En varias ocasiones me he definido como taconera. Lo soy. No es sofisticación, ni el deseo de aparentar la altura que, evidentemente, no poseo. Es algo más… una actitud ante la vida, una especie de pintura de guerra, un himno que con el que, día a día, mis pies acompañan al toc toc del corazón.
La niña que fui jugaba al escondite entre montones de cascotes de obras. Buscaba tesoros enterrados en pequeñas parcelas de huertas condenadas a desaparecer. Inventaba historias de mundos mágicos rodeada de feos bloques de pisos con balcones antiestéticos de cortinas de colores, macetas en cualquier hueco, ropa tendida, y buenas gentes que, procedentes del pueblo, intentaban acostumbrarse a “vivir en la capital”.
Me gustaba bailar sobre una mesa para mi familia, canturrear en lo que yo creía un perfecto inglés aprendido de oído en las canciones de la radio, imaginar historias, y…, sobre todo, ponerme tacones.
Si mi madre contaba como jugaba con cascos de cebollas como sartenes, pelotas hechas de trapo, y comidas de barro. Yo, más frívola desde que abrí los ojos, me inventaba rubia gracias a una bayeta amarilla, y colocaba unos botes atados a mis pies caminando con la misma elegancia que la rubia más pija calzando unos jimmy choo o unos sublimes manolos blannik. Cierto… mis zapatos de tacón eran artesanales, pero fueron pioneros de la mercadotecnia que acerca el producto al usuario. ¿Acaso alguien podría olvidar unos taconazos donde se leía Leche condensada La Mariposa , Cola-cao, o La Lechera … ?
Quería ser rubia, taconear, tocar la luna… Entonces, más de una vez, lo logré. ¿A ver quién es el diseñador actual que puede lograr lo mismo?
Nota: Escribí estas líneas en junio de 2010. Hoy, que vuelvo a recuperar taconeo (con sensatez), hago un "revailval" de esos y recuerdo aquellos tacones. ¿Os imagináis a Jane con tacones en medio de la jungla? Yo sí jajajajajaa ja.
Ninguno lo puede lograr. Qué bueno era ser niño. Ahora también podemos soñar, pero no es lo mismo. Hemos perdido la inocencia. Yo quiero ser inocente y, no ponerme tacones porque nunca fue mi sueño, pero sí volar. Sí, yo volaba en la jofaina (lavamanos, palangana, aguamanil...) de porcelana que tenía mi abuela en el tocador. Me metía dentro y me agarraba a ambos lados. Era un ovni y con él recorría el mundo a velocidad supersónica sin abrocharme ningún cinturón. Por cosas como esta, hoy te gastas un pastón en psicólogos.
ResponderEliminarPero estas locuras hacen que nos mantengamos. cuerdos.
Muchas gracias por leer y acompañar a estos recuerdos que forman parte de la mujer que hoy soy.
EliminarAbrazos.
Tacones artesanales, pelucas de lana, la ropa de mamá, imaginar nuestro futuro, ainssssss, qué bonito es recordar aquellos años!!!
ResponderEliminarPisa fuerte, morena!!!
Un abrazo, rubia. O era morena???
Tú, que tanto me conoces, me has visto con tacones de vértigo, con zapatillas caseras, y pisando el suelo en directo.
EliminarY gracias la amistad que gente como tú escribe en mayúsculas sabes que he seguido caminando aunque el suelo haya tenido aristas de esas que se clavan en el corazón.
La palabra gracias es pálida.
Besos siempre.
Esa inocencia jamás te la devolverán, pero los sueños sí Angelilla, los sueños sí pueden continuar.
ResponderEliminarBesos subida en un cajón de aceitunas gordales jajajaja.
Ja jaja
EliminarY zapateando una seguidilla o soleá (no tengo ni idea), pero juntas y con alegría.
Besos miarma.
"Mis pies acompañan el toc toc del corazón".
ResponderEliminarMe gusta mucho, Ángela, cuando agarras este estilo tuyo, prosa y sensatez, lírica y nostalgia, humor y tu aparición directa en lo escrito, como al final en la nota has hecho.
Besos hasta Jumilla
Querido Luis de la limpia mirada... ¿qué puedo responder? Siempre me mimas.
EliminarBesos siempre.
Qué linda la infancia!!
ResponderEliminarMuy bueno tu texto, me ha gustado
Gracias Eva.
EliminarBienvenida al mundo de esta Jane, despistada entre lianas, selvas y dudas.
Saludos.