He sido una miedosa toda mi vida. De niña bastaba con que mis hermanos pronunciasen las palabras “la mano negra “ o “el monje de la muerte” para que el terror se apoderase de mí. El paso del tiempo no modificó esto. A los trece años empecé a leer “El Exorcista”, y mi desbocada imaginación reprodujo, y aumentó, en mi persona todos los efectos especiales. Me angustió de tal manera, que pensé acudir al seno de la Iglesia en busca de un cura ahuyentador de íncubos. No lo hice porque una de mis primas olvidó en casa una novela de Corín Tellado, y así entré en un terreno pintado de rosa, y sembrado de frases paste, donde paseó feliz mi imaginación de adolescente. No sé si la gran Corín era religiosa, pero sus letras evitaron mi vuelta al seno de la Iglesia en busca de sosiego, y nublaron para siempre mi entendimiento con el humo de pasiones donde el amor verdadero siempre tiene final feliz. Dejé la lucha entre el bien y el mal, y me sumergí en las tramas amorosas que la escritora asturiana describió durante unas 4000 historias, aunque confieso que, en mi caso, bastó con leer una docena para soñar mis propias historias con música de violines.
Romántica y miedosa seguí viviendo. Y, como tal, habría podido definirme hasta hace poco cuando descubrí, casualmente como suele ocurrir con hechos transcendentales, que ya no era miedosa sino una mujer de armas tomar.
Los hechos ocurrieron un lunes, a media tarde, aproximadamente las 17’30 horas. Comenzaba a salir de los vapores de una reparadora siesta cuando oí ruidos en el piso de arriba. ¿Pasos? ¿Una ventana que se abre? Temblé. Iba a morir a manos de una banda asesina que, furiosa, me exigiría la entrega de un dinero y unas joyas que no poseo. ¡Mierda! Ni siquiera tengo un televisor de plasma, o un equipo de música que ofrecerles como compensación, y algo me dijo que mis libros les gustarían tan poco como a la Santa Inquisición. Otro ruido terminó de sacarme de mi modorra y elucubraciones varias. Decidí subir y afrontar a los malhechores. En el primer peldaño de la escalera, retrocedí. Consideré que era conveniente llevar un arma, y me dirigí al arsenal doméstico por definición: la cocina. Abrí un cajón, y allí encontré un rodillo de amasar. Aunque en las viñetas de humor parece amenazador en manos de la esposa enfurecida por la llegada a altas horas del marido golfo, algo me dijo que una banda de asesinos albano-kosovares (políticamente incorrecta mi mente había etiquetado a los malos) no se dejaría amedrentar tan fácilmente.
Soy de Albacete, la tierra de las navajas, pero en mi casa no hay ni una. Sin embargo el mercado chino ha invadido mi hogar; y allí estaba, salvador, un cuchillo enorme que amenazaba, en mandarín o cantonés. Lo cogí, y comencé a subir. Abrí la puerta del cuarto de baño, la habitación de mi hijo mayor, la del menor, la mía… No había nadie. La mosquitera de una ventana, se escapaba del marco, y golpeaba rítmicamente. Suspiré aliviada. Entonces vi mi imagen reflejada en el espejo: una menudencia morena, de mirada lunática, portando una enorme arma blanca. Confieso que de no haber sabido que era yo, habría muerto de miedo. En este caso la que casi muere de risa fue mi amiga cuando se lo conté al día siguiente, sobre todo cuando añadí el detalle crucial: subí sigilosa gracias a mis pies enfundados en zapatillas de rizo celeste made in Carrefour.
Ahora qué ya no puedo definirme como miedosa, me pregunto si el adjetivo valiente me pertenece, y también si, puesto que últimamente, estoy en modo escéptico, la influencia del romanticismo “corinesco” se ha perdido.
En camiseta y vaqueros, zapatillas, con las ventanas cerradas y la cadena echada, me pregunto a esta hora incierta del atardecer quien soy, pero como me he vuelto atrevida estoy dispuesta a descubrirlo.
A mí me pasó lo mismo con el exorcista!!!
ResponderEliminarRecuerdo muy bien cuando te leí este relato en Búho, Ángela. Me ha gustado encontrarlo de nuevo. Sin miedos!!!
ResponderEliminarBesos
Toda una mujer!!!!
ResponderEliminarBesazos, amiga valiente.
Una menudencia morena armada con un rodillo amasador no es cosa de broma, jaja. Me has hecho pasar un gran rato. Por cierto, en mi época juvenil también yo leía todo lo que caía en mis manos, desde la Tellado hasta las novelas del oeste de mi padre, que entonces devoraba a Marcial Lafuente Estefania. Luego ya, con los primeros granitos de acné, cayo en mis manos un relato de Poe, y todo lo demás dejó de tener interés.
ResponderEliminarNo sé si me recuerdas, en el foro Buho yo era metamorfosis.
Un besazo enorme.
Un gran saludo de parte de otro seguidor de Poe.
EliminarUn ratito muy pero que muy agradable, en estos momentos de mi vida en que estoy perdida y me busco a mi misma... Sin mapa ni rumbo, ni brújula ni destino... y lo peor sin maleta.
ResponderEliminarsaludos viajeros
Trini.
Imaginando la estampa, con rodillo o con cuchillo, ¡seguro que terrorificamente encantadora!.
ResponderEliminarUn saludo de alguien nuevo por estos lares.