Todos juzgamos. Reconozcámoslo o no, desempolvamos fácilmente la toga y empuñamos la maza justiciera. Algunos como Charles Bronson proclaman al mundo eso de “Yo soy la Justicia ”, y otros a lo Steven Segal desean un mundo exclusivamente regido “Con su propia ley”.
La mayoría creemos saber qué está bien o mal en la conducta ajena. La propia es un territorio vedado, un lugar secreto que miramos de reojo y que se rige por un código especial al que continuamente añadimos letra pequeña matizando nuestros porqués.
Recuerdo que mi padre, en largas tardes de centro comercial si hacía frío o parques llegado el buen tiempo, comentaba: “¡Cuántas gentes y ninguna cara igual!”. Es cierto, compartimos un diseño básico, pero los complementos son distintos. Somos únicos. Y a todos no nos gusta el marisco, la cerveza e incluso (¡¡¡¿cómo es posible y en un hijo mío?!!!) hay quien rechaza el chocolate. ¿Cómo entonces pretendo meterme en tu piel, tus vísceras o tu cabeza?
Individualista feroz (¡qué bien suena!), creo en unas normas de conducta que respeten la libertad ajena y enmarquen un territorio privado. Ahí estoy yo, con mis circunstancias, mi amasijo de miedos y sueños, y decreto una única ley marco que es sentirme lo mejor posible con la vida que tengo.
Una reflexión que agranda conforme acaba, y en tan poco espacio dejas escrita una gran verdad.
ResponderEliminarUn final feroz!!!
Besossss
No, si al final vas a ser una anarquista como yo: respeta mi libertad y yo respetaré la tuya (¿verdad?). Sería idea que todo el mundo supiera comportarse libremente sin causar molestias al resto...
ResponderEliminarAmiga mía, yo adoro el chocolate. Mientras no nos juzguemos compartiré mi caja roja de Nestlé.
ResponderEliminarUn abrazo balsámico.