Hoy es domingo, mi día en el reino de Tuperland.
Y este domingo, felizmente, es también mi día de hijos.
Madrugo y me transformo por arte de birlibirloque en María Modo Madre, una Maricasitas eficiente. A las 12 del mediodía (hora del ángelus) en mi haber hay siete comidas caseras con las que alimentar los cuerpos serranos de mis vástagos, y suma y sigue…
Será el olor que envuelve mi cocina. Será el día que el calendario marca como de la madre…
Sentada con un café siento como llega una tristeza ruda que oprime mi alma, y exige el tributo de unas lágrimas. La echo de menos. En este día, en todos…
Cuando yo era niña pensaba que nadie podía cocinar mejor que mi madre. Sigo opinando lo mismo. Ella preparaba la comida sin prisas; jamás utilizó una olla exprés o una pastilla de Avecrem. Lo que no dominaba la señora Pilar era la cocina “moderna”, como ella decía. Yo descubrí la ensaladilla rusa a los diez años, y jamás preparó spaguettis o macarrones para nosotros. Arroces, cocido, asados y unos celestiales gazpachos manchegos constituían sus platos de cinco tenedores. Con el tiempo, valoré y añadí sus lentejas, guisados, potajes y ajiaceite.
Su repostería era básica, y se regía por el calendario, con la honrosa excepción de algún flan Potax, o un bizcocho preparado en la olla horno semejante a un donut gigante. Mantecados por Navidad; hojuelas, rollos y rellenos dulces para Semana Santa. Ese era el catálogo de dulces que se ofertaba en mi casa. Sólo tras mucho insistir, conseguimos el gran triunfo de convencer a nuestra maravillosa y tozuda cocinera para que preparase migas con chocolate, y accediese a regañadientes a preparar sus exquisitos rellenos dulces aunque no fuese Semana Santa.
Hoy, que me asalta el deseo de endulzar mi vida, no encuentro ese sabor perfecto que me llega atrapado en un suspiro de nostalgia. No hay chocolate en el mundo comparable al la taza que cocía mi madre, y ponía a enfriar, en los duros inviernos albaceteños, en el alfeizar de la ventana. Aquel chocolate, en tazas transparentes, y rayadas de tanto fregarlas, de irrompible Duralex, contenía un ingrediente secreto: Amor.
Siempre me resultó difícil complacerla. Tal vez no lo intenté lo bastante, pero es que lo que ella pedía no lo podía comprar y envolver en brillante papel de regalo. Ella habría deseado una hija distinta, pero nací yo. Y se encargaba de hacérmelo llegar, sin sutileza alguna, cuando decía, una y otra vez:
- Te pareces tan poco a mí, que si no te hubiese tenido en la casa, pensaría que te cambiaron en el hospital al nacer.
O:
- María Demonios tenía que haberte puesto de nombre.
Yo era distinta a las otras hijas, según el parecer de mi madre. Tanto lo decía que, un día cansada de oírla le dije:
- Si yo no te comparo con otras madres ¿por qué lo haces tú con otras hijas?
Y es que yo, entre otros defectos, era “contestona”. Cuando mi madre decía algo, yo intentaba convencerla con mis replicas. “Le contestaba”, decía ella. Yo no entendía el problema que había en explicarle porque hacía o decía algo, pero ella se enfurecía y censuraba:
- Si al menos fueses humilde.
No lo era. Y si “contestona”, terca, respondona… Mi madre, en la línea de los cuentos de Calleja, ilustraba mi tozudez, comparándome con el protagonista de este relato:
“Eres como aquel que siempre le decía piojoso a un vecino que, cansado de escucharlo, le dijo:
- Si vuelves a decirme piojoso, te tiraré al río y no sabes nadar.
El otro no hizo caso, y un día cerca del río cuando vió a su vecino le grito “Piojoso”. Éste, furioso, lo empujo y cayó al agua. El ofendido dijo:
- Si pides perdón te salvaré.
Pero el otro, en lugar de decir lo que el otro quería escuchar, siguió diciendo “Piojoso”. Y, cuando ya no podía sacar la cabeza para hablar, con las manos hacía el gesto de aplastar piojos, prefiriendo morir antes que desdecirse.”
Por mi manera de ser, le di muchas “pesahombres”, como ella llamaba a los disgustos. Más de una vez, incluso un gran disgusto que ella denominaba “pesahombrón”, y que me hacía merecedora de las tundas o “el tundón” que nunca recibí. Yo sentía apenarla. Llegaba a ver como mis actuaciones o palabras colocaban el peso de unos hombres sobre los hombros de mi madre, pero no sabía que qué quería de mí. Cuando lo preguntaba, obtenía esta respuesta:”Déjalo, no te sale de dentro”. Claro que no me salía de dentro planchar, fregar, barrer, limpiar cristales… A mí me salía de dentro leer, escribir, escuchar música, soñar mirando las estrellas… Mi madre, reconociendo su derrota al intentar cambiarme, lo resumía con esta frase “Cuando el burro ha de llevar la carga a fuerza de palos, pobre del burro y pobre del amo”.
Mil veces me dijo ésta y otras perlas del saber. Pero también me contó otras historias menos edificantes, me abrazó cuando estaba triste, me curó las heridas del cuerpo y del alma, disfrutó mis alegrías, y buscó consuelo a mis penas. Mi madre me quería tanto que olvidaba que no era la hija perfecta, y amaba incondicionalmente a la que tenía.
Echo de menos a mi madre. En este día, en todos…
Amor incondicional, como madre lo sabes y procuras no cometer el error de pedir otros hijos, las palabras hieren a veces y otras los actos curan la herida ocasionada. A su manera decía cuánto te quería, no lo dudes. Y no dudo de lo que sentías y sientes por ella, aunque ya no esté.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y feliz día de la madre, amiga mía.
Bien sabes lo orgullosa que estoy de mis mozuelos (siempre he dicho que la única vanidad aceptable debería ser esa).
EliminarMi madre supo transmitir amor a su manera y, porque lo recibí de ella, hoy puedo entregarlo yo a los míos.
Besos querida amiga.
Precioso homenaje Ángela. Tu madre me recuerda a la mía, brusca a veces, escueta de besos y abrazos, pero demostrando su cariño de otras maneras. Los flanes, los dulces de Semana Santa, las lentejas con chorizo, el arroz con leche....Aisssss cuanto cariño en un puchero.
ResponderEliminarUn abrazo
Mi hijo menor dice que madre no hay más que una, pero que yo puedo ser tan pesada como varias jajajaja.
EliminarMadre no hay más que una, es cierto. En la maternidad se establece un vínculo que no se corta con el cordón umbilical.
Besos y abrazos.
Hoy te mereces un largo y cálido abrazo.
ResponderEliminarGracias por compartir esa parte de tu vida.
Besos.
Te agradezco infinitamente ese abrazo, y también que te agrade compartir mis letras.
EliminarBesos amigo mío.
Discrepo con Toro, te mereces ese abrazo todos los días, pero lo entiendo a él, todavía no te conoce como yo. Es el mejor regalo que se puede hacer a una madre, este pequeño homenaje con todo el amor y la comprensión del mundo, porque tú si eres como ella (es que era un poco terca para reconocerlo jjajaja)y si no mírate, preparando un domingo comidas para tus hijos, desviviéndote por ellos y amándolos por encima de todo, como debe amar una madre. Felicidades para tí Angela, tu madre estará muy orgullosa donde quiera que esté, pero yo te felicito a tí, porque a ella le tocó vivir una época en la que su manera de pensar era la "normal" y nosotros sí somos madres modernas que nos implicamos más en entender a nuestros hijos, que no serán como nosotros, pero nos quieren y nos hacen sentir: MADRES, en mayúsculas.
ResponderEliminarMuchos besos a esa mujer tan pequeñita que encierra tanto.
Mi querida sureña... Tú me quieres mucho. Si me vieses en modo madre transformada y gruñona no sé yo si seguirías teniendo esa visión tan amable de mi persona jajaja.
ResponderEliminarBesos para ti, que me consta eres un pedazo de madraza como lo eres de amiga.