Quién soy

En un mundo imperfecto, yo no soy la excepción

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Letras Mari's

Debería sobrarme el tiempo, estoy de baja; pues no... me lío. Comienzo levantándome a las 7'15, como siempre. Tengo que ducharme para oler bien que a las 9 tengo sesión de fisioterapia.  Me lavo el pelo y, aunque es liso y fino, lo seco durante unos 10 minutos. Luego viene el qué me pongo, que ahora no es por coquetería, sino por ser práctica. Me van a dar masajes en la pierna y gluteos. Lo mejor, falda y jersey; con el culo al aire, pero al menos vestida de cintura para arriba. Decidido. Mmmmm ropa interior. Discreta, pero que esté bien, que la luzco por partida doble: ante la fisio y ante la enfermera que me acupunturiza el trasero.

Salgo a la calle y, siento no poder decir ahora eso de rauda y veloz, llego a la consulta. Me pasan a una especie de box. Un chaval que podría ser mi hijo me dice que me quite la ropa y me tumbe. Me aplica las corrientes (el primer día era una fisio... ¿dónde está ella?). Pues con otro paciente, aunque más tarde entra, me quita cables y correas y masajea. Comenta que ay qué ver cómo me están dejando los pinchazos. Si lo sabré yo… No olvido que después me toca la inyección. Cumplo. Pinchada voy a tomar café donde siempre desayunamos en paréntesis laboral. Los hábitos tienden a mantenerse, más cuando te permiten ver a tus amigas y distraerte un rato.

Vuelvo a casa. Previsora, tengo la comida medio  hecha desde el domingo, caldo de pollo con jamón y verduras. Pongo huevos a cocer y más tarde prepararé sopa. Mi lado Maru me mima.

Leo un rato. Las diminutas pastillas lyricas me producen insomnio, así que estoy haciendo un master de lectura de novelas malas en el ebook a ver si me atonto del todo. Anoche le tocó a “La Amante Secreta”, tan pésima como prometía; pero a la luz del día las cosas se ven y se leen de otra forma. Mi sensatez lectora me hace seguir con “Deseo de ser punk” de Belen Gopegui, una historia valiente. Sin embargo por algún motivo hoy no termino de centrarme en obligado dolce far niente, y como me siento activa decido bucear en el fondo de mis bolsos y tirar las mil pequeñas cosas acumuladas allí. 

Diossss, de tener habilidad suficiente, se podría hacer un belén completo con los tickets de compra que aparecen ¿Para qué los guardo si nunca los miro? Salen más cosas en mi particular arqueología. Una fotocopia del D.N.I. de mi madre cuya mirada, por entonces ya perdida en la neblina de la desmemoria,  me estremece. La guardo con la cobardía de los que andamos de puntillas por nuestros particulares territorios minados. Sigo revisando. Resulta que las monedas tienen tendencia a depositarse en el fondo de los bolsos. Cuento 18 euros con 67 céntimos. Mira qué bien. Y... ¡un billete de cinco euros todo arrugado! También aparecen algo así como 40 caramelos de chupa chups con sabor a chocolate. ¡Qué pena no poder comerlos! Algo me dice que están caducados. Se van con el paquete de Halls a la basura. Salen pañuelos de papel, compresas, toallitas, bolígrafos, notas con teléfonos que no identifico. Un anillo lleno de colorines que me regalaron y guardé agradecida pensando ¡glups cómo me pongo esto!, se ha unido a una pareja de pendientes turquesa que no recordaba tener que me dieron con los puntos del Druni. Más bolígrafos, dos rotuladores secos, un lápiz, tres brillos de labios, varias muestras de cremas, frasquitos de muestras de perfume, un stick de Happy de Clinique (mmm recuerdo que lo compré pensando cuanto deseaba ser feliz). Más toallitas, éstas para limpiar las gafas. Y más llaves... un viejo juego de mi casa anterior del que cuelga un buhito de madera tuerto y las llaves de mi despacho, las que yo siempre afirmé no haber perdido pero era incapaz de encontrar.

Observo la mesa caótica. Voy a comer y, en modo doméstico y responsable, recojo la cocina. Prosigo ordenando bolsos y foulares, moviéndome sinuosa, cual gueparda del Serengueti. La ciática manda. Caliento el saco de semillas de cereza en el microondas. Me amodorro por poco tiempo. Logro coger una postura en la que nada me duele. Algo retorcida estoy, pero vale… Me llega un whastapp. Me preguntan “¿Quién te cuida?”. Sin dudar respondo: “Yo”.

La tranquilidad me anima a bajar a recoger el regalo que encargué para el cumpleaños de una amiga. Solo tengo que cruzar la acera. Decidí regalarle un bono para un masaje relajante. Sé que le va a gustar. Yo llevo años ofreciendo mi alma de atea a cambio de uno, pero ella es buena y será  mejor que conserve la suya, así que el masaje se lo regalo yo.

Decidida me coloco las botas, cazadora y foulard. Solo hay que bajar dos pisos en ascensor y cruzar la acera. El mundo quiere que yo sea fashion y han montado una peluquería y centro de estética justo enfrente de casa. Pago y me dan el bonito diploma que ofrece el masaje junto a una tarjeta con teléfono y horarios. La cita ya la pedirá mi amiga. No pesa nada, y… ¡tengo una idea! Dejo temporalmente la aparatosa bolsa con el trozo de papel canjeable por toqueteos relajantes (jajajaja qué porno suena sin serlo), a la vuelta lo recojo, porque aprovechando que el dolor ha remitido me animo a ir a comprar a Mercadona. Mañana llegan mis hijos y las reservas alimenticias están bajo mínimos.

Camino despacio al calor de una tarde absurdamente primaveral (cosas del sureste español, porque en mi tierra seguro que hace un frío que pela). Entro en el supermercado y entonces comienza el concurso “Comprar sin que te pese”. Hoy toca calcular gramos. Comencemos…

4 Yogures bifidus fibras (les gustan a los mozos)... No pesa.
1 Litro de leche fresca (Carlos la toma así y no puedo acumular en el frigorífico. Recuerdo que hay otro paquete allí)… Pesa poco.
1 Litro de zumo de naranja (esta vez no es vaguería… las naranjas habrían pesado más).
Surtido de 3 patés (son cómodos en cenas solitarias avec moi misma y no pesan)
Lonchas de jamón serrano, chorizo pamplonés, queso en lonchas… ¡No pesan!
Cuña de queso semicurado… Pesa poquito.
Y… ¡una mini bolsita de bombones de licor! Puedo afirmar que apenas pesan, aunque que en el interior de cada uno de ellos hay una especie de perverso duende alquimista dispuesto a transformarlos en pesos pesados al entrar en contacto con mi organismo.

Distribuida en dos bolsas la compra no pesa tanto. Recojo el vale. Misión cumplida.

Y aquí estoy... contando porque sí mi día a día, con todo el atrevimiento y la desfachatez del mundo. Podría haber intentado escribir un relato ficticio con una mujer tan enigmática como arrebatadora y fascinante, pero hoy me salió la Mari,  ni siquiera la MataMari se asomó a estos párrafos, y es nunca supe escribir letras que no me brotaran de eso que llaman alma y según dicen pesa 21 gramos.






jueves, 28 de noviembre de 2013

Tercer día de la Era Ciática

Efectivamente… llevo tres días sufriendo -no en silencio, porque me faltó tiempo para llamar a mis amigas y quejarme- un intenso dolor que baja desde el final de mi espalda a mi pantorrilla. Diagnóstico: prociática, que debe ser un ciática light o becaria, ¡menos mal! porque parece que la senior te deja pasao.


El mundo amanece con un frío de… gónadas (soy una dama), por tanto me recreo en la grata sensación de un lecho caliente y la tranquilidad de que hoy no manda el reloj. También, todo hay que decirlo, me estoy quieta porque sé que cuando me levante voy a realizar un viaje al mundo sideral y, con lo romántica que es la imagen de la noche estrellada, verlas de día en plan tebeo no es nada placentero.


El malvado dolor, agazapado como un malo de opereta, sale de su escondrijo y zasss me lanza una especie de rayo láser que deja mi pierna k.o. y mi boca lanzando ayes como Camarón. De haber tenido puesta una camisa, y no un camisón de Woman Secret, garantizo que le arranco los botones en un gesto de rabia incontenida.


Camino como buenamente puedo hasta el cuarto de baño, esperando que una ducha caliente conforte mi pena y ahuyente el dolor. Más o menos lo logra; me dirijo a la cocina donde preparo un capuchino y cojo las pastillas que debo tomarme cada doce horas. El nombre es evocador “Lyrica”. Soy lectora compulsiva, así que comienzo a leer el prospecto. ¡Por todos los dioses del universo conocidos y por conocer! Aquí avisan que puedes hincharte (intentaré no comer chocolates ni dulces a fin de mantener mis 52 kilos), problemas de erección (mira por donde esto no me toca) o pensamientos suicidas que inmediatamente debes comunicar al médico. Miro la capsula diminuta con tanto poder destructivo. Me la juego. Bebo el vaso de agua como los del oeste el whisky, de un trago. Alea jacta est.


A lo largo de la mañana leo, recibo la siempre grata visita de mis amigas, contacto con la clínica donde recibiré las sesiones de fisioterapia y me acribillarán con las doce inyecciones. Caliento el saco de huesos de cereza en el microondas para tener calor seco. Me endemonio leyendo la novela de una mujer tonta enamorada de un hombre que a mí me parece gilipollas perdido (me cabrea porque me reconozco en ella y me fastidia recordar lo absurda y ridícula que una puede llegar a ser).


Siesta al calor de las cerezas. Luego clínica. Lo de las inyecciones no es tan malo. Será que soy medio masoquista, pero no siento el pinchazo y eso que soy de las que tienen cosquillas por todo el cuerpo. Soluciono lo de las sesiones y vuelvo a casa con la tranquilidad de los deberes hechos y la pierna derecha dando cordel como dicen en mi tierra.


Abro el correo. Mmmm al menos alguien se acordó de mí. Mi dentista favorito (no soy su paciente y por eso no lo odio) me manda un correo con  video que, con mucho sentido del humor, titula remedios para la ciática. Lo veo sonriendo sin parar. Mi vida no es apasionante, pero está llena de gente maravillosa.



lunes, 25 de noviembre de 2013

Síndrome de Estocolmo

Han pasado varios meses y no olvida.

Intenta retomar su vida normal. Cada mañana abre los ojos a su realidad tranquila, fácil, arropada en la cama que comparte desde hace años con esa mujer buena cuyos ojos ahora lo miran llenos de preocupación y preguntas.

Respira en esa burbuja, que todos contribuyen a oxigenar, mientras se repite que no está solo.

Planifica, u otros lo hacen por él, su tiempo. Es cómodo seguir el trazo del camino seguro, confortable, jalonado de certezas…

Atrás queda aquel cuarto que encerraba un universo donde fue piel, ojos, boca, saliva, dientes… con la mujer protagonista cada cada noche del desasosiego de sus sueños.

Han pasado varios meses y no olvida que una tarde de verano lo encadenó a sus caderas, lo imantó a su piel y tatuó en su corazón una historia de amor prohibido.

Han pasado varios meses y no olvida,  por más que la realidad de una vida hecha reclamase su presencia aceptando pagar el rescate de la comprensión.

Han pasado varios meses y no olvida que, durante ese tiempo con ella, fue completamente él.



martes, 12 de noviembre de 2013

A jirones

Las estoy buscando, como tantas veces he buscado pequeños objetos de mi día a día: las llaves en el fondo de un bolso, los pañuelos en la mesita de noche, el último recibo de la luz agazapado en un cajón...

Las estoy buscando en medio de la realidad que habito, para decorar las paredes con paisajes, luces, perspectivas…

Las estoy buscando para no acartonarme con la sal de lágrimas contenidas.

Las estoy buscando porque son la corriente del motor que impulsa mi movimiento.

Las estoy buscando a sabiendas que muchas sangran, que hay pus en sus heridas y que me van a arañar las entrañas.

Las estoy buscando, y cosido a ellas apareces en…

… La figura de un desconocido a lo lejos.
… El nombre de un lugar.
… Un sabor.
… Un olor.
… El viaje que planeamos.
… El vestido que compré para ti.
… El papel donde anoté tres pensamientos una tarde travestida de primavera.
… La canción que hicimos nuestra.
… Las películas que ya no veremos.
… Tus gestos, únicos e irrepetibles.

Aún cabalgas todas mis palabras; y, cuando llegas, se me asoma desnuda y salvaje el alma.





martes, 5 de noviembre de 2013

Ficciones

Despertó como tantas otras veces de madrugada, pero esta vez no pudo dar media vuelta y deslizarse en la niebla de la inconsciencia. Algo había activado ese resorte que nos saca del sueño y nos empuja al territorio de la vigilia. Permaneció inmóvil, alerta, registrando cada bostezo de la casa, el quejido de los muebles, la sordina de un coche… Nada, y sin embargo…

Terminó por abandonar la cama, ahora convertida en un amasijo de sábanas y desasosiego. La garganta reseca le pedía un trago de agua y se dirigía a la cocina cuando vio el resplandor blanquiazul de la pantalla. Era eso, pensó, había dejado el ordenador encendido. Con el vaso de agua en la mano, se detuvo en la puerta del despacho observándolo. Él leía concentrado, lo veía pasar páginas en la pantalla. Aunque conscientes de la presencia del otro,  ambos guardaron silencio. Solo al llegar al final de la historia que ella había creado, él se volvió:

-¿No hay más? ¿Es ese “tu final”? –su voz tenía un matiz de rabia y tristeza.

-¿Esperabas otro?

-Esperaba… - dudó buscando las palabras apropiadas-  supongo que algo diferente.

-¿Y cuál habrías elegido tú? ¿Un final feliz?

-No la habría dejado sola.

Ella avanzó mirándolo a los ojos, tan desnuda bajo el fino camisón como en la mirada:

-Pero lo hiciste. La abandonaste no una, sino tantas veces como llegaste.

-Tú sabes que no fue posible un destino distinto. Soy todos los hombres que una vez creyeron amarla, o la amaron, pero no pudieron permanecer a su lado. Creí que era amor cada vez que la encontré, te lo aseguro. La amé siendo un joven. Quise que fuese mi mujer y tener hijos con ella. La busqué en mi madurez desorientada…

-Pero nunca te quedaste con ella.

-No, no lo hice.

-Tú escribiste tus propios finales. Ahora yo escribo el mío, y en él no estás.

-Ya leí. Ni siquiera he merecido un nombre a lo largo del relato.

-¿Es eso lo que te molesta? Puedo ponerte un nombre en cada etapa, pero lo importante es el sentimiento que deposité en ti. Te quise cada vez que se cruzaron nuestros caminos, llevases un nombre u otro, encarnado siempre en un hombre que no fue, como le ocurre a la protagonista de la historia que acabas de leer.

-Tu historia…

- Una historia de ficción, no la  nuestra, aunque te filtres como personaje tanto en cada párrafo como en cada ausencia.

- Con la categoría del hombre que no fue…

-La vida se teje entre emociones de hombres y mujeres que se buscan.

-Entonces volveremos a encontrarnos. Tendré otro nombre, otro físico, otra vida… Y ya no seré parte de la ficción de la novela que imagines sino de tu realidad

- Inevitablemente.

-¿Me reconocerás?

-Espero que no. Quiero encontrarte de nuevo cada vez, sumergirme a ojos cerrados y corazón abierto en un comienzo donde todo se imagina posible, y olvidar que siempre hay un final.

El zumbido penetraba insidioso como un martillo eléctrico dentro de la cabeza. Aún adormecida, sin abrir los ojos, buscó a tientas el reloj y detuvo la alarma que puntualmente la sacaba de su letargo. Permaneció quieta un rato, recordando el sueño. "Mis personajes me plantan cara" -pensó, evocando la conversación con el que, en su novela, englobaba todos aquellos hombres por los que alguna vez sintió eso que llaman amor.

No pudo evitar echar un vistazo al ordenador antes de salir de casa. La pantalla, anodina y gris, custodiaba silenciosa la historia que ella imaginó.

Abrió la puerta y salió a la calle.

Mientras tanto, la vida seguía escribiendo otra historia.









sábado, 2 de noviembre de 2013

Volver a los diecisiete

A los diecisiete estaba enamorada de Miguel; apoyaba la cabeza en su espalda y abrazaba confiada su cintura mientras recorríamos las calles en su vieja moto.

A los diecisiete escribía poemas en clase, los relojes iban despacio y siempre había una canción cuya letra hacía mía.

A los diecisiete hablaba bajito desde el único teléfono de mi casa, susurrando sin miedo ni vacilaciones los “te quiero”.

A los diecisiete no pensaba en mañanas ni ayeres, porque solo existía el presente.

A los diecisiete, cuando el corazón se me paraba al verlo, la vida me parecía tan fácil…


Hoy …

… No sé qué ha sido de él, y  la última vez que monté en moto casi tatúo la piel de mi acompañante clavándole las uñas presa de pánico y al borde del infarto.

… Ya no escribo poemas y los relojes han pisado el acelerador.

… Aprendí que “te quiero” puede tener distintos matices, y también que querer no siempre es suficiente.

… Me invaden las añoranzas y me visitan las incertidumbres.


Pero si a  los diecisiete mi rostro adolescente no lució ni un grano, esta mañana afloraron de golpe todos, multiplicados y descarados.

Y, aunque tienta volver a los diecisiete, los granos, la piel  y el alma ya no son los mismos.  








lunes, 28 de octubre de 2013

Angelina... ¡jolín!






Esta mañana el espejo me sorprendió con el reflejo de una imagen en la que difícilmente me reconocía. Una asume sus ojeras, su pelo despeinado, su palidez matutina, en cuanto a lo demás… bueno uno termina acostumbrándose a casi todo.

La verdad es que yo siempre deseé tener unos labios carnosos, exuberantes, provocadores… Hubiese querido ser la poseedora de una de esas bocas cuyo dibujo inflama deseo y acelera las pulsaciones cardíacas, pero me quedé en  sonriente y dicharachera.

Sin embargo hoy… Hoy tengo los labios angelinos que no angelicales. Me duelen por la inflamación, consecuencia de las décimas de fiebre que me dejó la gripe de la semana pasada.  Mi boca asemeja a esas que mi padre aseguraba “dan un bocao a un tejao y hacen un cine de verano” y, de ser un personaje de viñeta, sería una de esa mujeres con morritos que salen en las historias que en El Jueves nos deja el profesor Cojonciano.

Me miro convertida en la reina del botox por un día y me aplico la pomada que acabo de comprar en la farmacia. Y es que si alguien cantaba eso de “me duele la cara de ser tan guapo” a mí me duelen los labios de Angelina… ¡jolín!. Pero… ¡qué sexy me siento!







martes, 22 de octubre de 2013

No somos iguales; a veces, ni parecidos

Hace poco menos de un año, como parte de mi autoterapia de desenamoramiento me compré todas las temporadas de Sexo en Nueva York. Aunque aún no he visto todos los episiodios- el tratamiento, en el que fueron determinantes los amigos, funcionó-, sí llegué a la tercera temporada. Recuerdo que, al final de uno de los capítulos, Carrie (que se había preguntado durante todos los minutos que duraba el mismo si hombres y mujeres procedíamos de distintos planetas) afirmaba que lo que era totalmente cierto es que vivíamos en distinto distrito postal.


Esto viene a colación porque una de mis mejores amigas envió un sms del que no tuvo respuesta y, muy enfadada, reprochó al destinatario su descortesía. Cuando lo contaba yo recordé a algún que otro varón que un día desapareció de mi entorno sin más. Podría hacer el chiste fácil con uno de ellos de que fue a comprar tabaco, pero la verdad es que no me interesa saber qué puede suceder para que un supuesto amigo deje de dirigirte la palabra. Los misterios me gustan en las novelas, en la vida real prefiero la transparencia.


Los seres humanos me parecen maravillosamente imprevisibles. Me gusta la capacidad de sorpresa e incluso el desconcierto… Pero eso no tiene nada que ver con la falta de fiabilidad. Por eso siempre me ha parecido tonta la pregunta que a veces he visto escrita en un libro, un correo o un mensaje: “¿Te acuerdas de mí?” Vamos a ver… si me acuerdo de ti te lo voy a demostrar, si no digo nada… pon esta frase, entre cursi y solemne, pero cierta que alguien me dijo: “El silencio es un adiós infinito”.


¿Piensan los hombres de otra forma? ¿Creen que el silencio solo es un tiempo sin palabras? Tal vez su respuesta sea diferente a lo que nosotras creemos. De hecho no conozco mujeres que tiren de la famosa agenda de ex algo que suele salir en las películas y en la vida real. Y digo bien, en la vida real; como muestra la siguiente anécdota totalmente veraz:


Cuando yo tenía diecisiete años frecuentaba un grupo de amigos, la típica pandilla… Dentro de esta pandilla surgieron amores, desamores y amistades con distintas intensidades. Una de esas amistades tibias fue la mía con Rafa, un chico tan agradable como aburrido a mis ojos. Solo recuerdo haber pasado una tarde de domingo a solas con él, cuando el resto de la gente estaba en la playa o en el campo, y también que suspiré aliviada al llegar a casa y no fue por quitarme los zapatos jajaja ja. No hubo más. Pasó el tiempo. Conocí al que fue mi marido. Cambié de ciudad. Me casé. Tuve un hijo… Y, aproximadamente cinco años después, una tarde sonó el teléfono en casa de mis padres. Casualmente ese fin de semana yo estaba allí y, azares de la vida, fui quien respondió:


-         Diga (fórmula de respuesta estándar en los teléfonos fijos sin identificador de llamada).
-         Hola… ¿Está Ángela?
-         Sí, soy yo. ¿Quién es?
-         Soy Rafa.


Tengo una memoria excelente. Repasé los Rafas que conocía: el marido de una prima, el sobrino de mi hermano… Nadie más.

-         Perdona… no caigo.
-         Rafa, el amigo de Ricardo y de Miguel, de la pandilla de Trios.
-         Ah, ya sé quién eres. ¿Cómo estás?
-         Bien… ¿Te apetece tomar un café?

Me quedé de piedra. Cinco años después un tipo que pasó de puntillas por mi vida, alguien con quien apenas tuve contacto, había encontrado mi número y -muy desesperado debía estar- había probado suerte.

-         Lo siento, pero no podrá ser.
-         ¿Y otro día?
-       Verás… Ya no vivo en Albacete. Ha sido una verdadera casualidad que estuviese hoy en casa de mis padres.
-         ¿Dónde vives?
-         En Murcia. Me casé y tengo un hijo.
-         Ah, vale. Adiós.


Colgamos. Imagino que él marcó el siguiente número de su vieja agenda y yo supongo que fui a cambiar un pañal, dar un biberón o alguna otra tarea de mi vida de entonces.


Y ahora, en modo Carrie, afirmo:

El mito de la agenda de los hombres es real.
Ahorra tiempo… no preguntes nunca “¿Te acuerdas de mí?" Si no te ha dicho nada, estás en las últimas páginas de su preciosa agenda.







martes, 15 de octubre de 2013

Raíces

En el pueblo de mis padres no sólo se encalan las fachadas, se pintan las rejas, se hacen cestos de pleita, y las mujeres bordan y son maestras en el arte del ganchillo (macramé en argot pijo). Allí además se tunean, customizan o personalizan, como queráis llamarlo, los nombres propios. El nombre de Maravillas se transforma en Maravas, Cayetano se condensa en un Cayato lleno de fuerza, los Franciscos son Franchos, algún Olegario suelto se queda con Olega (sin perder la alegría del inicio del nombre), el clásico Alejandro se convierte en un plebeyo Alejo y, por supuesto, algún Antonio que otro se conoce como Antón. 


En ese lugar de La Mancha, se pierde el sexismo de los nombres. Más de un varón es bautizado como Loreto, en honor a la patrona del pueblo, y alguna que otra jovenzuela fue llamada Práxedes, aunque siempre se la conoció como la Plaxedes.


Las buenas gentes del lugar, no hacen distinciones, y así los vástagos de la familia adinerada del pueblo, los “señoritos”, propietarios de tierras pero nunca de vidas, son conocidos como “La Yayo” y “el Queridete”, nombres mucho más originales que los vulgares Rosario y Luis.


No sólo se personalizan nombres. Aquí es frecuente el apodo, que suele heredarse como un titulo nobiliario. Mariano el de Mondriegas, Paco Regalao, José el de Camisones, Juan Pericata… Todos se conocen sin tener que mirar los datos del D.N.I. Uno pertenece al lugar, y dentro de él a una familia en concreto: los Lucíos, las del Molino, los de Zana, el panadero… Yo misma, que no nací allí, pero que ellos reconocen como suya soy “la pequeña de Pedro el del Curro y Pilar la de Olegario”.


Llevo más de veinte años viviendo en lugares que, sin ser extraños, si me resultan ajenos, y en los cuales siempre seré forastera. La vida es aprendizaje, pero os puedo decir algo: Me sigue resultando muy difícil vivir sin raíces.



miércoles, 9 de octubre de 2013

Calles de dirección única

No pude evitar sonreír al ver escrito el nombre de la calle: “Paraíso”. Pensé que debe ser hermoso dar la dirección y emplear esa palabra. Igualmente me parece terrible vivir en la calle Amargura. Yo conocí a un chico de Zamora que vivía en esa calle. Coincidimos en un viaje de estudios y durante un par de años mantuvimos una amistad epistolar. Siempre que escribía su dirección imaginaba el paisaje urbano que acompañaría aquel lugar de nombre rotundo y seco. Mi sitio,  en aquella época, lo enmarcaban edificios sin estética alineados en torno a una vía con el nombre de un señor familiarmente desconocido: Luis Badía.


La mente asocia ideas y el recuerdo de aquella donde viví trece años me llevó a las otras calles de mi vida. Mis primeros años crecieron en la calle del Papa Borgia, Alejandro VI. Zona de casas humildes con gentes recién llegadas del campo en busca de trabajo y futuro. Es poco lo que recuerdo de aquel tiempo, nombres de vecinos que eran más familiares que los parientes del pueblo, la radio en la que mi madre escuchaba novelones, la habitación estrecha, compartida con mi hermana, con la pared llena de postales de cantantes y actores de cine…


Los trece años en Luis Badía fueron mi paso de la niñez a la adolescencia. La niña tranquila se transformó en una adolescente solitaria y huraña que buscaba refugio en los libros hasta que un día comprendió que no bastaba con leer e imaginar, que necesitaba vivir, que las letras no eran suficiente material para cimentar una vida…  Curiosamente, fue un libro el que me empujó a buscar hojas en los parques, risas en la vida y miradas en el mundo real. Era un domingo de julio, leía “El Jarama”, y me sentía desolada con esa intensidad que solo se da a los quince años.


Mi última vivienda en la ciudad del llano estaba situada en una calle cortita y transitada, con nombre de concejal local. Aquella fue la dirección de cartas de amor casi diarias, hijas de un tiempo en el que la distancia era el combustible que avivaba el fuego de los encuentros.


La vida, de la mano del amor y el trabajo, me llevó a la ciudad huertana de otoños dulces, cortos inviernos de humedad concentrada, primaveras precoces y veranos infernales. Allí, en la calle Vinadell –he mirado en google y no sé cuál es origen del nombre-, me establecí de recién casada, allí esperé a mi primer hijo, allí volví a sentir el vértigo del abismo tan cerca de mi camino…


Hay lugares que nunca hacemos nuestros. Eso sucedió con mi siguiente casa, un bonito adosado en un pueblo de la huerta murciana. Nunca me gustó el lugar. La luz no bastaba para dar calor y la chimenea funcionaba tan mal que nunca dió calor a nuestras noches. Loma larga era el nombre de la calle donde, más que vivir, sobreviví.


Un traslado más a una ciudad pequeña o pueblo grande; este mismo lugar desde donde hoy escribo. Nos instalamos en un piso alquilado para un año, sin buscar mucho. Solo se trataba de encontrar un lugar paréntesis que se alargó cinco años viviendo en la calle Valencia. Aquel lugar sin expectativas se convirtió en la casa de una madre joven con dos niños, enmarcando un tiempo de rutina reconfortante al abrigo de la conformidad.


Recuerdo haber pensado mirando la amplia cocina llena de luz con olor a madera de mi penúltimo hogar que aquel era el sueño de cualquier mujer. Y también que me pregunté por qué no era el mío, y que intenté que aquella vivienda fuese hogar. Adorné las escaleras en Navidad, cociné cada mañana, leí cuentos a mis hijos, abracé cada noche al que consideraba mi compañero, lloré mis pérdidas… Y un día, cerré la puerta de la calle con nombre de poeta archenero, para seguir caminando, o simplemente quedarme quieta, en mi propio lugar.


Y hoy, por primera vez desde que dejé de ser niña, en esta calle con nombre de pintor de realidades luminosas y oscuras pesadillas,  siento que estoy en mi hogar.



domingo, 6 de octubre de 2013

Cuento de hadas

Os voy a contar un secreto: Las hadas no saben que lo son, porque no existen hasta que alguien cree en ellas.


Esta es la historia de un hada que no sabía que lo era, un rey desconocido y un reino  en las montañas.


Perdido entre las montañas había un lugar especial, un reino remoto que pocos conocían. En realidad, no lo conocía nadie, solo el único habitante y rey del lugar. A él le gustaba la soledad de su entorno. Encontraba algo parecido a la paz recorriendo sus amadas montañas mientras gritaba al viento cuanto le pasaba por la mente. Al anochecer regresaba a la morada de piedra que constituía su castillo. En invierno encendía un buen fuego y el crepitar de las llamas acompañaba su silencio. En verano contemplaba las estrellas sin ponerles nombre ni buscar respuestas; simplemente las miraba, sintiéndose pequeño y grande a la vez.


El rey, amante de la calma y la independencia, había aprendido a vivir sin anhelar compañía, aunque su corazón generoso jamás negaba cobijo a quienes llamaban a su puerta.


Y eso fue lo que pasó... Ella llegó una noche y preguntó si podía descansar un rato. El rey señaló una silla junto al fuego, y la mujer tomó asiento. Por experiencia, él sabía que había caminantes a los que les gustaba hablar después de largas jornadas  a solas. Aquella criatura pertenecía a ese grupo, y parloteó de mil cosas, mientras el rey hacía acopio de toda su real paciencia para no pedirle que se callase de una vez.


Quizás lo habría hecho sino hubiese sido por un quiebro en la voz, seguido de un silencio. Las palabras habían cesado y lágrimas silenciosas recorrían sus  mejillas. El rey la contempló sin saber qué decir para consolarla, pues desconocía la causa de su pena. Fue entonces  cuando una luz diferente la iluminó, y comprendió que era un hada. Ahí radicaba el problema. Las mujeres-hadas no pueden vivir las vidas cotidianas que creen corresponderles. Las alas, que crecen hacia dentro, hieren, y el corazón bombea demasiado rápido las mil emociones que perciben a cada momento.


-         Eres un hada –afirmó el rey.
-         ¿Yo? Te equivocas, solo soy una mujer –dijo ella.- ¿Acaso tu eres un rey?
-         Lo soy.
-   ¿Y cuál es tu reino? –preguntó repentinamente interesada (porque amigos míos, las hadas son terriblemente curiosas e inquisitivas).
-         Este que ves.

Ella miró aquel lugar austero y tranquilo donde se respiraba placidez. Sonriendo, dijo:

-        Me gusta tu reino. ¿Puedo visitarte alguna vez?
-         Siempre que lo desees.


Volvió. Le gustaba hablar con el rey, que insistía en llamarla hada. Descubrió que no había perdido la risa, y la unió a la de él. Una noche le hizo una petición.


-         ¿Me das la plaza de hada oficial del reino?


El rey se levantó y buscó un papel donde hizo constar su nombramiento como  hada protectora del lugar. Cuando se lo entregó, ella lo rompió sin leerlo y las palabras volaron como mariposas blancas.


-         No necesito documentos, rey. Para ser tu hada solo es preciso que desees que lo sea.
-         Lo deseo.


Se miraron. Ella no tenía alas ni luz alrededor de su cuerpo y él no tenía corona  ni ornamentos; pero eran aquello que el uno veía en el otro, reales dentro de la fantasía compartida.


Dicen que los cuentos de hadas no existen, pero yo acabo de contaros uno.


Dicen que los reinos perdidos, donde uno se siente libre y feliz, son utópicos, pero todos deseamos y necesitamos alguna vez creer en ellos.


Y os aseguro que, perdido en las montañas,  hay un reino con un castillo, un rey y un  hada.




lunes, 30 de septiembre de 2013

Nana Blues

No fui niña de peluches. Tenía muñecas de cara inexpresiva y vacíos ojos azules, pero jugar a ser madre y las casitas nunca me interesó. Prefería inventar historias con las muñecas recortables,  a las que  imaginaba viendo como adultas independientes en apartamentos que fabricaba con cajas de camisas.
                                                      
Sin embargo anoche dormí con un precioso búho de tela azul. Lo encontré sobre la cama el día de mi cumpleaños, junto a una caja de bombones. Ese buhito se convirtió en un objeto especial en el momento en que mi hijo menor, pensando en mí, lo eligió en una estantería de ToysRus. Se produjo  la magia de la alquimia y unos trozos de tela cosidos se revistieron de afecto, convirtiéndose en recordatorio del amor que recibo. Ahora, en las horas inciertas que preceden al sueño,  me acompañará, como un blues cuyas notas han sido escritas para mí,  nana de hijo a madre ahuyentadora de desalientos.




lunes, 23 de septiembre de 2013

La terrible alucinación de la realidad


Afirmaba el personaje de una novela que la realidad es una terrible alucinación que disuelve la bebida. Sin ser abstemia -apenas bebo, a pesar de mis bromas hablando de mojitos o tinto de verano (bien lo dice el refranero “Dime de lo qué presumes y te diré de lo qué careces")-, lo cierto es que ahogar mis penas en un vaso no es lo mío y tampoco buscar la euforia  del alcohol en vena. Mucho decir que vuelo y que sueño, pero vivo a ras del suelo atrapada en lo que no sé definir de otra manera que mundo real.

Hace tiempo que no me acercaba a la pantalla así… desnuda en palabras y emociones. De hecho, últimamente he escrito poco y leído mucho. Pero, como el asesino que siempre vuelve al lugar del crimen, volví a ese mundo que me ofrece lianas para seguir avanzando y evita que caiga en las arenas movedizas de la tristeza y los lodos del desanimo.

¿Habéis visto esas sillas abandonadas en medio de una acera o junto a un contenedor? Son un elemento extraño, casi onírico, en el paisaje urbano. Fuera del marco que las define, no parecen tener mucho sentido. Curiosamente, horas antes esa silla dio cobijo a un cuerpo, acompañó a una comida, escuchó conversaciones… El objeto fuera del conjunto del que formaba parte cambia aún siendo el mismo. Así me siento tantas veces… extraña, fuera de lugar, indefinida… Soy yo y, sin embargo, me cuesta sentirme alguien.

¿Qué necesito para vivir con cimientos? No lo sé. Si esto fuese una tormenta de ideas, ahora mismo el cielo sería tan azul como el que veo enmarcado en la ventana.  Quiero una existencia mía, un entorno hecho por y para mí, una seguridad que emane de mis poros, de mis neuronas, de mis actos...

En medio de una supuesta madurez,  me siento tan perdida como una adolescente. He criado hijos, he cuidado padres, he visto morir a seres queridos, he tenido amores y desamores, he sufrido y he hecho daño en las batallas diarias de la vida… Pero sigo siendo una recluta perdida en la selva, sin más bagaje que algunas certezas y cada vez menos sueños.

Y, aunque me identifico con la patética y absurda silla en medio de la acera, expuesta al sol, a las miradas y a la indiferencia de las vidas ajenas, sigo escribiendo…








martes, 17 de septiembre de 2013

Sobre adioses y aprendizajes

De estar viva, hoy mi hermana cumpliría un año más. Bastaron 15 meses y ocho días para que parte de mi vida desapareciese, como hicieron ella y mis padres. Aprendí que adiós es más que una palabra y sentí la impotencia ante la irreversibilidad de la muerte.


Cuando caes descubres que no importa si no te levantas inmediatamente. Necesitas ese tiempo indefinido de cuerpo a tierra,  sentir la aspereza del suelo en las mejillas o el cosquilleo de la vida escondida en la hierba. Puedes cerrar los ojos y escuchar, o abrirlos y seguir el paso de las nubes. Lo único importante es seguir respirando; ya llegará el tiempo de evaluar daños y tomar decisiones.



En algún momento a todos nos sorprende una tormenta existencial. Nos abaten rayos, y el aguacero de la desolación nos asoma en la mirada. Entonces recuperas el instinto primario que te hacía protegerte aún en el vientre materno donde comenzaste a ser. Te abrazas, y la vida sigue. 





domingo, 15 de septiembre de 2013

Amantes

(ELLA)

Nadie sabe de él, aunque nunca me planteé mantenerlo en secreto; como tampoco pensé que esta aventura se prolongaría más allá de un par de encuentros. No lo busqué; en ningún momento imaginé estos encuentros robados a la rutina. Y mucho menos me habría creído capaz de asumir este rol de amante distante y caprichosa, que accede  o no al encuentro.

Porque lo curioso es que en ningún momento de mi día a día lo anhelo, pienso en él o fantaseo con despertarle algún tipo de afecto sentimental. Fuera de nuestros encuentros de pieles  febriles, bocas hambrientas, y manos enloquecidas por el deseo; mi amante, el hombre que recorre con avidez mi cuerpo y descubre con maestría rincones y sensaciones que yo desconocía, no existe en mi vida. No deseo saber nada de su pasado ni de su presente, consciente que no tenemos futuro. Me halagan las confidencias que no le pido, pero insiste en ofrecer, tal vez  esperando la reciprocidad de las mías. El deseo que leo en sus ojos, la locura de sus labios buscando, el vuelo de sus manos arrancando mi ropa… acallan la razón y despiertan los sentidos, pero no mis emociones.

Hacemos el amor con pasión y ternura, amándonos en ese fragmento de tiempo en el que buscamos desembocar en el otro. Cuando llegan las lentas caricias hijas del sosiego, el olor feliz  de los cuerpos satisfechos  y el dulce abandono reparador; me abraza y habla de cosas que raramente contamos a otros. Pero, aunque mis brazos y mis labios siguen abiertos para él, yo me alejo cerrando cuidadosamente la puerta del corazón.



(ÉL)

Hundo la nariz en la almohada empapándome de su olor intentando hacerlo mío. ¡Qué distintos somos! En estos momentos ella intenta borrar el mío. Escucho el sonido de la ducha, e imagino como frota su cuerpo. Me niega. Fuera de estas paredes  no existo. Si le preguntasen quién o qué soy la respuesta sería diferente en función del lugar. Aquí, soy todo, su hombre, su amor, su delirio según dice con esa voz ronca que me hace palpitar. Pero si alguien nos viese por la calle me etiquetaría,  indiferente, como un compañero de trabajo y ni siquiera merecería el reconocimiento de amigo.

Miro el reloj. Dentro unos minutos, limpia y ajena, depositará en mi boca el último beso antes de dibujar los  labios ausentes que caminaran con ella las calles que no transitamos juntos. Y, como se consuela a un niño enfurruñado, me regalará el caramelo de la palabra amor en la despedida automática que precede al vacío que deja.












jueves, 12 de septiembre de 2013

Resumen del día

Hace escasos minutos que he llegado a casa. El tiempo justo de bajar la basura, contonearme ante la atenta mirada de uno de los parroquianos del Cielo Azul que apoyado en el ventanal-barra auxiliar observaba mis glamurosos andares camino del contenedor, y retornar a mi hogar dulce hogar.


Aquí estoy, tomando una horchata bien fría - hoy,  no solo me gané el pan sino algo más y la otra opción (peligrosamente tentadora) está en el congelador en un caja de Mágnum Chocolate Infinity- repasando los acontecimientos  de este día.


Pero, si bien extraordinarios no son, si podríamos etiquetarlos de peculiares. Me explico (o lo intento).


La primera quincena de septiembre es para mí, laboralmente, criminal. La funcionaria toma posesión de mi persona y yo, Jane, desaparezco entre los papeles, la gente y los plazos. Mi vida en estas fechas es trabajo, vida doméstica y personal en servicios mínimos.


Consciente de la fortuna de tener un puesto de trabajo en los tiempos que corren intento realizar mis funciones lo mejor que puedo y sé, y dejarme de vagar mentalmente por esos mundos. Septiembre es tiempo de pies en la tierra, y el cuerpo agradece el descanso de una cama sin sueños. Pero, como diría mi madre, lo que es de más hasta la vergüenza es mala, y hoy yo me pasé de cumplidora,  teclea que teclea, intentando finalizar un trabajo. Tan embebida estaba en mi labor que, a la hora de marcharme. me encontré con la puerta cerrada. Por suerte oí vida en el despacho de al lado, y afortunadamente vivimos en un pueblo donde rapidamente localizas a quién tiene la llave salvadora. Una hora más tarde de lo previsto, zampaba una pizza congelada en compañía de mi hijo. Y una hora después volvía a ese despacho que empiezo a mirar con cariño masoquista y claustrofóbico.


Tecleando, referenciando, imprimiendo… y escuchando las canciones que todos los días repiten las emisoras de radio pasaron un par de horas cuando ¡oh cielos! un aleteo distrajo mi quehacer. Un pájaro volaba cerca de mí. Un pájaro marrón, grande y  feo, que arrancó de mi poética mente el siguiente pensamiento cargado de lirismo: “A que me caga en el pelo”. Decidí darme prisa y salir pitando, aunque como mala del todo no soy, abrí las ventanas para que el pobre animal volase hacía la libertad, y se olvidase de mí. Pero él decidió quedarse muy quieto en la pared, comportamiento altamente extraño en un pájaro, aunque no en un murciélago que es lo que resultó ser. Ahí descubrí yo que, mira por dónde, no carezco de valor y sangre y fría,  porque mi jefe confesó que le daba cierto repelús, mientras que yo, en un absurdo arrebato de divismo, incluso accedí a una foto para la posteridad, con gafas de sol, vampírica total.


Eran las ocho de la tarde, quería terminar, imprimir, recoger e irme, y fue lo que hice. Me daba pena el animal y no me hacía gracia la idea de encontrármelo mañana de compañero de oficina, pero proseguí con lo mío, mientras uno de los compañeros del otro despacho intentaba arrojar al murciélago draculín al mundanal ruido, cosa que al fin logró.


De vuelta a casa me detuve a comprar algo de fruta, y mi lado  marujil no pudo evitar fijarse en el siguiente anuncio:


Este curso…
(dibujo de bocadillo)
Bocadillos por whatsapp.
Cuando llegas…
… Ya lo tienes hecho.


Haciéndole una foto andaba para enviar por whatsapp cuando escuché el móvil. El que mi grupo de amigas ha nombrado por unanimidad elhombremásrarodecuantosconocemos me preguntaba si celebraba hoy mi onomástica (eso fue la palabra que empleó). Le aclaré que no, recordándole que el día de mi santo tuvo a bien felicitarme y regalarme un ramo de claveles reventones. Y fue entonces cuando me vino a la memoria que, aquella mañana de agosto,  al abrir la puerta de mi piso un perrazo negro paseaba su amenazador porte por el rellano. Perpleja me quedé y más cuando el can pretendió entrar en el ascensor conmigo. Entonces la razón me dijo que era uno de los perros de la vecina del primero que tiene varios guaus y miaus, pero hoy pensé que un animal precede siempre la aparición de  este hombre extraño incluso para mí. Por suerte no tiene barriga, no entra en mis planes descubrir si posee corazón, y no hay peligro de que me atraiga. Y, aunque éste es uno de esos días en los que vendería mi alma por un masaje en las cervicales, me apañaré colocando un cojín de Ikea bajo el cuello, mientras hago zapping intentando buscar imágenes que me acompañen a ese lugar blanco y tranquilo llamado nada donde descansar y, aunque pocas veces lo recuerde, soñar.


Por cierto, como no olvidé echar una loto, igual mañana soy rica.






martes, 3 de septiembre de 2013

Lecturas de verano con opiniones que nadie me ha pedido

No sé si tengo una especie de impronta celular que, coincidiendo con el final del  verano y el comienzo de otoño, me empuja a acciones domésticas. Es como si yo fuese un ave que prepara su nido para pasar el invierno.

Pero haga lo que haga, una de mis constantes es tener algún libro (o varios) en danza.

Y para muestra, ahí van mi lecturas agosteñas:


La señorita Dashwood (Elizabeth Taylor), auténtica novela soporífera,  estuvo conmigo muchas noches estivales. Tiene 250 páginas y no fui capaz de leer más de 10 seguidas sin quedarme frita. Alguien dijo de la autora que era la nueva Jane Austen. ¡Ay qué ver cómo mienten los editores! Pero,  extrayendo lo positivo – como aconsejarían los gurús sicomprasmislibrosymehacescasoserás feliz- es una novela recomendable para los insomnes. Mano de santo, oigan.

A otra princesa con ese cuento (Noe Martínez) fue el primer libro que leí en mi recién adquirido ebook. Por suerte me salió gratis. Esta mujer escribe y no cuenta nada, pero eso no es malo, lo peor es que pretende ser graciosa, y como procede de la tele emplea los truquillos baratos de los guionistas de baja estofa. La historia es una tontería que va de tres amigas bastante pedorras: una maciza que pegó un braguetazo pero quiere de verdad a su maduro marido, una uróloga que se lía con un médico joven que hace el MIR con ella (se nota que la tal Noe veía Urgencias y Anatomía de Grey) y otra que se llama Filo y es la metepatas gorda  (típico personaje supuestamente cómico de serie mala) que al final también encuentra un apaño.
Por supuesto… ¡¡¡ lo borré !!!

Un asesinato literario  (Batya Gur) fue mi oportunidad de leer a  esta escritora. A menudo me tentaba comprar alguno de sus libros, pero los publicaba Siruela y la editorial del hijo intelectual de la duquesa de Alba es cara y nunca terminaba de decidirme. Mucho me alegré de mi prudencia cuando fui leyendo la historia, que no estaba mal pero resultaba previsible. Descubrí antes al asesino y el móvil que qué personajes eran  femeninos o masculinos, no porque la autora fuera ambigua al respecto sino por los nombres hebreos; por suerte el atractivo y culto policía (estereotipo de novela negra) se llamaba Michael.
Tengo claro que no compraré los libros de esta escritora (además la pobre no se beneficiaría de ello porque murió), pero como los tengo descargados, posiblemente el tal Michael vuelva a acompañarme en algún otro momento.


Curvas peligrosas  (Susana Hernández) fue el resultado de mi primera descarga de libros. Me hizo gracia el título y me dije… venga. Os pongo de qué va: un asesino que parece un serial killer pero luego no lo es, una policía lesbiana con problemas amorosos, una abogada lesbiana que le tira los tejos, otra policía hetero, divorciada, cruzando la barrera de los cuarenta sin amor y con una hija problemática.
La palabra que mejor le va a esta novela es olvidable. De hecho la borré, y he tenido que buscar en google el nombre de la autora para ponerla a parir por aquí.


La tienda y la vida  ( Isabel Sucunza) es el libro de una bloguera, pero por hacer la contra lo compré en papel las navidades pasadas. La verdad es que disfruté leyéndolo, porque es fresco y aporta reflexiones inteligentes (al menos a mí me lo parecieron). Me acompañó un fin de semana de agosto, de fiestas locales, idas y venidas de hijos, y logró disipar esa estúpida añoranza que aún me visita.


Otra vez domingo  (Francisco García Pavón) llegó a mis estantes en primavera cuando decidí saldar una deuda pendiente con mi paisano y leer al sencillo y nada simple guardia civil Plinio. Este libro en concreto, es divertido, inteligente, crítico… Se lee con una sonrisa perenne y las neuronas bailan felices con las imágenes y reflexiones que el autor, en boca de los personajes, nos deja. Voy a buscar el sombrero que me compré en la playa para evitar las pecas y me lo quito y hago una reverencia (en serio).


El arte de besar en la boca (Kristin Harmel) era una apuesta segura para leer en el tren. No me defraudó porque lo descargué intuyéndolo malo. Chica abandonada por el novio, pierde empleo, pero (la suertuda) tiene una amiga que vive en París y la invita a ir a verla (la prota vive en los Estados Juntitos, en Texas o en un sitio así). En París tiene un éxito increíble con los hombres y además encuentra un trabajo estupendo. Luego  todo se lía y vuelve a los USA, pero al final la historia termina bien y como la besan varias veces se queda con el que mejor lo hace.
Lo borré sin el menor remordimiento.


Y entonces sucedió algo maravilloso  (Sonia Laredo) lo empecé a leer en la estación de ferrocarril de Ávila. Lo maravilloso fue que el tren llegó puntual, y lo bien que lo pasamos durante el viaje. El libro no es nada del otro mundo. Una historia corrientucha de mujer inteligente que deja su vida y encuentra un lugar la mar de bucólico habitado por gentes buenísimas. En aquel remoto lugar conoce a un hombre que la pone mirando a Cuenca cada vez que la ve y la deja embarazada. Hay frecuentes referencias literarias, pero la mayoría resultan forzadas. Y como la escritora quiere que sepamos que sabe mucho nos mete una mujer loca en plan Jane Eyre, pero sin el encanto de la Brontë.
Lo voy a borrar, porque por suerte éste también lo descargué.


La señorita Milverton  (Anne Hocking) lo bajé muy ilusionada porque imaginé una historia entre policíaca y humorística. Sonreí algo (poco) y descubrí enseguida la razón por la que  morían los sobrinos de la señorita M. y quién los envenenaba. No sé si es la traducción o la época en que fue escrita , pero la novela es ñoñeta. Pero, como es cierto que de casi todos los libros se aprende, ahora sé que no es conveniente que beba vino de ruibarbo,  principalmente porque intuyo que debe estar asqueroso (ya hice la prueba con el de cereza) y en la novela los que lo bebían solían palmarla enseguida y con mucho sufrir por no sé que ácido que les echaban en las copas.
Creo que lo voy a borrar.

Las manos más hermosas de Delhi  (Mikael Bergstrand) lo compré un día que iba al médico y me metí en el Corte Inglés a hacer tiempo. Así descubrí una historia tierna, cercana, optimista y llena de vida.
Se lo he recomendado a todos mis amigos, y pienso prestarlo a las personas que aman tanto los libros, que los cuidan y devuelven.

Ahora ando leyendo La vida y la muerte me están desgastando de Mo Yan, y eso sí es LITERATURA.