(ELLA)
Nadie sabe de él, aunque nunca me
planteé mantenerlo en secreto; como tampoco pensé que esta aventura se
prolongaría más allá de un par de encuentros. No lo busqué; en ningún momento
imaginé estos encuentros robados a la rutina. Y mucho menos me habría creído
capaz de asumir este rol de amante distante y caprichosa, que accede o no al encuentro.
Porque lo curioso es que en ningún
momento de mi día a día lo anhelo, pienso en él o fantaseo con despertarle
algún tipo de afecto sentimental. Fuera de nuestros encuentros de pieles febriles, bocas hambrientas, y manos
enloquecidas por el deseo; mi amante, el hombre que recorre con avidez mi
cuerpo y descubre con maestría rincones y sensaciones que yo desconocía, no
existe en mi vida. No deseo saber nada de su pasado ni de su presente,
consciente que no tenemos futuro. Me halagan las confidencias que no le pido,
pero insiste en ofrecer, tal vez esperando la reciprocidad de las mías. El
deseo que leo en sus ojos, la locura de sus labios buscando, el vuelo de sus
manos arrancando mi ropa… acallan la razón y despiertan los sentidos, pero no
mis emociones.
Hacemos el amor con pasión y
ternura, amándonos en ese fragmento de tiempo en el que buscamos desembocar en el otro. Cuando llegan las
lentas caricias hijas del sosiego, el olor feliz de los cuerpos satisfechos y el dulce abandono reparador; me abraza y habla de cosas que raramente contamos
a otros. Pero, aunque mis brazos y mis labios siguen abiertos para él, yo me
alejo cerrando cuidadosamente la puerta del corazón.
(ÉL)
Hundo la nariz en la almohada
empapándome de su olor intentando hacerlo mío. ¡Qué distintos somos! En estos
momentos ella intenta borrar el mío. Escucho el sonido de la ducha, e imagino
como frota su cuerpo. Me niega. Fuera de estas paredes no existo. Si le preguntasen quién o qué soy
la respuesta sería diferente en función del lugar. Aquí, soy todo, su hombre,
su amor, su delirio según dice con esa voz ronca que me hace palpitar. Pero si
alguien nos viese por la calle me etiquetaría, indiferente, como un compañero de trabajo y ni
siquiera merecería el reconocimiento de amigo.
Miro el reloj. Dentro unos
minutos, limpia y ajena, depositará en mi boca el último beso antes de dibujar
los labios ausentes que caminaran con
ella las calles que no transitamos juntos. Y, como se consuela a un niño
enfurruñado, me regalará el caramelo de la palabra amor en la despedida
automática que precede al vacío que deja.
Linda historia con su lado amargo incluido. Y la canción... Magnífica.
ResponderEliminarUn besazo, Ángela!
Gracias Luis.
ResponderEliminarEl amor es complicado. El sexo tal vez lo sea menos, pero...casi siempre buscamos el pack completo.
Besos con abrazos.
Al margen de que ambos amantes tienen una percepción sentimental diferente, comparten ese momento de plenitud hedonista que es tan auténtico como el modelo romántico más estándar. Bsssss.
ResponderEliminarVisión caleidoscópia, Funámbulus. Tantas versiones como miradas...
ResponderEliminarBesos con abrazos.
Y siempre se roza esa fina línea que separa el amor del sexo con lo peligroso que resulta traspasar la frontera.
ResponderEliminarPrecioso, sin duda.
Peligroso, Ana.
EliminarPrecioso también, sin duda.
La plenitud, como todo lo que merece la pena, tiene un precio, pero ¿quién quiere emociones baratas?
Besos.
Las emociones baratas se ponen en una pantalla de plasma comiendo palomitas. El resto, es la vida real.
EliminarBesazos
Dos perspectivas que anelan distintas cosas y que sin embargo se conforman con lo que tienen, una pasión momentanea que no lleva a ninguna parte. Un placer volver a leerte Angela.
ResponderEliminarUn placer verte por aquí. Rendan.
EliminarAbrazos de final de verano.
Me ha encantado esta historia, dos versiones totalmente ciertas, viva realidad en la vida de muchas almas.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, amiga mía.
Gracias Auroratris.
EliminarAndo inspirada últimamente. Si no fuese tan vaga aprovecharía mis insomnios y escribiría. ¿Por qué las mejores ideas suelen ser tan intempestivas?
Besos.