En más de una ocasión me he preguntado si seguir o no escribiendo este blog. Mentiría si dijese que no espero que lo lean. De ser así, estaría escribiendo todo esto en un cuaderno que guardaría en el cajón de la mesilla de noche, tal y como hice en la adolescencia.
Veréis… me gusta leer. Desde niña los libros me han acompañado. Leo casi todo lo que cae en mis manos, y no hago ascos a esa literatura considerada fácil y dirigida a las féminas tipo Briget Jones. El problema es que las protagonistas de estas historias, que de tanto éxito gozan, son treintañeras relativamente atractivas, con trabajos interesantes y bastante libertad de movimientos. ¿Por qué nadie cuenta las andanzas diarias de cuarentonas ,que han perdido la que tal vez no fuese una gran historia de amor pero era su historia, realizan trabajos aburridos mal remunerados, y además se encuentran ancladas por obligaciones familiares de hijos y, a menudo, padres ancianos.
Estas mujeres existen. Yo soy una de ellas. Somos soñadoras, complejas, cobardes y lucidas. Somos MataMaris, capaces de leer a Chejov esperando el turno en la carnicería, y soñar, mientras taconeamos por la calle sobre zapatos de mercadillo. Seguimos la moda, aunque al ver nuestros estilismos no lo parezca, pero las imitaciones siempre se notan. Y en rebajas tendemos a comprar una talla menor con la esperanza de perder ese par de kilos que nos aleja de la perfección. Somos invisibles, sin necesidad de superpoderes, aunque seamos la única presencia femenina en 1 kilometro, y lo más cerca que estamos de ser rubias glamourosas es cuando nos da el venazo y nos decidimos a ponernos mechas.
Tenemos cuerpo, cerebro y corazón. Sufrimos nuestras depresiones con terapia de limpieza de cristales, sesiones de plancha, y banda sonora de ruido de cacerolas. No sabemos lo que es ir a un balneario, y amordazamos interrogantes a base de efluvios de lejía y amoniaco.
Mira a tu alrededor. En el súper, en el autobús, en tu bloque de pisos… ¿Cuántas MataMaris encuentras?
Ay Matamari, todavía recuerdo aquél: yo me trato entre fogones, no voy a balnearios. Consiguió arrancarme una gran carcajada, como ahora mismo al leer este texto. Cuánta verdad se refleja en él.
ResponderEliminarQué fuerte, Mari!!!
Un besazo, amiga.
Estoy de acuerdo, la verdad que no sé por qué no escribe sobre mujeres como las que dices... A mí me parecen vidas tan interesantes como las otras la verdad...
ResponderEliminarSaludos
Claro que se escribe, pero no en los libros, sino aquí, en tu blog, en el mío y en el de nuestras compis, que se siente tan identificadas como yo lo he hecho leyéndote.
ResponderEliminarUn beso!!