Yo tuve un gran amor y una isla.
Mis diecisiete años lo amaron. Quiero creer que sus diecinueve también lo hicieron. El nuestro fue un amor de juventud, loco e intenso, de doloroso final.
La vida siguió su rumbo. Él conoció a otra. Yo volví a enamorarme.
No sé bien qué me llevó a la isla. ¿Desencanto? ¿Rutina? ¿Soledad? Un día vestido de gris la descubrí, una isla de juventud, colorida y luminosa, donde el tiempo se había detenido. Era un lugar mágico, ajeno a las coordenadas espacio-tiempo. Crucé el espejo, como Alicia, y pasé a otra dimensión donde las cosas habían sucedido de otra forma. Y allí viví, mil veces, aquel viejo amor; renovándolo con cada herida, buscándolo en cada tarde empañada de melancolía.
El “que hubiera sucedido…” allí “era”. Yo saltaba las cuerdas temporales de las que habla la física cuántica cada vez que la tristeza me apuntaba a la cabeza. Huía de mi realidad para poder vivir.
Imaginar otra posibilidad más feliz era fácil. Unos hombrecillos trajeados de gris aparecían alguna vez en mi cerebro blandiendo la lista con las recriminaciones, que alguna vez nos lanzamos. Enumeraban los enfados que tuvimos, dibujando una historia de amor más oscura que rosa. Yo escuchaba aquel viejo discurso. ¡Bien sabía cuánta verdad encerraba! Pero había otra lista, mucho más larga, hecha de tardes de primavera, música, risas, paseos, cine, y besos en el portal. ¡Pobres hombrecillos grises! Cumplían su trabajo a la perfección, pero no podían competir con mis recuerdos en tecnicolor.
Mis diecisiete años lo amaron. Quiero creer que sus diecinueve también lo hicieron. El nuestro fue un amor de juventud, loco e intenso, de doloroso final.
La vida siguió su rumbo. Él conoció a otra. Yo volví a enamorarme.
No sé bien qué me llevó a la isla. ¿Desencanto? ¿Rutina? ¿Soledad? Un día vestido de gris la descubrí, una isla de juventud, colorida y luminosa, donde el tiempo se había detenido. Era un lugar mágico, ajeno a las coordenadas espacio-tiempo. Crucé el espejo, como Alicia, y pasé a otra dimensión donde las cosas habían sucedido de otra forma. Y allí viví, mil veces, aquel viejo amor; renovándolo con cada herida, buscándolo en cada tarde empañada de melancolía.
El “que hubiera sucedido…” allí “era”. Yo saltaba las cuerdas temporales de las que habla la física cuántica cada vez que la tristeza me apuntaba a la cabeza. Huía de mi realidad para poder vivir.
Imaginar otra posibilidad más feliz era fácil. Unos hombrecillos trajeados de gris aparecían alguna vez en mi cerebro blandiendo la lista con las recriminaciones, que alguna vez nos lanzamos. Enumeraban los enfados que tuvimos, dibujando una historia de amor más oscura que rosa. Yo escuchaba aquel viejo discurso. ¡Bien sabía cuánta verdad encerraba! Pero había otra lista, mucho más larga, hecha de tardes de primavera, música, risas, paseos, cine, y besos en el portal. ¡Pobres hombrecillos grises! Cumplían su trabajo a la perfección, pero no podían competir con mis recuerdos en tecnicolor.
Mis visitas a la isla no seguían orden alguno. Podía pasar por allí cada día, o bien permanecer semanas sin acercarme a ella. ¡Era tan fácil atravesar la frontera de la fantasía! Un nombre de hombre me bastaba para encender el interruptor de los sueños.
Un día me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no iba a la isla. El mismo que llevaba sin pronunciar aquel nombre. Comprendí que ya no viajaría más hacia aquel lugar que yo había creado. Miré alrededor y me reconcilié con mi vida, edificada con realidades y pintada de todos los colores, incluyendo el negro y el gris. Subí al desván de mi mente. Recogí el mapa imaginario de mi isla y, envolviéndolo en la dulce fragancia del recuerdo, lo deposité en mi corazón.
Gran historia, amiga. Me ha dejado un sabor agridulce.
ResponderEliminarUn abrazo
Es un texto antiguo sacado del baúl de los recuerdos donde está el mapa de esa isla.
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