mujer soy mediante las pistas que allí acumulo ¿a qué deducciones “sherlockianas” llegaría?

Una cartera verde (¿esperanza de dinero o casualidad?) desbordada de tickets de compras y tarjetas de fidelidad que, llegado el momento, nunca encuentro, desde la que me miran los ojos tristes de una mujer en un documento que me identifica y en la que me cuesta reconocerme, es la presencia imprescindible que busco antes de salir (materialista que es una). La acompañan el  estuche de las gafas de sol,  y  un coqueto monedero para esos céntimos que, en más de una ocasión, me solucionan el café de media mañana. Las llaves de mi casa son vecinas de bolsillo del móvil que me comunica con el resto del mundo. Y no olvidemos el paquete de pañuelos, un libro (siempre), la muñequera para la inflamación del metacarpo (circunstancias laborales), caramelos, algún bolígrafo Bic cristal escribe normal (no en mis manos jajaja),  y varios papeles garabateados de frases que un día llegaron contando historias…

El curioseador de mi bolso también encontraría un pequeño neceser donde llevo todo lo necesario para transformar mis ojos mediterraneos en faraónicos, los labios en  sugeridores e iluminar las mejillas con el más apropiado y candoroso de los rubores, alguna muestra de perfume que acompañe sutilmente mis caminares, y un cepillo que, si bien  no controla los pájaros de mi cabeza, si mantiene a raya mi corta melena a lo Amelie.

¿Aún podría pasar el test de la normalidad?  ¿Y si os digo que llevo unas medias por si las carreras? ¿Y si os hablo de los clips clandestinos que okupan el fondo del bolso? ¿O de la pequeña herradura que un día compré en una tienda de chinos confiando en atraer la buena suerte?

¿Os imagináis cómo soy? Si es así, si tenéis algunas respuestas, ¿querríais  compartirlas conmigo que tengo tantos interrogantes por resolver?


martes, 9 de abril de 2013

Futuro imperfecto

“Tengo una cita” canturreaba mientras se miraba en el espejo, los ojos brillantes, la sonrisa feliz, el gesto alegre de quién no teme al futuro.
“Tengo una cita” repetía mientras cepillaba su pelo.
“Tengo una cita” murmuraba a los vestidos alineados en el armario, esperando la llamada muda y cómplice de aquel de ellos dispuesto a acompañarla.
“Tengo una cita” susurraba al perfume cuyas gotas vertía en las frágiles muñecas y la vulnerabilidad de la nuca.
“Tengo una cita” anunciaba al mundo,  aferrada al andador que acompañaba sus titubeantes pasos de anciana perdida en otra vida, mientras caminaba ausente por los desolados pasillos del geriátrico.

Cada día los ochenta años de Pilar despertaban en veinte; tenía una cita, un futuro y el pasado solo era ayer.



lunes, 8 de abril de 2013

Se busca muso. Razón aquí.

Abril es un mes extraño. Hermoso, cambiante, inesperado… parece hecho para enamorarse o, al menos, pensar en el amor.

Decidida a vivir un abril romántico he pensado buscarme un muso, como hicieron Dante, Petrarca,  Boccacio o Lope de Vega, con sus Lauras, Fiammettas, Beatrices, Amarilis…  (Ya que me pongo a copiar actitudes lo haré a lo grande).


Si ellos sublimaron, yo también. Mi muso será el súmmun de la perfección a mis ojos. Lo imaginaré con barriga, corazón y cerebro, porque así me gustan los hombres. Será amable, considerado, educado, culto sin pedanterías, con fino sentido del humor y sobre todo será mi compañero de erráticos pensares, que para eso  lo diseño a mi antojo. Será él quien protagonice las escenas de amor que describa,  serán sus ojos los que brillen al conjuro de las emociones que cabalguen mis letras,  evocaré el timbre de su voz en las frases que le atribuya,  y será suyo el movimiento del cuerpo que haga vibrar el aire que respire.

¡Ay muso mío, de encontrarte, cómo  te amaría en tu imperfecta perfección!



domingo, 7 de abril de 2013

Sumando, restando, viviendo... (Feliz cumpleaños)


Hay días en los que tendemos a hacer un balance más exhaustivo de nuestras vidas, y los cumpleaños son una fecha propicia.

¿Qué pondríamos en la columna del debe? ¿Qué en la del haber? ¿Cómo quedaría el saldo de nuestra vida en ese momento?

Las vivencias y emociones no se contabilizan. Son tan cambiantes como el agua de un río. Un día, una hora, un minuto, un segundo… bastan para que cambie el entorno donde pretendemos movernos con relativa seguridad.

Escribo estas palabras porque hoy cumple años un amigo. Él dice que son muchos los años que acumula y, aunque no lo verbaliza, sé que estos días viste desencanto, rabia, y lo perfuman soledades. Estoy convencida que es un hombre bueno que intenta hacer las cosas bien, y se pregunta por qué hoy, en este ahora, su vida no se parece en nada a la que, veinteañero enamorado, imaginó.

La vida te da sorpresas, dice una canción y afirman numerosas sentencias populares. Sorpréndete siempre, Miquel, y camina, que más adelante hay lugares que no conoces, gentes que aún no has querido, y miles de emociones que volverán a hacer que te sientas vivo.

Feliz cumpleaños.
Feliz travesía.


viernes, 5 de abril de 2013

Sin lianas, pero siempre Jane.

Dicen que los sueños son la puerta por la que entra nuestro inconsciente y nos habla. El mío no se parece nada a mí yo consciente, pues si habla lo hace poco ya que no suelo recordar lo que intentó contarme. Lo  bueno es que -como sucede con esas personas calladas que un día rompen a hablar y sorprenden a los interlocutores captando toda su atención- cuando algún sueño despierta conmigo le doy vueltas intentando descubrir algo en él,  a mi peculiar manera centrifugadora buscadora de porqués.

La película onírica que recuerdo haber vivido anoche es sencilla. Escenario: una habitación, o mejor dicho, una especie de pasillo relativamente ancho, lugar de paso sin duda. Atrezzo: algunas sillas. Personajes: Bastantes extras anónimos, que en el sueño no eran desconocidos para mí, una de mis mejores amigas y mi persona.

No sé qué hacíamos allí, pero sí que estábamos esperando. La sensación era la misma provisionalidad que se respira en una estación de tren. De pronto algo cambió en el aire, una especie de vibración y todo el mundo buscó un lugar donde protegerse. Éramos como figuras de juguete en el cuarto de un niño, al borde de un tren que venía y podía arrollarnos si seguíamos inmóviles. Recuerdo mi estupor y como era incapaz de moverme mientras el resto se pegaba a los muros y se alejaba del camino del tren que se intuía cada vez más cercano. Mi amiga y yo nos encontramos en un rincón, expuestas en una especie de curva. No sé porqué una silla había dejado su espacio solo para una persona y fue mi amiga la que ocupó aquel lugar seguro, encajada y protegida, pero preocupada por mi seguridad me  insistía para  que buscase un refugio. Entonces vi una mesa diminuta y, de alguna manera, logré meterme debajo, como la más hábil contorsionista del Cirque du Soleil. Las personas del sueño se reían con mi ocurrencia y yo también. Creo que dije algo así como:

-         Sí, sí… muchas risas, pero de lo que se trata es de no morir.

No había dramatismo en aquellas palabras, solo una especie de adaptación ambiental. Allí doblada me sabía a salvo y era lo único que importaba. Sentía cerca la presencia de una amiga y el tren amenazador ya no podía hacerme daño. Reía divertida por lo absurdo de mi postura, pero feliz de haber encontrado un medio para sobrevivir.

No recuerdo más. Esta mañana pienso en el sueño como metáfora de mi postura existencial. Intento protegerme ante los sobresaltos y peligros que el hecho de vivir encierra. Cuento con personas amigas que sé que están ahí, pero ante todo sé que yo, más Jane que nunca, soy la responsable todos los actos que componen mi vida. Transito como puedo las sendas no marcadas que aparecen en cada momento, y he aprendido que el camino de cada uno es aquel que decide hacer cada día.




lunes, 1 de abril de 2013

Mateo


El texto que aparece a continuación, pertenece a una novela corta inacabada que, provisionalmente, titulé “Andantes”. La narración se sitúa en la España del siglo de Oro y  sus personajes son la gente que no apareció nunca en los libros de historia: labradores, mendigos, venteros…

Aquí Mateo, un músico trotamundos, cuenta su historia.


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Buscaron un rincón apartado y la voz suave de Mateo comenzó a narrar.

Nací en Corella, Navarra, segundo hijo de una familia perteneciente a la pequeña nobleza. Yo no quería seguir ni la carrera eclesiástica ni la de las armas, por lo que mi padre me mandó a estudiar a la villa de Alcalá de Henares. Vivía allí un tío, y se acordó que me alojase en su casa. Mi tío Enrique que era viudo y sin hijos me acogió con cariño, visiblemente complacido con mi compañía. Mantenía negocios mi tío con un buen hombre de la localidad,  Rodrigo Núñez, y frecuentaba su casa; pronto esa familiaridad se extendió a mí y así  conocí  a  su hija Elvira.

¿Qué decirte de Elvira? Podría describirte el color de su pelo o de sus ojos, pero bastará con que te diga que era una muchacha hermosa, dulce, buena y honrada. Simpatizamos y, tanto mi tío como su padre, no se opusieron a aquel cortejo discreto cuyo fin no podía ser otro que el matrimonio.

Mi vida tenía trazada su línea. Al término de mis  estudios  buscaría una colocación en la Corte, y Elvira y yo nos casaríamos. Mi tío me había nombrado su heredero, y mi esposa aportaría una dote generosa al matrimonio.

No me gusta pensar que las cosas pudieron ser de otra forma, cuando ya han sucedido. Los años me han enseñado que la vida sorprende a cada paso, y la mía fue totalmente diferente a la que yo preveía.

Criado en un pequeño pueblo navarro, lejos de la Corte y de distracciones mundanas, yo nunca fui hombre de tabernas ni de bullicios. Aprendí a leer, junto a mi hermano y otros vecinos, con los monjes de un monasterio cercano a mi casa. Mis lecturas fueron los libros piadosos y, más tarde, los libros de leyes.

En Alcalá había entablado amistad con un extremeño alegre amante del teatro que escribía sonetos. Comencé a frecuentar, junto a él, los corrales de comedias y tabernas donde los poetas declamaban, enardecidos por el vino  y la pasión, sus creaciones. Descubrí la magia del teatro, amiga mía, conocí e, inevitablemente, me enamoré de Manuela Castro.

Tal vez un hombre con más experiencia hubiese sido inmune a sus encantos. Yo, joven e inexperto, caí preso en las redes del hechizo que emanaba de ella igual que el perfume emana de las flores. No solo era la mujer más hermosa que jamás había visto, también era ingeniosa y vivaz. La imagen de su rostro enmarcado por unos rizos dorados y unos grandes ojos castaños me persiguió durante mucho tiempo, tanto en sueños felices como en oscuras pesadillas.

Manuela era una actriz que debía su fama más  a su hermosura que a su talento. La vida le había enseñado a utilizar sus armas y sabía rendir a los hombres con miradas y sonrisas. Yo fui su esclavo desde el momento en que la conocí. Quiero creer que ella también me quiso, pues consintió en casarse conmigo aún a sabiendas que solo era un estudiante y mi bolsa dependía de la buena voluntad de mi familia.

Aquella boda fue motivo de deshonra para los míos y de dolor para mí. Mi tío, abochornado ante su amigo, me repudió. Deje estudios y busqué colocación; pero sin recursos y sin relaciones, poco podía esperar en el avispero de la Corte.

Apagado el fuego de los primeros meses, comprendí que mi mujer no era la dama gentil y virtuosa que yo había idealizado y pronto nuestro matrimonio solo era un documento sin valor para ella y un yugo para mí. Manuela necesitaba halagos, joyas, atenciones y, sobre todo, la admiración de los hombres. Yo no quise ser el marido consentidor, pero tampoco tuve valor para lavar con sangre mi honor. Abandoné Alcalá, a la que era mi esposa y el país enrolándome, uno de tantos, en los ejércitos que cubren de sangre las tierras de Europa. No luchaba por una causa, luchaba para no pensar, para no volver a un país donde nada me ataba. Fueron años de horrores, miserias y dolor. Pude morir pero no lo quiso así el destino y cuando regresé a España me encontré con que otros si lo habían hecho, mis buenos padres a los que yo cubrí de deshonor y la mujer por la que lo hice. Cruzar el país sin rumbo era un destino tan bueno como cualquier otro para mí. Hice algunos amigos, me dejé atrapar en ligeros amoríos y, aunque peligré más de una vez, sobreviví.