Quizás fue la pregunta: “¿A qué tienes miedo?”. O tal vez una de las muchas zancadillas de la memoria. Pero regresó la sensación de aquel atardecer. No era el primero en mi nueva casa. Ya conocía como único sonido mi propia respiración, y me había enfrentado a la crudeza de la soledad física. Y sin embargo aquella tarde de abril me arañaron las garras de la realidad. Consciente de una fragilidad que me oprimía la garganta, me dejé caer en los brazos de la tristeza dejando que me cubriera con su manto plomizo y gris.
Tuve miedo a una vida en la que los atardeceres fuesen oscuros y silenciosos.
Tuve miedo a las paredes que nunca hablan.
Tuve miedo a despertar con frío en el alma.
Y, sobre todo, tuve miedo a dejar sentirlo, a envolverme en la costumbre, a vivir en zapatillas arrastrando los pies, y mirar la vida desde un lugar llamado nada.
A día de hoy no he vencido mis miedos. Negocio treguas con ellos, intento esquivar sus dardos paralizantes, y busco la manera de vivir “con” y “a pesar de” ellos.
Ay Angelilla... el miedo que nos hace sentirnos a veces tan pequeña y nos impide hacer tantas cosas uffff. Yo sé como te sientes, aunque no haya cambiado de casa, la sensación es muy parecida créeme. Mi gran temor: la soledad.
ResponderEliminarMe encanta verte rodeadas de musas.
Gracias Maite mía.
EliminarHay sensaciones que se enquistan en el alma. Tú sabes.
Besos siempre.
A mí no me da miedo la soledad, me da miedo no saber que hacer con ella.
ResponderEliminarTe veo más poeta que nunca, Ángela.
Mil besos que vuelen hasta ti
Definitivamente la informática no es lo mío jajajaja.
EliminarTe quería responder, Luis y lo he colocado en comentarios, así que me tocó borrar.
A tus palabras respondía que la soledad tiene unos parámetros tan claros que puede llegar a resultar cómoda, y eso no deja de ser peligroso.
Besos con abrazos.
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ResponderEliminarVamos ganando batallas a los miedos, confío en que algún día le ganemos la guerra. Tómame como un arma más, la unión hace la fuerza.
ResponderEliminarUn abrazo, amiga mía!!