Quién soy

En un mundo imperfecto, yo no soy la excepción

domingo, 31 de marzo de 2013

Reina de Jotas


Invariablemente se presentaba con unos minutos de retraso. La acompañaba un aroma de calle mezclado con la levedad de un perfume que aprendió a identificar con ella.

Las primeras veces se limitó a tomar notas, sin dejar de etiquetar sus palabras como delirios. El distanciamiento profesional no le impidió seguir con curiosidad aquel entramado de nombres y relaciones que ella desgranaba cada semana.

Afirmaba que, por un extraño azar, solo entablaba relaciones con hombres cuyo nombre comenzaba por jota, y tendía a profundizar si el nombre  era compuesto, tal vez –siempre según ella- un reflejo subconsciente de su tendencia a complicarlo todo.

Comenzó hablando de Jorge, luego pasó a Joan Marc, más tarde vinieron José Javier, José Ángel, José Manuel, Juan Alfonso, Juan Salvador y Juan Jerónimo. Fue a raíz de un comentario divertido sobre este último nombre cuando la miró de otra manera, viéndola al fin. La mujer anodina desapareció y emergió la dueña de una fantasía tan poderosa que llegaba a ser real y, por primera vez, el serio y reputado psicólogo dudó de su diagnóstico y se preguntó si aquellas historias absurdas que ella relataba como ciertas encerrarían algo de verdad.

A partir de aquella tarde, el terapeuta desaparecía de la consulta cuando llegaba ella. Era el hombre quien  asistía, entre expectante y celoso, a sus narraciones con el Jota de turno,  estudiando su forma de moverse y la manera en que sus manos dibujaban caminos en el aire, mientras el  frecuente campanilleo de su risa llegaba a ponerle un nudo en la garganta.

Aquella tarde un cielo plomizo oscurecía la pequeña sala, testigo de tantas confidencias, miedos y mentiras, y un relámpago iluminó violentamente el espacio que compartían. Habría esperado que una mujer tan vulnerable se estremeciese con la proximidad de la tormenta, pero ella no se inmutó. Fue entonces cuando deseó, con una violencia que le sorprendió, alterarla con la intensidad de un rayo, y en medio de una de esas frases que saltaban continuamente de sus labios, buscó su boca.

Posteriormente, al analizar aquella locura de la que fue correlato, aquella transgresión de su ética profesional, no pudo menos que sonreír a la evidencia escrita, como una premonición, en el nombre que lo identificaba como Julio Miguel.







jueves, 28 de marzo de 2013

Historia de un hada


Era un hada traviesa, menuda y pizpireta. Le gustaba flotar en el aire y dejar caer pequeños destellos de ilusión en la vida de los mortales.
Para ella, era reconfortante arrancar una sonrisa, un brillo en los ojos, poner un poquito de fantasía e ilusión…

Hubo un tiempo en el que sentimientos como el amor y el dolor fueron compañeros suyos; las pérdidas destruyeron pequeños mundos… Rota, buscó un refugio. Lo encontró en un mundo de fantasía donde lo improbable es posible, los sueños flotan en el aire y el dolor es ajeno.

Nuestra hada estaba contenta, reía, canturreaba… La vida era fácil en su mundo. Nada podía dañar su corazón, porque lo había perdido al dejar de ser humana.

Pasó el tiempo.

Una fría tarde de invierno, el hada se perdió. La oscuridad era grande y buscó alguna luz, descubriendo escondida en lo más frondoso del bosque una casita llena de luz. Atraída por los destellos y el calor de aquel lugar,  se deslizó dentro.

Flotando por el aire, recorrió aquel lugar diferente a cuanto conocía. Estudió las pinturas, curioseó extraños pergaminos, acarició hermosas estatuas…

Aquel lugar tan especial era el hogar de un poderoso mago, pero el hada no lo sabía. Enamorada de aquella paz y de aquella luz, decidió volver cada tarde y vivir unos momentos en medio de tanta belleza. Generosa dejó un mensaje al habitante de aquel lugar. Le ofrecía concederle un deseo diario si él le permitía visitar su refugio.

Cuando el mago leyó el mensaje sonrió. Él ya conocía a la pequeña hada y hacía tiempo que esperaba su visita. Aceptó el trato y así fueron pasando algunos días. El mago se divertía haciendo pequeñas peticiones que el hada, que se definía a sí misma como cumplidora, se apresuraba a hacer realidad.

Un día el mago dejó una nota al hada. Podían encontrarse al atardecer en la casita luminosa si ella quería. Ella, que además de traviesa era sumamente curiosa, aceptó. Aquel atardecer no entró en la casita a través de ninguna rendija; comedida y educada, llamó a la puerta y el mago le franqueó la entrada invitándola a pasar.

-¿Qué es ese sonido? –preguntó el hada.- Sé que no es rumor de fuentes, ni canto de aves… pero es tan hermoso como ellos.
-Música –respondió el mago.- La hacen los humanos.

-¿Los humanos?

-Sí, la raza humana es capaz de destruirse entre sí, pero también de crear música, poesía, belleza… Todo lo que te atrae de esta casa está hecho por humanos. ¿No lo recuerdas? Tú fuiste una de ellos.

El hada cerró los ojos. No quería recordar un tiempo lejano en el que el dolor había estado presente, pero aquella hermosa música y las palabras del mago habían abierto puertas… Lágrimas retenidas durante mucho tiempo se deslizaron por sus mejillas.

-No es malo llorar –le dijo el mago.- La vida es una búsqueda de la paz y la belleza en medio del dolor, el ruido, el miedo…

-Lo recuerdo… -dijo el hada.- Recuerdo un mundo que hacía daño. Yo abandoné ese mundo.

-Y al abandonarlo renunciaste a muchas cosas, pequeña. En la vida hay dolor y fealdad, pero todos podemos alcanzar la paz, el amor y la belleza. ¿Quieres seguir renunciando a la música, a las risas, a las caricias, a las miradas...? Aquí no sufres, pero estás sola, en el mundo de los humanos podrías encontrar las manos amigas que necesitas, compartir risas y llantos… En el mundo al que perteneces estarías viva, mientras que aquí tu existencia es producto de una fantasía que en cualquier momento puede dejar de ser.

-Tengo miedo –dijo el hada.

-No temas. Yo estoy aquí, un reducto de luz, de arte, de armonía, de paz… Siempre que me necesites me encontrarás y prometo acompañarte en tu camino si éste es duro y escabroso.

El hada dejó la varita mágica en el suelo y avanzó hacía el mago.

-Ayúdame –pidió.

-Puedes hacerlo –le dijo él y abrió una puerta secreta, casi escondida, al fondo de la cual se veían casas y se oían voces.- Ve allí. Regresa a tu mundo e intenta ser feliz. No renuncies a sentir, aunque a veces llegue el dolor. Tienes que vivir, y hacerlo sabiamente, buscando aquello que te haga mejor y más dichosa.

El hada cruzó la puerta.

Al otro lado, en un lugar del mundo real una mujer volvió a vivir.





Nota: Este texto fue escrito hace algunos años. Fue el primero de mi reconciliación con la escritura, y es posible que tenga algo de mágico porque me llevó a la "cocina de las palabras" donde un señor, supuestamente pelirrojo y nasiopahcrivi, destilaba poesía.








domingo, 24 de marzo de 2013

La Repanocha (Culturetas de la Güerta)


Los cuatro miembros (de momento, que estamos abiertos a posibilidades e imposibilidades jajaja) del grupo comenzamos a reunirnos frecuentemente en los últimos tiempos. Nuestro pegamento super glú era la amistad y aficiones comunes diversas orbitando sin pretensiones alrededor del planeta de la cultura. Comenzamos a ir al teatro, aprovechando que en la ilustre villa de Jumilla hubo cierta actividad a partir de febrero, a presentaciones de libros conocidas al azar, a comer juntos conversando de lo humano (mucho) y de lo divino (algo), y a proyectar actividades con único denominador común: pasarlo bien.

Denominarnos “Culturetas de la Güerta” fue solo añadir unas palabras cariñosas a las muchas que nos hemos dicho. Proyectar un grupo con ambición de seguir y crecer fue fácil entre iguales. Y aquí estamos…

Joaquín, http://afectoefecto.blogspot.com.es/, fue elegido por unanimidad presidente del grupo, por algo es el más listillo en informática, amén de otras cualidades, por no hablar del respeto a las minorías (es el único varón) que debe abanderar cualquier grupo intelectualoide que se precie de serlo.


El resto del grupo se compone de tres féminas, tan diferentes entre sí, que se complementan:
Ana (Aurortris), http://auroratrisconsentimiento.blogspot.com.es/
Myriam (Lucy S) http://petalosepaloyespina.blogspot.com.es/
Y yo misma, Jane (Ángela).

Aquí estamos, aún conmocionados por los poemas de ayer. Sé de buena tinta que Joaquín está contemplando almendros en flor, y Ana y Myriam (como mujeres murcianas están buscando el perfume de naranjos preñados). Y yo, como soy mujer manchega, libre de perfumarme como quiera y urbanita incapaz de diferenciar el lenguaje de almendros y avellanos, escribo esta crónica inicial de una idea divertida que nació ayer, al calor de unas copas de cava rosado y el sol de Murciaquéhermosaeres,  bajo los auspicios del humor, la amistad, y esas inquietudes que nos llevan a ir descubriendo este mundo nuestro.

¿Alguien se anima a acompañar nuestros pasos?

Alea jacta est.


Nota: Como no encontré la impagable canción con la que la "poetisa de los almendros y cítricos preñados" nos deleitó ayer (nunca podré olvidar el éxtasis de la cara de Joaquín), aquí dejo el himno del Liverpool.







miércoles, 20 de marzo de 2013

Palabras que nunca llegarán

Hay cartas que uno comienza cada día. Escribe párrafos al despertar a la realidad que habita. Brotan las palabras, enlazando pensamientos, durante la más cotidiana de las mañanas. La melancolía teje frases a caer la tarde. Y el sollozo de un adiós que mata se escapa al cerrar los ojos.

Hay cartas de las que el destinatario jamás sabrá. Estranguladas al nacer, incompletas, absurdas, emotivas, locas, vulnerables, esperanzadas, apasionadas, amargas… Sin  amarillear, sin cintas que las agrupen, sin sobres con la frase “destinatario desconocido”  se van acumulando en el buzón del pasado.

Hay cartas que uno escribe durante toda su vida. Tenaz, el recuerdo, protagoniza la novela epistolar que jamás publicas y cuya autoría no deseas reclamar.

Hay cartas que, sin llegar a existir, son las más nuestras.



lunes, 18 de marzo de 2013

Nombres

Flotando en el vientre de mi madre los escuchaba hablar.

-¿Qué nombre le pondremos? –preguntaba ella, dejándole llevar la iniciativa a él.
-Alberto, como yo –contestó mi padre sin titubear, a sabiendas que, como sucedería durante toda su vida en común, su opinión se impodría.

Alberto fue el nombre que aparecía en la pulsera de plástico que me colocaron al nacer. Las enfermeras y la matrona también estaban de acuerdo con dicha elección.

-¡Qué cara de Alberto tiene!-habían exclamado mientras me lavaban.

Alberto, Albertito, Tito en la infancia para distinguirme del Alberto maduro y consolidado de mi padre, al que me parecía como una gota de agua a otra.
-Es igualito que tú –decían familiares y amigos.- ¡Qué cara de Alberto tiene!

La adolescencia trajo, entre otras rebeliones, la de buscar una identidad diferente al Tito infantil o el Alberto, a imagen y semejanza de mi padre, que no me sentía. Mi primer apellido es Gómez y, en un alarde ingenio, decidí convertirme en Al-Go.

En la universidad fui Gómez Illán, expediente 344489. En el trabajo el ingeniero de mantenimiento. Conocí a mi mujer y para ella fui “cariño”. Papá o papi me llamaron mis dos hijas. Y el resto del mundo siguió considerándome el Alberto en que no me reconocía.

El paso de los años trajo muchas aceptaciones y algunas renuncias. Perdí pelo, gané peso, y se acentuó el extremado parecido con mi padre.
-No podrás negar que eres hijo suyo –decían esos parientes, estancados de por vida en una vejez mantenida, que hay en todas las familias.- Alberto de los pies a la cabeza.

Mi madre sonreía satisfecha de haber cumplido tan bien la tarea de perdurar el ADN de su marido sin, al parecer, importarle qué sería del suyo. A veces apostillaba:
-Es igual que su padre hasta en las maneras.

A los 51 años yo era un señor estable laboralmente, felizmente casado y padre de dos jovencitas de 17 y 14 años. Mi vida transcurría sin más sobresaltos que los habituales y, aunque al mirarme al espejo, yo seguía sin reconocerme Alberto, había aprendido a disimular la perplejidad que sentía.

Me había plegado plenamente a lo que el mundo esperaba de mí, cuando un suceso inesperado modificó mi vida de esa manera absurda que todos imaginamos aún cuando la sensatez más elemental informa de lo improbable que es que suceda. Sin embargo, contra todo pronóstico, la pequeña posibilidad se había abierto camino entre lógicas y razonamientos, y me encontré acertante de un boleto de lotería millonario.

Convencer a mi mujer, que siempre había sido reacia a los cambios, me costó un tiempo, pero me vio tan decidido a transformar nuestras vidas que, finalmente, se contagió de mi entusiasmo.

El dinero abre puertas y allana caminos. Viajamos al extranjero y nos pusimos en manos de los mejores profesionales de la cirugía. No queríamos convertirnos en otros, sino ser finalmente aquellos que realmente nos sentíamos. Ahora yo soy una rubia feliz llamada Alicia, y mi mujer es un apuesto señor con bigote. La llamo “corazón” pues no se decide a elegir nombre. No quiero presionarla para que lo haga, pero lo cierto es que yo me enamore de ella porque, aunque me dijo que se llamaba Elena, yo siempre le vi cara de Luis.






Nota: Texto recuperado de Caleidoscopio, el blog en el que me fragmenté como Gondolilla.



sábado, 16 de marzo de 2013

Preguntas en complemento circunstancial


Sé que llevo un tiempo esquivando narrar las historias en las que arrastraría parte de mí Si escribo lo hago sobre sensaciones de paso, emociones ambiguas y/o compartidas. Me ciño el cinturón de la reserva y abrigo mi alma en un manto intimista pero sin intimidades.

A veces me asaltan las ganas de levantar el pie del freno y contar, gritar, compartir… Es fácil abrirse las venas del corazón frente a un papel o una pantalla… También da miedo exponer la desnudez a otros ojos, mostrar la tremenda fragilidad del esqueleto que sostiene nuestra existencia, trascender a las capas y adornos que nos ocultan.


Podría contar una historia lineal aderezada  con muchas otras. Quizás vendría bien airear algunas emociones. Tal vez sería bueno exhibir la desnudez más pura y llenar los pulmones para seguir.


Pero hoy, que se imponen el pudor, la reserva y la defensa de la propia vulnerabilidad, solo dejo mis preguntas, a las que doy respuestas cambiantes y siempre van conmigo.


¿Qué miedos siguen al acecho en mis esquinas?
¿Qué esperanzas aún se agitan en el poso de los desengaños?
¿Qué anhelos pelean con mis renuncias?
¿Quién soy?








jueves, 14 de marzo de 2013

Cadenas

Anoche soplaba un viento aullador, invitando al abrazo y al cobijo, que aún permanece en esta  mañana de sol. Ráfagas heladas barren las calles, despeinan cabezas, bailan con foulares, y rodean hombros y cinturas.


Sobre un aire desbocado llega la canción que acompaña el mail de un amigo. Es uno de esos correos que él, seguidor de cursos de desarrollo personal, acostumbra a enviar a su lista de contactos. Las palabras se encadenan en frases envalentonadas de libertad, afirmación, desarrollo…


Normalmente echo un vistazo, le  doy las gracias y borro, pero hoy una palabra me atrapa. No podía ser menos, la palabra clave es “cadenas”. Abro el enlace del video que acompaña el texto y un viento del pasado se me cuela en las heridas del alma donde aún puedo sentir el peso de los grilletes que frenaron mis pasos y el dolor de los labios tantas veces silenciados.


Hoy (a merced de tantos vientos como lleguen), porque rompí cadenas dejando jirones de mi vida en ellas, esquivo las  que podrían volver a frenarme, y desconfío de  aterciopeladas y falsas seguridades nacidas a la sombra de los miedos que nos aprisionan





martes, 12 de marzo de 2013

Irreflexiones... sin más


La palabra felicidad aparece por todas partes. Invade nuestras vidas. La palabra… La sensación no;  al contrario, la infelicidad se palpa en el aire.

¿Cuántas personas conocéis que sean felices? No me sirve que en recuento aparezcan las que se han instalado en el mullido colchón de la conformidad, al alcance de todos si estás dispuesto a pagar los plazos estipulados. No, yo hablo de felicidad, esa emoción esquiva y juguetona que aparece inesperadamente y nos abandona sin previo aviso.

¿Sois felices?

Os estoy imaginando enumerando los pros de vuestra vida. Podéis dejar el ábaco. Esos pros confortan, ayudan, son muletas en el día a día, apuntalan un bienestar balsámico, pero no pertenecen al conjunto felicidad.

Yo, como todos, atesoro fugaces momentos perfectamente felices. En periodos de decaimiento los busco e intento recuperarlos, pero el perfume que los hizo especiales se ha escapado, ya no son fragmentos de pura felicidad sino recuerdos.

A veces he mirado un perro al sol, un gato equilibrista de tejados, un pájaro tenor en la mañana, una tortuga tímida y concienzuda… Todos ellos viven sin plantearse preguntas, se limitan a ser en cada segundo y, si es posible, dejar su huella en la siguiente generación.

Nosotros como especie somos un desastre por culpa de la felicidad. Nos preguntamos. Dudamos. Anhelamos. Soñamos… Pasamos la vida buscando, persiguiendo, descartando…

Paradójicamente ¿seremos infelices por creer en una felicidad posible?





lunes, 11 de marzo de 2013

A veces con, a veces sin... aliento

Pensaba que con el final del invierno comenzaría el deshielo de mi vida. De alguna manera, la referencia de futuras jornadas de luz y calor me dio ánimos en los más oscuros días de este invierno que finaliza. Pero hoy… vuelvo a sentir el abatimiento que, tenaz, empuja a la cobardía.

Por momentos me asalta la tentación de tirar la toalla y dejarme llevar sin oponer la menor resistencia. ¿Acaso no sería eso más sensato que seguir dando brazadas en un mar de dudas? Me recuerdo que no sé nadar y que en los bolsillos del alma  llevo plomo suficiente para quedarme atrapada en el fondo de cualquier abismo.

Y sin embargo… Mi voz interna se niega a enmudecer  mientras pierde batallas sin sentirse derrotada y aguarda esas certezas que estallan en el corazón, rotundas, viscerales y se hacen nuestras.


viernes, 8 de marzo de 2013

¡Ay de mí!

Viernes, marzo, sol… El mundo suspira primaveras y proyectos, los escaparates se endulzan en tonos pastel, y flores de todo tipo nos animan a seguir buscando ese edén del que, frágiles y humanos pecadores, fuimos desahuciados por un casero furioso. Pero yo… suspiro ayes (doloridos que no románticos), no miro los escaparates porque no tengo un euro, y sospecho que si me acercó a un macizo de flores es posible que me pique una abeja o este año comience a tener alergia al polen. ¡Ay de mí!

Esta mañana me armé de valor y me enfrenté al espejo. Estoy acostumbrada a mis defectos visibles y me autoengaño hábilmente con guiños tensores y algún brochazo de color, pero hoy… La imagen del espejo no es una mujer, ¡es un chiste! Además si me río me duele.  En la frente, justo en ese entrecejo que todos fruncimos y que las acomodadas damas hindúes adornan con joyas, luzco una indiscreta tirita (y eso que es de las transparentes) protegiendo la herida -pequeña pero insidiosa- infligida ayer por un médico decidido a librarme de un tranquilo y discreto quiste que, bien mirado, podría haber seguido dejando allí. Y ya puestos por qué iba a conformarme con el sufrimiento de  una sola parte del cuerpo. Nada de eso. ¿Qué podría averiarse también? Pues metacarpo derecho inflamado,  que cubro con una ostentosa muñequera. ¡Ay de mí!

Como terapia anímica decido renovar, no mi vestuario, ¡¡¡¡mis sartenes!!!! (toma glamour).  Ojo, que la sartén elegida corresponde a la colección últimas tendencias fabricada en cerámica y coloreada en azul pastel (siguiendo la moda faltaría más). Y como en esa señoras bien vestidas pero calzadas de mercadillo, el conjunto falla en los complementos:  la tapa es de metal vulgaris, que no de bulgari, pero qué queréis si una es manazas, y ya ha roto alguna que otra fabricada en bonito cristal.

Las frivolidades varias no bastan como refugio cuando me siento desvalida. En esos momentos recuerdo a mi madre, y conociendo su optimista visión de la vida puedo garantizar que un día como hoy me habría regalado una de sus sentencias favoritas:

“Ayer le cayó en mi calle el premio gordo a Don Gil,
si hubiese sido una teja me habría tocado a mí”

¡Ay de mí!






jueves, 7 de marzo de 2013

Un año de amor

A veces la búsqueda da resultado.

Hoy hace un año que lo vi por primera vez y me enamoré. No es una exageración, fue un auténtico flechazo por mi parte. Me recuerdo aquella mañana de marzo con ganas de saltar en la calle (y eso que mi querida y recién operada rodilla Mariloli no me lo permitía).

Verlo fue quererlo, sin razonamientos  y sí la más absoluta de las certezas. Era lo que siempre deseé, lo que añoraba y lo que necesitaba.  Aquel piso, hasta entonces anónimo para mí, me abrazaba con sus paredes, me envolvía con su calidez, me confortaba…

Han pasado doce meses, cincuenta y dos semanas, trescientos sesenta y cinco días y mi enamoramiento ha aumentado. Ahora sus muros guardan historias, recuerdos, confidencias, miedos, alegrías, dudas, amor… en una palabra: vida. Y, aunque no creo en la felicidad  escrita en mayúsculas ni en términos absolutos,  puedo afirmar sin la menor duda que la mía es una casa feliz.




miércoles, 6 de marzo de 2013

De mis por qués


A menudo me asaltan las dudas.  Mis incertidumbres son generalistas. Me interrogo sobre todo cuánto me rodea, sobre quienes me acompañan en mis caminares, y fundamentalmente, egoísta al fin y al cabo, sobre mí.

Uno es el narrador de su propia historia, y me recuerdo niña solitaria atravesando el espejo de mi mundo de fantasía personal. Si, como alguien dijo, la imaginación es el arma contra el aburrimiento, yo he debido de aburrirme tanto  a lo largo de toda mi vida que me convertí en transformista de realidades sobreviviendo a un lado y otro de la frontera.

Cioran dijo que En un mundo sin melancolía los ruiseñores se pondrían a eructar”. Personalmente no concibo un mundo sin el canto de los pájaros, sin gotas de lluvia iluminando burbujeantes el  gris del asfalto en tardes de primavera, o nubes que sean solo cirros, cúmulos o estratos.

Hay tantas historias como voces que las narran. Un proverbio africano dice: “Hasta que los leones no tengan sus propios narradores, las historias de cacerías de leones siempre glorificaran al cazador".

Yo Jane, desde mi trocito de selva, necesito contar cómo veo el mundo tanto como descubrir qué ven los otros.