Hasta ahora no creía en el gafe.
Alguna vez que otra atravesaba una temporada de mala suerte, pero eso es normal
¿no?
Y digo hasta ahora porque desde
hace unos días…
Gafe uno: Una de las preciosas
copas que compré para celebrar la llegada del 2013 en mi nueva casa se rompió.
No solo la copa estalló sino que sus cristales cortaron mi mano derecha por dos
sitios.
Gafe dos: Sábado por la noche, el
encendedor de cocina (comprado en abril) decide no funcionar. Los domingos por
la mañana instalo mi catering de tupermadre. No fumo, por tanto no hay
encendedores en casa y poco previsora no tengo fósforos. Madrugo (¡¡¡¡ y es
domingo !!!!) en busca y captura de
fuego para mi hogar. Lo consigo y enciendo una vela para mantener viva la llama
(prehistórica y aromática).
Gafe tres: Como poca gente viene
a casa no sé cuánto tiempo lleva el telefonillo de la puerta roto. ¿Os
imagináis que esa visita maravillosa e inesperada haya desistido de hablar
conmigo tras pulsar un timbre que no responde?
Gafe cuatro: Vaso roto, bandeja
con comida por los suelos, paredes convertidas en muestra culinaria. Sin daños
físicos.
Gafe cinco: Viaje a Murcia con
amigos. Café en centro comercial, de golpe una embestida por la espalda. Un
cuerno (de peluche). El astado de nueva condomina por suerte era un armazón
motorizado con forma de toro que no produjo en mi persona herida alguna y sí algunas
risas. Si la montaña fue a Mahoma, los sanfermines vinieron a mí.
Gafe seis: Entrada anterior del
blog: Atrapada en casa.
Gafe siete: Mismo día. Tras el
rescate, procedo a ejercer de madre cocinera. Me agacho buscando filetes de
merluza en el congelador. Crackssssssssssss. Contractura. Calmantes. Madrugada
isomne. Fisio. Agujetas.
Gafe ocho: Tras visitar a la
fisio y, a pesar de las agujetas, vuelvo a la cocina; tengo un hijo que
alimentar. Abro el armario y… un bote de tomate aterriza con sus 500 gramos de peso en el
dedo gordo del pie. Vi todas las constelaciones que podáis imaginar y,
probablemente, alguna más.
Gafe nueve: Cojeando, y con agujetas
(obra y gracia de la fisio), me instalo en el trabajo. El programa de gestión
no va. Me duele el pie. Cuando intento localizar un podólogo a ver qué hay bajo
la uña, sospechosamente cambiante de color rojo a sombrío negro, descubro que
mi móvil ha enmudecido impidiendo que me comunique con el mundo.
Pero de todos mis gafes, el que
más me duele es el diez. Tengo una amiga que, últimamente, a cada uno de mis
absurdos actos o comentarios respondía empatizadora “yo también”. Anoche (aún
tenía móvil en activo), cuando le contaba mis penas por whatsapp le comenté
“Ahora no dices yo también, malvada”. Sorpresa… Lo curioso es que la amistad es
tan solidaria que… (transcribo conversación):
Ella:
Hoy llevo un día…
Empece
Tirando las btagaa al wc
Esta mañana
Bragas
Yo:
Jajaja
He quemado la comida y la cena
Jajajaja
Y he roto dos agujas de la
máquina de coser
Jajajaja
Una de ellas me ha saltado cerca
del ojo
Cerca
Joder
Yo también
Jajajaja
Jajajaja
Mañana será mejor
Cruzo los dedos
Y
yo
Oye
lo de las bragas
Cuéntame
Me lo contó. Y cuando le comenté
mi particular versión de la tomatina de Buñol, aludiendo a lo injusto del
ataque tomatil, puesto que urbanita como soy jamás he arrancado a uno de la
mata como dice la copla, ella recordó que en mi trabajo hay una hermosa torre.
No tuvo que añadir más, pues me asumo con algo de cabra loca y no me costó
visualizarme arrojada al vacío.
Seré gafe pero no agorera. Cierto
que la uña negrea, y posiblemente mañana el podólogo me la arranque coreado por mis juramentos en arameo (en circunstancias extremas me descubro políglota). Pero si
la deja vivir, transformaré mis uñas pasión carmesí en un gótico black solidario para acompañarla. En
cuanto a mí, sin hacer puenting ni cosas de esas, seguiré practicando el riesgo de vivir en modo
Angeling, usando Chance Tendre (¿tendré idem?), mientras busco una pata de
conejo, una herradura, un trébol de cuatro hojas, un mirlo blanco y un
unicornio azul.