Quién soy

En un mundo imperfecto, yo no soy la excepción

domingo, 23 de septiembre de 2012

Dreamer

Me invade la sensación de alivio y desasosiego que llega tras una pesadilla. En realidad, técnicamente no era tal, tan solo un sueño largo y turbador con intermitencias que parecían reales.

Hoy el frescor de la gran cama con sabanas, que huelen a limpieza  y ofrecen olvido, era una tentación a la que, ante la perspectiva de una solitaria sobremesa de domingo frente el televisor, sucumbí sin dudar.

La lectura de unas cuantas páginas, el calor que todavía no abandona estas tierras al sur, el silencio de una calle sesteando al sol, y mi propio agotamiento fueron excelentes inductores a un sueño pesado y, pretendidamente reparador, que no se hizo esperar.

En algún momento me llamaron para recordarme que tenía que obligaciones que cumplir. Bajé a la calle y subí a la parte trasera del coche. Sonia, tangencialmente relacionada con mi trabajo, me saludó sonriente y llena de energía. Juan,  el viejo amigo con el que tanto he hablado de familia, iba al volante. Yo, consciente de adonde nos dirigíamos y porqué,  repasaba mentalmente si no había olvidado nada. Sentía que no deseaba hacer aquel viaje, pero también que era mi responsabilidad realizarlo. Cuando, pocos metros adelante,  el coche se detuvo y el conductor explicó que volvería en unos minutos, yo también bajé murmurando que había olvidado  algo en mi casa a la que corrí. No era una excusa. Sé qué buscaba algo imprescindible para mí.

Abrí puertas y hurgué cajones. Revolví ropas. Revisé papeles. El tiempo apremiaba. Quise llamar para decir que me esperasen, que solo era cuestión de minutos encontrar aquello qué fuese que tanto necesitaba. Pero las teclas del teléfono solo marcaban el primer dígito, mientras una angustiosa impotencia se iba a adueñando de mí.

Cayó a plomo sobre los parpados el cansancio, y me dejé caer en la cama. Necesitaba cerrar los ojos solo un momento para recuperar la calma. Y caí en un pozo oscuro, sin aristas, sin preguntas y sin respuestas; un pozo de densa nada que  me iba cubriendo lenta y dulcemente.

Me llegó la voz de Sonia gritando que me había encontrado. Sentí vergüenza  por haberme dormido. Pero antes de abrir los ojos y dar cualquier explicación, ella comenzó a hablar de desvanecimientos, de sanitarios, a comprobar si reaccionaba a sus pequeños golpes en la cara. Quería decirle que estaba bien, que solo  deseaba descansar unos segundos. Intenté abrir los ojos y los labios. No podía. Me apenaba saberlos asustados por mí cuando no me sucedía nada malo. Y, sin embargo, quería prolongar aquella sensación de ausencia, estar sin ser. Anhelaba un tiempo más en aquel refugio oscuro donde nada era real y, por tanto, nada dolía.

Cuando abrí los ojos estaba sola. La luz dorada de la tarde llenaba la habitación que siento mía. El libro, la almohada, el teléfono… todo era, es, familiar. El recuerdo de aquellas imágenes pasaba en diapositivas, una y otra vez., pero la realidad estaba allí, con sus ruidos, sus luces y sombras,  y sus demandas.

Hay sueños que me habitan, amasados de imposibles, a los que no puedo renunciar sin dejar de ser yo. Por ello, negocio treguas, propongo pactos, enarbolo intrincados razonamientos en esta dimensión de realidad donde, hoy por hoy, me defino.





3 comentarios:

  1. Esa lucha de consciencia y subconsciencia, donde nada parecer ser y todo finalmente es. Y el alívio al despertar y comprobar que sólo fue un sueño o una pesadilla.
    Bonitos dreams!!
    Besazos, rubia!!!

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  2. Brillante, Ángela. La música hace un fondo adecuado, y la prosa trabajada de este texto es exquisita, usando también un amplio vocabulario, como es habitual en tus letras. Introspectivo, reflexivo y somnoliento. El final es magnífico.
    Un beso hasta Jumilla!

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  3. Soñar que estás soñando es algo que hace que el cerebro no descanse del todo. Es tan real que casi pareces sentirte como una matrioska dentro de otra y así sucesivamente.

    Sueña, Gondo, pero porfa despierta lúcida!

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