Empujó la puerta pintada azul, y se adentró en una atmósfera que olía a regaliz y papel, a maderas, y a relojes parados. Se detuvo en el expositor de viejas postales. Los colores, brillantes aún, le gritaban cuántos lugares no había conocido. Playas vírgenes. Bosques inmensos. Ciudades exóticas.
Avanzó hasta la librería atrapando la novela que siempre quiso leer, y para la que nunca encontró el momento. Hojeó álbumes infantiles de colecciones que inició sin terminar.
-¿Puedo ayudarle? –la voz, a pesar de su suavidad, le sobresaltó.
Se volvió hacia la mujer que surgía de la trastienda, y sintió la desazón del déjà vu. Nunca había estado antes en aquella ciudad. Había entrado en la tienda por azar, y no conocía de nada a aquella mujer, pero le resultaba familiar.
-Estaba echando un vistazo –murmuró.- Esta tienda es un pasaje a otro tiempo.
-Lo es –dijo ella.- ¿Qué busca? ¿Recuerdos de infancia? ¿De juventud?
-Pues no sé… Tal vez sí, pero no encuentro nada de lo que yo usé. Veo libros pero son los títulos que no llegué a leer. Y estos discos… no son los que escuchaba.
-Así es. ¿No ha visto el nombre de la tienda?
-No, entré sin mirar.
-Se llama “Elecciones”. Aquí encontrará todo aquello que no escogió, las posibilidades que no fueron.
Entonces supo porqué la reconocía. Era la mujer que se cruzó en su camino una tarde de lluvia, refugiados los dos en un portal. La muchacha, con la que nunca habló, que subía al autobús dos paradas después de la suya. La figura que siguieron sus ojos, pero no sus pasos aquella tarde de verano.
Escuchó una vieja canción, y se acercó a ella. Quería pedirle que la bailasen, y preguntarle tantas cosas.
Unas manos movían su cuerpo. Alguien pronunciaba su nombre. Y Ulises regresó del otro lado del espejo.
Bonitas palabras, amiga. Sinceramente a mí me encataría encontrar esa librería sin necesidad de pasar al otro lado. Un abrazo.
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