Alguien me preguntó hace tiempo si creía en el destino. Creo en la relación causa-efecto, le respondí.
Causa: una moto.
Efecto: una conversación con el propietario de una Harley.
Aclararé que no me interesan especialmente motos ni coches, y soy incapaz de distinguir modelos y marcas. Paso todos los días, camino del trabajo, por delante de dos talleres: uno de coches, el otro de motos. Nunca me había fijado en los vehículos aparcados a la puerta. Hasta ayer.
Finalizada mi jornada laboral, volvía ligera de pies y cabeza, cuando una visión me frenó en seco. ¿Habéis visto lo que pasa en los dibujos animados cuando un personaje va corriendo y se detiene súbitamente? Eso hice yo, clavando prácticamente los tacones en la acera. No era para menos, os lo juro. Allí, entre otras mucho más vulgares, estaba ella, la moto más frikie del mundo. Podía pertenecer, no ya a un ángel del infierno, sino al jefe, el mismísimo Satán. Incapaz de dar crédito a mis ojos intenté memorizar todos sus detalles. Y, desbordada por tanta información, opté por seguir la vieja máxima: una imagen vale más que mil palabras. En este caso dos imágenes que capté con el móvil, porque sabía que nadie creería en la existencia de semejante vehículo sin pruebas.
Causa: una moto.
Efecto: una conversación con el propietario de una Harley.
Aclararé que no me interesan especialmente motos ni coches, y soy incapaz de distinguir modelos y marcas. Paso todos los días, camino del trabajo, por delante de dos talleres: uno de coches, el otro de motos. Nunca me había fijado en los vehículos aparcados a la puerta. Hasta ayer.
Finalizada mi jornada laboral, volvía ligera de pies y cabeza, cuando una visión me frenó en seco. ¿Habéis visto lo que pasa en los dibujos animados cuando un personaje va corriendo y se detiene súbitamente? Eso hice yo, clavando prácticamente los tacones en la acera. No era para menos, os lo juro. Allí, entre otras mucho más vulgares, estaba ella, la moto más frikie del mundo. Podía pertenecer, no ya a un ángel del infierno, sino al jefe, el mismísimo Satán. Incapaz de dar crédito a mis ojos intenté memorizar todos sus detalles. Y, desbordada por tanta información, opté por seguir la vieja máxima: una imagen vale más que mil palabras. En este caso dos imágenes que capté con el móvil, porque sabía que nadie creería en la existencia de semejante vehículo sin pruebas.
Hice la prueba de fuego. Envíe las fotos a la mujer más rara que conozco. La reacción no se hizo esperar. Textualmente, me dijo, que la sangre se le había helado en las venas. Y debió ser verdad porque ayer iba a donar sangre, y no pudo hacerlo.
Yo pensé tarde y noche en la moto satánica. Estudié todos sus detalles, y empecé a preguntarme quién sería el propietario de semejante máquina. Evidentemente era un hombre trasgresor al que le importaba un comino la opinión del resto de la gente. El ramo de flores junto al puño izquierdo sugería un hombre romántico decidido a agasajar en cualquier momento a la persona que robase su corazón. Una calavera con sombrero cowboy podía significar su personal interpretación de las nuevas tendencias góticas y vampíricas. Un troll y una brujita hablaban de un hombre con alma de niño. Una especie de pájaro de peluche insinuaba amor a la naturaleza. Y la sublime mariposa azul era un canto al amor y la fantasía. Además, el caballero pensaba en todos los detalles porque había forrado el asiento con una especie de alfombra de peluche marrón para dotar de confort a sus desplazamientos.
Hoy regresé a casa decidida a averiguar la identidad del motero. Tuve suerte; la motofrikie seguía aparcada ante el taller. Me detuve, almacenando nuevos detalles: un muñequito, un San Antonio (mmm patrón de las almas solitarias), una bocina…
Y entonces escuché una voz varonil que decía:
- ¿Te gusta la moto?
Me volví, confieso que avergonzada, y respondí:
- Estoy fascinada.
- Ya te vi ayer haciéndole fotos.
- Me pregunto quién será el dueño de algo así.
Amablemente, el propietario del taller me informó de la identidad del mismo, tirando por tierra mis ilusiones, pues un efebo tendría más posibilidades que una venus taconera como yo. Pero, si una puerta se cierra otra se abre, el cortés mecánico, señalando una brillante, oscura y preciosa moto (que hasta yo identificaba como Harley) dijo:
- ¿No te gusta más la mía?
Oportuno sonó el móvil, evitándome meter la pata. Mi amiga preguntaba si seguía la muestra de arte urbano sobre ruedas expuesta al público. Me despedí con un gesto, mientras él sonreía socarrón.
Mañana paso de nuevo por la puerta. Me pondré tejanos por si acaso me invita a un paseo.
Yo pensé tarde y noche en la moto satánica. Estudié todos sus detalles, y empecé a preguntarme quién sería el propietario de semejante máquina. Evidentemente era un hombre trasgresor al que le importaba un comino la opinión del resto de la gente. El ramo de flores junto al puño izquierdo sugería un hombre romántico decidido a agasajar en cualquier momento a la persona que robase su corazón. Una calavera con sombrero cowboy podía significar su personal interpretación de las nuevas tendencias góticas y vampíricas. Un troll y una brujita hablaban de un hombre con alma de niño. Una especie de pájaro de peluche insinuaba amor a la naturaleza. Y la sublime mariposa azul era un canto al amor y la fantasía. Además, el caballero pensaba en todos los detalles porque había forrado el asiento con una especie de alfombra de peluche marrón para dotar de confort a sus desplazamientos.
Hoy regresé a casa decidida a averiguar la identidad del motero. Tuve suerte; la motofrikie seguía aparcada ante el taller. Me detuve, almacenando nuevos detalles: un muñequito, un San Antonio (mmm patrón de las almas solitarias), una bocina…
Y entonces escuché una voz varonil que decía:
- ¿Te gusta la moto?
Me volví, confieso que avergonzada, y respondí:
- Estoy fascinada.
- Ya te vi ayer haciéndole fotos.
- Me pregunto quién será el dueño de algo así.
Amablemente, el propietario del taller me informó de la identidad del mismo, tirando por tierra mis ilusiones, pues un efebo tendría más posibilidades que una venus taconera como yo. Pero, si una puerta se cierra otra se abre, el cortés mecánico, señalando una brillante, oscura y preciosa moto (que hasta yo identificaba como Harley) dijo:
- ¿No te gusta más la mía?
Oportuno sonó el móvil, evitándome meter la pata. Mi amiga preguntaba si seguía la muestra de arte urbano sobre ruedas expuesta al público. Me despedí con un gesto, mientras él sonreía socarrón.
Mañana paso de nuevo por la puerta. Me pondré tejanos por si acaso me invita a un paseo.
Una imagen vale más que mil palabras, por eso... tengo dos Fotos propiedad mía, que aún me duele la retina de la impresión. |
Jajajaja, de verdad que te pasan unas cosas que habrá que irse al secano para vivir este tipo de aventuras. Me encanta (el texto, la moto es horripilante).
ResponderEliminarObviamente, deduzco es la moto de Paco Porras
Se llevaron el coche por falta de pago y le devolvieron el contenido, así que ya puestos los colocó en la moto, no tiene otra explicación, eso o que el tinto de Casa de la Erminta hizo de las suyas. Qué dolor de ojos tengo ahora mismo!!!
ResponderEliminarUn abrazo, amiga mía.